sábado, 18 de diciembre de 2010

Que lo ejecuten en el nombre de Dios

Un verdadero privilegio el que tienen en Estados Unidos, el de poder ver las fotos de asesinos, violadores y otros criminales, a diferencia de en España. Ya se sabe, por el famoso “derecho a la intimidad” de esta gentuza, el criminal suele ser A.R.P., R.D.L. o T.V.M., no es lo normal que veamos sus nombres y mucho menos sus caras.

La de este engendro sí la vemos:



Se trata de Rodney Alcalá, condenado en febrero, en Santa Ana (California), a morir por medio de la inyección letal, considerado el mayor asesino en serie de Estados Unidos, un ex fotógrafo independiente y miserable criminal, como autor de la muerte de una niña de 12 años de Huntington Beach y la de cuatro mujeres del Condado de Los Ángeles en la década de los 70s. Un ser depravado, del que se dice tiene un coeficiente intelectual similar al de Einstein, y que también había sido condenado por el asesinato de Robin Samsoe, quien fue secuestrada por este engendro mientras iba en bicicleta a una clase de ballet, el 20 de junio de 1979, el de Jill Barcomb, de 18 años, y asesinada en 1997, el de Georgia Wixted, de 27 años, en 1978, el de Charlotte Lamb, de 32 años, en 1978, y el de Jull Parenteau, cuyo asesinato ocurrió en 1979. No obstante, se especula con que podría ser el autor de unas cien muertes más, el número de fotos que se han encontrado en su poder y que se han difundido con la esperanza de resolver otros tantos casos de desapariciones de mujeres.

Actualmente, Alcalá se encuentra en el corredor de la muerte de la prisión estatal de San Quintin (California). Que se cumpla la sentencia a lo menos tardar y ocupe lo antes posible el lugar que tiene reservado en el infierno, bajo el pie de Satanás. No hay derecho a mantener de por vida, a cuenta del contribuyente, a esta escoria, encerrada en una prisión.

No es para menos, los liberales que consideren la pena de muerte un instrumento eficaz para proteger a los ciudadanos del crimen podrán estar de enhorabuena el día que se ejecute la sentencia. Sí que es cierto que, con respecto a España, parto de lo problemático de la aplicación de la pena de muerte en nuestro país. La administración de justicia está monopolizada por el Estado y en España ésta brilla por su ineficiencia. Algo como una hipotética implantación de la pena capital exigiría una reforma a fondo de la legislación procesal penal (aún estamos con una ley del siglo XIX), hasta el punto de que pudiera ser necesaria hasta la promulgación de una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, y del sistema judicial en su conjunto. Ahora mismo, por otro lado, jurídicamente no es posible sin una reforma de la Constitución a través de los mecanismos que la misma establece (conste que, a pesar de sus deficiencias, es un texto que a los españoles nos ha proporcionado una cierta estabilidad en las últimas décadas, al igual que ocurre con la monarquía) así como por esta institución igualmente socialista y alejada de lo cristiano que es la Unión Europea.

Pero Estados Unidos es un caso completamente distinto. Las Américas son más salvajes, más indómitas que la vieja Europa. Posiblemente, sin la libertad de portar armas de fuego, como medio de autodefensa, y sin la pena de muerte, como medio disuasorio, las tasas de criminalidad en Estados Unidos serían aún mayores. En España, con unas penas más blandas, la criminalidad es sensiblemente inferior. Cada país tiene unas necesidades y una realidad distintas. En España la cuestión sería despenalizar numerosas minucias que entran dentro del Código Penal, pasarlas a la jurisdicción civil, eliminar algunos tipos delictivos más bien liberticidas y endurecer las penas en los delitos graves de verdad, incluso si hay que llegar a la cadena perpetua.

Pero la cuestión principal es que la ley penal no está para "reformar" a nadie y menos si ese alguien no se quiere reformar. Es un poso de una mentalidad totalitaria y liberticida pensar que las leyes pueden tener ese efecto. La ley penal está para castigar al criminal, obligarle a reparar el daño causado y apartar de la sociedad a un elemento peligroso para que no pueda ocasionar más perjuicios aún.

La ley y la condena a quien la vulnera es el instrumento del Estado para cumplir la que debe ser su función fundamental y que no es otra que defender nuestra vida, nuestra propiedad y nuestra libertad frente a las agresiones de terceros. Existen una serie de individuos que deben verse lo suficientemente intimidados por las posibles consecuencias penales de sus actos criminales. En todo caso, si no la pena de muerte, al menos, debería ser algo debatible la cadena perpetua. Los criminales deben ser apartados de la sociedad por el peligro que representan y castigados, por ello, con la debida proporcionalidad. Si se reinsertan, mejor, pero el fin debería ser el primero. Está por ver que se demuestre con argumentos sólidos que la pena de muerte sea, siempre y en todo momento, desproporcionada con respecto al daño infligido a través de la comisión de algunos delitos.

Los cristianos, como no, también deben felicitarse de que se haga justicia. Desde luego, los de Estados Unidos pueden alegrarse de que su país, pese a las degeneraciones y la acción de determinados grupos que intentan minar la aplicación de la pena capital tupiendo los tribunales a base de demandas con las que paralizar los procedimientos y la ejecución de las sentencias, siga siendo una reserva de valores liberales y cristianos.

La pena de muerte, no obstante, creo no pocos problemas morales a algunos cristianos. No hace mucho, he leído que gran parte de los pastores presbiterianos de Atlanta, tras la ejecución del asesino Mark McClain, en octubre de 2009, han manifestado que la pena capital “usurpa” la posición de Dios, sosteniendo que la pena máxima debería ser abolida ya que "la venganza solamente le corresponde a Dios". Que la santurronería ha contaminado muchos púlpitos protestantes es más que evidente pero, es más, también se alega el Sexto Mandamiento, como ilegitimador, moralmente hablando, de la pena capital.

Bien, vamos a ver, en la mayoría de ediciones de la Biblia, el Sexto Mandamiento aparece como “No matarás”. La palabra hebrea traducida "matarás" en el Sexto Mandamiento es ratsach, y puede significar "matar" o "quitar la vida" a propósito o accidentalmente. Ratsach, como muchas otras palabras, tiene muchas acepciones, y por lo tanto su significado en un versículo en particular debe ser obtenido del contexto en que aparece así como de toda la Biblia. Si se prohibiera matar en cualquier circunstancia, incluso mediante la aplicación de la pena capital o en guerras, entonces ¿cómo es que en el Antiguo Testamento se aplica la pena de muerte en tantas ocasiones?

El Sexto Mandamiento significa que no debemos quitar una vida injustamente. La palabra ratsach, en realidad, debemos entenderla como “asesinar”, segar una vida sin justificación alguna. Ese es el sentido en que debe interpretarse el versículo. El mandamiento protege la vida, no como la posesión mundana más importante, sino porque es la base de la existencia humana, y es en la vida que la personalidad es atacada, y en ella, la imagen de Dios (Génesis 9:6).

Sobre la "venganza que corresponde solo a Dios". Por un lado, el castigo para la eternidad sí corresponde a Dios. Pero el castigo en la tierra es administrado por el hombre como mandato de Dios. Salvo en casos como el Diluvio o la destrucción de Sodoma y Gomorra, anticipos del Juicio Final contra los malvados, el hombre es el responsable de la aplicación de la pena capital (Génesis 9:6: "El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre"). Dios es quien da al hombre la responsabilidad de mantener una sociedad segura. Dios dijo que si un hombre derrama la sangre de otro hombre, entonces es tarea de los hombres hacer justicia y vengar ese derramamiento de sangre para proteger al resto de miembros de la sociedad. No tiene base bíblica alguna, pues, lo que dicen estos pastores.

Más aún, después de los Diez Mandamientos, en Éxodo se instituye la pena de muerte por asesinato:

21:12: El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá.

21:13: Mas el que no pretendía herirlo, sino que Dios lo puso en sus manos, entonces yo te señalaré lugar al cual ha de huir.
21:14: Pero si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera.
21:15: El que hiriere a su padre o a su madre, morirá.


Por supuesto, aparte de no castigarse con la muerte el homicidio accidental, el hombre es el encargado del cumplimiento de esta ley.

Junto con el asesinato, la Biblia, igualmente legitima la pena de muerte para el secuestro (Éxodo 21:16: "El que secuestre a una persona, sea que la venda o que ésta sea encontrada en su poder, morirá irremisiblemente") o el perjurio (Deuteronomio 19:16-21: "Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie". Igualmente, para una condena a muerte era necesario el testimonio de dos o tres testigos. Sólo se debía llevar a cabo la ejecución cuando no existía ninguna duda acerca de la culpa, por tanto, de acuerdo con la Biblia, no se debe ejecutar a una persona sin clara evidencia de que es realmente culpable.

Vemos lo que afirmaba Juan Calvino, posiblemente el padre espiritual de los Estados Unidos, en el Libro Cuarto de su "Institución de la Religión Cristiana", acerca de la pena capital: "Pero aquí se suscita una cuestión muy difícil y espinosa; conviene a saber, si se prohíbe a los cristianos en la Ley de Dios matar. Porque si la Ley de Dios lo prohíbe (Éx. 20,l3; Dt. 5, 17; Mt. 5,21), y si el profeta anuncia del monte santo de Dios, o sea de su Iglesia, que en ella no harán mal ni dañarán (Is. 11,9; 65,25), ¿cómo es posible que los gobernantes sean a la vez justos y derramen la sangre humana? En cambio, si se entiende que el gobernante al castigar no hace nada por sí mismo, sino que ejecuta los juicios mismos de Dios, este escrúpulo no nos angustiará.

Es verdad que la Ley prohíbe matar y, por el contrario, para que los homicidas no queden sin castigo, Dios, supremo legislador, pone la espada en la mano de sus ministros, para que la usen contra los homicidas. Ciertamente no es propio de los fieles afligir ni hacer daño; pero tampoco es afligir y hacer daño castigar cómo Dios manda a aquellos que afligen a los fieles. Ojalá tuviésemos siempre en la memoria que todo esto se hace por mandato y autoridad de Dios, y no por temeridad de los hombres; y que si precede tal autoridad nunca se perderá el buen camino, a no ser que se ponga freno a la justicia de Dios para que no castigue la perversidad. Mas si no es licito darle leyes a Dios, ¿por qué hemos de calumniar a sus ministros? Porque, como dice san Pablo, no en vano llevan la espada, pues son servidores de Dios, vengadores para castigar al que hace lo malo (Rom. 13,4). Por ello, si los príncipes y los demás gobernantes comprendiesen que no hay cosa más agradable a Dios que su obediencia, si quieren agradar a Dios en piedad, justicia e integridad, preocúpense de castigar a los malos"
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En el Antiguo Testamento, en definitiva, se ordenaba la pena de muerte para varios actos: asesinato (Éxodo 21:12), secuestro (Éxodo 21:16); bestialidad (Éxodo 22:19), adulterio (Levítico 20:10), sodomía (Levítico 20:13), ser un falso profeta (Deuteronomio 13:5), prostitución y violación (Deuteronomio 22:4), así como y muchos otros crímenes. Tomando a Dios como centro, presentándonos ante Él, todos y cada uno de los pecados que cometemos merecen la muerte (Romanos 6:23: "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro"). Recordemos que estamos muertos en nuestra propia naturaleza pecaminosa, la depravación total, y, aunque la merezcamos todos, muestra su gracia con algunos a los que no condena (Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros"). También hay, en el Antiguo Testamento, pasajes en los que Dios es misericordioso no quitando la vida al pecador, como el caso del rey David, autor de adulterio y asesinato.

La pena capital fue instituida por Dios, como leímos en Génesis 9:6, y, en modo alguno, derogada por Cristo (con la Ley, Dios nos demuestra a los hombres que somos incapaces de cumplirla y que necesitamos Su salvación, Cristo no nos exime de cumplirla sino que nos libra de la maldición de la Ley), antes al contrario, apoyaba la pena capital en algunos casos, pero también mostró Su gracia cuando esta sentencia estaba por ejecutarse, como en el caso de la adultera que iba a ser apedreada por los fariseos (Juan 8:1-11). Este es uno de los versículos más manipulados, que ya es decir, de los Evangelios. Recordemos que los fariseos, como los saduceos, sostenedores del legalista y precioso sistema de muerte espiritual en que se había convertido el judaísmo en los tiempos en que el Salvador habitó entre nosotros (sepulcros blanqueados), buscaban constantemente poner trampas a Jesús, sorprenderle en la violación de la Ley. Jesucristo lo único que hizo fue recordarles su hipocresía ("El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella"), no pretendían castigar el pecado sino tenderle una trampa, además de haber condenado a la adultera sin cumplir el requisito de los dos testigos mínimos. Mostraba su misericordia hacia la mujer pero no le daba el beneplácito al pecado ("Ni yo te condeno; vete, y no peques más"), en modo alguno.

Si en el Nuevo Testamento no se defiende la pena de muerte, ¿cómo es que no protestó Jesucristo o declaro la ilegitimidad de Pilatos para condenarle según las leyes del Imperio Romano? ¿Cómo es que, tras la conversión del Buen Ladrón, no clamó porque vida la vida de éste fuera perdonada y bajado de la cruz? Todo lo contrario, Cristo reconocía la potestad humana de aplicar la pena capital para ciertos delitos.

Si alguien les argumenta "oye, tío, eso no puede ser, Dios es amor". Efectivamente, PORQUE DIOS ES AMOR, INSTITUYE LA PENA CAPITAL, ya que Jesucristo nos enseñó a amar al prójimo. Cuando dijo que el segundo gran mandamiento era "ama a tu prójimo como a ti mismo", estaba citando Levítico 19:18. La Ley de Moisés sí enseñaba amor, y parte de ese amor por la gente y la sociedad era protegerla del mal haciendo cumplir la Ley, la cual incluía la pena de muerte. El plantear que haya un sistema penal justo y que proteja auténticamente a las víctimas es amar al prójimo, incluso a nuestro enemigo. Si la disuasión de la pena de muerte salva la vida de alguien que sea nuestro enemigo, evita que sea asesinado, estaremos mostrando el amor incluso a quien esté enemistado con nosotros, del que habló Cristo.

Aunque pueda ser merecida, Dios no siempre exige la pena de muerte, pero es indudable que la contempla. El pecado siempre es un crimen contra Dios, aunque algunos puedan no serlo contra el hombre. Todos ellos recibirán el castigo no en esta vida sino en la siguiente, en forma de muerte eterna, salvo que hayan sido perdonados por Dios. Humanísticamente y, quedándonos en nuestra limitada visión, nos puede parecer ilegítima la pena de muerte como castigo y, es más, nos podemos sentir hasta moralmente superiores frente a quienes la defiendan. ¿Moralmente superiores a Dios, incluso? Él instituyó la pena capital en la Biblia, desde luego, y, salvo que de la base desde la que partamos sea su negación, es muy prepotente y mezquino pensar que superamos a Dios en cuanto a justicia y compasión, cuando se encuentra en una posición, en cuanto a perfección, infinitamente superior a nosotros.

¿Hasta dónde llegamos, pues? En Génesis 9:6, Dios concede ya la autoridad al gobierno para establecer y determinar la pena de muerte para determinados crímenes, delitos de sangre, lo que se ratifica en Romanos 13:1-7, sobre el respeto a las leyes promulgadas por gobiernos legítimamente constituidos: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra".

Desde el punto de vista cristiano y, en definitiva, desde el del liberalismo engendrado por el cristianismo, el gobierno legítimo tiene la potestad de castigar, o no, con la pena de muerte los delitos más execrables, especialmente, los delitos de sangre.

Igualmente, de aquí pudiera extraerse la legitimidad de que los ciudadanos democráticamente pudieran decidir sobre la implantación o no de este castigo.

Así pues, que lo ejecuten no solo en el nombre de la libertad, sino en el de Dios.

lunes, 13 de diciembre de 2010

En defensa de Israel... pero no del sionismo cristiano

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EN DEFENSA DE ISRAEL

Del "cristianismo sionista" o dispensacionalismo y su influencia en la política norteamericana, que hace palidecer a la del conocido como "lobby judío", de eso hablo en la segunda parte, ahora, esta primera parte, solo versa de política y geoestratégia.

Un error absoluto, dejar claro, no obstante, este sionismo cristiano, que debe ser rechazado por cualquier cristiano de convicciones bíblicas, pues es una desvirtuación total del Evangelio.

Eso sí, por supuesto, el Estado de Israel es el único país democrático de Oriente Medio, además de una nación necesaria para Occidente en la zona. Realmente, es una nación occidental enclavada en Oriente Medio. Los judíos, pese a que el judaísmo es una religión falsa, están más cerca del protestantismo bíblico incluso que otras confesiones de las denominadas también "cristianas". Además, la economía hebrea bíblica es muy capitalista, no es de extrañar que, habitualmente y en muchos países, quiénes más éxito en los negocios y prosperidad han alcanzado han sido protestantes y judíos.



Sobre el "sionismo cristiano" hablaré mañana, pero evidentemente el apoyo a Israel debe ser político. Déjense de dispensacionalismos y de "planes de Dios para los judíos". De entre los judíos, serán salvos los que acepten al Señor Jesucristo como el Salvador, igual que cualquier miserable pecador humano, pero, mientras, en esta vida terrenal, son unos buenos aliados en defensa de la libertad y frente a totalitarismos.

Con Israel ocurre algo muy sencillo: una idea que es comúnmente aceptada en todo el mundo, sin embargo, no parece aplicable en Oriente Medio y en relación al conflicto árabe-israelí: LAS DERROTAS, CUANDO TÚ ERES EL AGRESOR, NO SALEN GRATIS.

Israel es el único país del mundo que ha devuelto territorios conquistados en un enfrentamiento bélico, como en el caso del Sinaí con Egipto. La mayoría de fronteras europeas se definieron después de guerras en las que el perdedor sufrió siempre detrimentos territoriales. ¿Alguien piensa seriamente que, por ejemplo, Polonia debe entregar a Alemania el territorio perdido por ésta tras la derrota en la II Guerra Mundial? ¿O que Rusia debe devolverle el enclave de Kaliningrado? Israel fue atacado conjuntamente por varias naciones árabes en 1949, así como en 1967 (Guerra de los Seis Días) y 1973 (Guerra del Yom Kippur), con intenciones claramente exterminatorias. Todas las intentonas fracasaron y, no obstante, desde las dictaduras árabes que rodean al país hebreo y desde parte de la comunidad internacional se sigue insistiendo en que, tras romper la baraja y no tener éxito en esta tramposa maniobra, se puede volver a pedir que se repartan las cartas.

Pese a las testarudas afirmaciones de que los árabes luchan contra "la ocupación", en realidad siempre lucharon contra la existencia misma de Israel. La verdadera "nakba" o "catástrofe" (como llaman a la creación del Estado de Israel) de los árabes ha sido haberse concentrado en la destrucción del ajeno, y no en la construcción de su propia sociedad.

Para los regímenes totalitarios árabes, la cuestión de los refugiados palestinos no ha sido más que una forma de obtener carne de cañón para cultivar el odio a Israel entre sus poblaciones. No hace falta ni abundar mucho, todos lo conocemos, en el efecto propagandístico que consiguen en Occidente.

Es bueno recordar que, en algunos países árabes, la inmigración palestina está totalmente prohibida. En otros, los campos de refugiados han verdaderas cárceles sostenidas con la millonaria dádiva internacional, dentro de los ricos estados árabes, para mantener encerrados a los "hermanos" de Palestina y usarlos como peones políticos.

Aparte de las dictaduras islámicas, los principales responsables del infortunio de los palestinos son sus propios líderes, quienes prefieren utilizar los millones de dólares entregados por Estados Unidos, la Unión Europea e Israel (rara vez los países árabes ayudaron a los palestinos económicamente) en armamento para cometer atentados, pero no en comida ni edificación ni educación ni en nada que pueda ayudar a la población a mejorar las condiciones de vida.


Algunos medios de comunicación occidentales endosan gustosamente las farsas lanzadas desde algunos de los regímenes islamistas (y petroleros) más abyectos con el fin de difamar y criminalizar a Israel y los judíos. Los "Protocolos de los Sabios de Sión", son lectura de cabecera en esos bárbaros países. ¿Protocolos de los Sabios de Sión? Más bien, hablemos de Protocolos de los Sabios del Petróleo. Si fuera cierto este "control de los judíos" sobre las finanzas y medios de comunicación de todo el mundo, que sostienen como teoría esas tiranías, seguramente no asistiríamos a estas descaradas manipulaciones, como la de la "Flotilla de la Libertad", hace pocos meses.

En Occidente, quienes consideran como absolutamente desproporcionadas las reacciones de Israel frente a agresiones como las de Hamás con cohetes sobre las localidades limítrofes con la Franja de Gaza, y que dieron lugar a la "Operación Plomo Fundido", entre diciembre de 2008 y enero de 2009, olvidan siempre un detalle: Hamás no es un movimiento de “liberación palestino”.

Nada más lejos de las intenciones de Hamás. Esta organización criminal no es más que el agente del fundamentalismo islámico en la zona, el mandatario obediente de Irán y de las corruptas petromonarquías del Golfo, un peón más en el objetivo del islamismo más radical de borrar Israel del mapa. El régimen de los ayatolás aporta anualmente 30 millones de dólares a la causa de Hamás, Kuwait donó gustosamente 90 millones en 1990, antes de que, tras la invasión iraquí del emirato petrolero, los grupos terroristas palestinos se posicionaran a favor de la invasión y de la dictadura de Saddam Hussein.

El destino o la suerte del pueblo palestino importa bien poco a los líderes de Hamás puesto que su objetivo no es la creación de un Estado Palestino (la cual no se menciona ni en su Acta fundacional ni en un único párrafo de su literatura), sino la destrucción de Israel. Hamás es un enano comparado con una de las maquinarias bélicas más poderosas del planeta, nunca destruirá el Estado de Israel, correcto. Pero tan cierto como esto es lo dicho anteriormente: es solamente un peón más, un elemento más de hostigamiento al “pequeño Satán”, al Estado hebreo, dentro de la estrategia global del terrorismo islamista no sólo contra Israel sino contra todo Occidente.

Toda pérdida de vidas humanas es triste, menos las de terroristas, por supuesto. Israel debe poner todo el cuidado en evitar al máximo víctimas civiles pues es el representante de la civilización en la zona frente a la barbarie de Hamás, pero no hay que olvidar que a estos abyectos criminales no importan las vidas palestinas que puedan perderse en el camino de sus delirios. Hamás conoce un único camino: la muerte. Es incapaz de ingeniar nada positivo para el pueblo al que dice representar puesto que lo único que enseña a amar a los niños y adolescentes palestinos es la muerte, en forma de planificación de atentados como islamikazes suicidas. La valla de separación entre Cisjordania y el territorio israelí ha evitado más atentados sangrientos.

En el norte, Israel se enfrenta a la amenaza persistente del grupo terrorista islamolibanés de obediencia iraní Hezbolá, autores del atentado de 1983, en Beirut, que costó la vida a 241 marines estadounidenses. Más al oriente, la ya conocida del programa nuclear de los sátrapas ayatolás iraníes: una amenaza para Israel y para nosotros.

NO AL SIONISMO CRISTIANO

Ahora voy a hablar un poco de este sionismo cristiano, tan en boga en no pocos círculos evangélicos de los Estados Unidos, quienes se basan en la idea de que el actual Estado de Israel sería una prolongación en nuestros días del Israel bíblico, su existencia se fundamentaría en un mandato de Dios. Paralelamente a esa visión, Estados Unidos, como único país del mundo fundado sobre una base cristiana, tendría una "misión divina" de defender a Israel, protección a cambio de la cual seguirían teniendo una posición privilegiada como nación ante los ojos de Dios. Sea realiza una interpretación torticera de Génesis 11:3, la promesa que Dios hace a Abraham y a su descendencia: "Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan". Otras obligaciones "divinas" en relación al Estado de Israel, que estos evangélicos entienden que tendría Estados Unidos, llegarían hasta el punto de tener incluso que financiar la construcción del Tercer Templo en Jerusalén, si ello fuera necesario.

Aclarar primero, sobre los derechos de los judíos a asentarse sobre la tierra actualmente territorio del Estado de Israel, que es un error bastante común creer que todos los judíos fueron empujados a la Diáspora por los romanos, después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, en el año 70 D.C., y que después, 1.800 años después, regresaron súbitamente a Palestina exigiendo que les devolvieran su país. En realidad, el pueblo judío ha conservado nexos con su patria histórica durante más de 3.700 años.

Incluso después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por los romanos y del comienzo del exilio, la vida judía en la tierra de Israel prosiguió y, con frecuencia, prosperó. Para el siglo IX se habían restablecido grandes comunidades en Jerusalén y Tiberias. En el siglo XI, había comunidades judías en Rafa, Gaza, Ascalón, Jafa y Cesárea.

Desde el siglo XII, gran número de rabinos y peregrinos judíos inmigraron a Jerusalén y Galilea. Muchos rabinos establecieron comunidades en Safed, Jerusalén y en otros lugares durante los posteriores 300 años. A principios del siglo XIX, años antes de la fundación del movimiento sionista por parte de Theodor Herzl, más de 10.000 judíos vivían en el territorio del actual Israel.

En 1909, un grupo de judíos rusos se instaló en lo que entonces era la Palestina ocupada por los británicos, cerca del Mar de Galilea, huyendo de la miseria, las persecuciones y matanzas a las que periódicamente se veía abocada su comunidad en la Rusia zarista. Al año siguiente, en 1910, estos diez hombres y dos mujeres construyeron la primera sociedad agraria basada en la cooperación y la fraternidad y donde la propiedad privada no existía. Un sistema bastante cercano a lo que entenderíamos por comunismo.

Había nacido Dgania, el primer kibutz. Durante los años 20 y 30, a pesar de las dificultades que pusieron las autoridades británicas a la inmigración judía, se convirtieron en la base sobre la cual se edificaría el Estado de Israel. Los kibbutz, de los cuales 65 de los 270 aún existentes, funcionan aún según el método comunal tradicional, mientras que el resto, prácticamente, se han convertido en empresas cooperativas inmersas en un sistema de libre mercado, como se explica en un artículo publicado en "Financial Times", titulado "The rise of the capitalist kibbutz".

El derecho de Israel a existir, al igual que el de España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y el resto de países del mundo es axiomático e incondicional. La legitimidad de Israel no está suspendida en el aire a la espera de un reconocimiento. No hay ciertamente ningún otro Estado, grande o pequeño, joven o viejo, que consideraría el mero reconocimiento de su “derecho a existir” un favor, o una concesión negociable.

El Estado de Israel basa su existencia en las mismas premisas que cualquier otro país del mundo, en definitiva.

Ahora bien, lo de estos evangélicos "cristianos sionistas" es una problemática muy similar a la que se encontró Cristo con los fariseos. Estos esperaban la venida del Mesías y el establecimiento del Reino de Dios pero en este mundo (Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo), esperaban la reconstrucción de un reino en la tierra, como el que habían regido siglos atrás David y Salomón, por eso rechazaron al Salvador. El momento en que se consuma la apostasía por parte de los fariseos, y del que una vez había sido Pueblo de Dios, lo encontramos en Juan 19:14-15: "Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dijo Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey.». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dijo Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.»". En su afán porque Pilatos condenase a muerte a Jesucristo, los fariseos llegaron a renegar de Dios, declarando que su único rey era el César romano, señor, por aquel entonces, de este mundo, rechazaban expresamente el Reino de Dios.

Los evangélicos sionistas defienden, en consecuencia, la herejía de que existen dos Pueblos de Dios separados, Israel y la Iglesia, cada uno con un plan de salvación distinto por parte de Dios. Confunden el plano terrenal con el espiritual, como confunden el significado espiritual, distinto, del término "judío" en el Nuevo Testamento.

En lugar de cosas espirituales, siguen buscando cosas materiales, terrenales, piensan que el Reino de Dios sí es de este mundo. Pero Cristo no solo dijo a Pilatos que Su Reino no era de este mundo sino que, más aún, viendo que sus seguidores pretendían proclamarle rey, se retiró a la montaña: "Y entendiendo Jesús que había de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió á retirarse al monte, él solo" (Juan 6:15). Su Reino no era de aquí, no podía verse a través de los ojos que tenemos en la cara, sino únicamente a través de los ojos espirituales: "Y preguntado por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está. Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá, cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis" (Lucas 17:20-22). Los fariseos, como estos evangélicos no podían ver el Reino de Dios porque es un reino espiritual que no podemos ver si nos quedamos en lo físico: "Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3).

No hay que perder la perspectiva de que el Pueblo de Dios, la verdadera Iglesia, el Israel celestial, desde la creación de este mundo, ha sido, es y será el verdadero cuerpo de creyentes, aquellos que son verdaderamente salvos: como ningún hombre puede ver en los corazones para distinguir entre unos y otros, por tanto la composición de Su Pueblo sólo es conocida por Dios.

La verdadera Iglesia de Dios no es una organización terrenal con gente y edificios, sino una entidad sobrenatural integrada por aquellos que han sido justificados y salvados por la fe en el sacrificio del Señor Jesucristo. La Iglesia verdadera abarca todo el período de la existencia del hombre sobre la tierra, y a toda la gente que ha sido llamada a ella. El mundo es cristiano desde su creación, puesto que Cristo, siendo Dios, es Creador de este mundo. Cuando Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y los demás creyentes del Antiguo Testamento fueron justificados y salvados por su fe, lo fueron por la fe en Jesucristo, y sus pecados lavados por la sangre de Jesucristo, exactamente igual que los creyentes del Nuevo Testamento.

No hay, en definitiva, dos Pueblos de Dios separados, Israel e Iglesia, sino uno solo desde que el primer hombre pisó la tierra. Jesús dice en Juan 10:16: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor". Y el apóstol Pablo en Efesios 2:11-16: "Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades". Hoy, somos Israel por Cristo. Si un judío, en el sentido de un seguidor del judaismo, acepta a Cristo y se convierte, sí. Si no, está fuera del Pueblo de Dios. Lo contrario, es la confusión que tienen algunos. Los israelitas, como Pueblo de Dios en el Antiguo Testamente, vivían en un espacio geográfico muy delimitado, parte de las tierras en que actualmente se asienta el Estado de Israel, y tenían unas características étnicas muy similares. Hoy no es así, sino que se encuentra diseminado por todo el mundo, pero ES UN MISMO PUEBLO EN EL CUERPO DE CRISTO (a propósito, no tiene nada que ver con el tema de la entrada, pero no, no hay en la Biblia una defensa del inmigracionismo, las fronteras abiertas ni teoría "multiculti" alguna, no, estamos hablando de unidad material entre gentes de distintas naciones, etnias y razas, sino UNIDAD ESPIRITUAL).

Otra creencia de estos evangélicos "sionistas cristianos" y que les llevan a pensar que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de las promesas bíblicas de Dios: afirman que esa promesa de la tierra hecha en la Biblia al pueblo de Israel no se cumplió hasta 1947, dando la tierra al pueblo judío como heredad perpetua. Pero es que eso no es lo que dice la Biblia: Dios sí cumplió, entregando a Israel la tierra que prometió a su padres, Abraham, Isaac y Jacob. Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto, cumplió la promesa que había hecho y les dio la tierra. ¿Qué dice la Biblia?: Josué 21:43-45: "Así dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres; y la poseyeron, y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres: y ninguno de todos los enemigos les paró delante, sino que Jehová entregó en sus manos á todos sus enemigos. No faltó palabra de todas la buenas que habló Jehová a la casa de Israel; todo se cumplió". Nehemias 9: 7-8: "Tú, eres oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; Y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste con él alianza para darle la tierra del cananeo, del heteo, y del amorreo, y del fereseo, y del jebuseo, y del gebuseo, para darla a su simiente: y cumpliste tu palabra, porque eres justo". Hechos 13: 19: "Y destruyendo siete naciones en la tierra de Canaán, les repartió por suerte la tierra de ellas".

Aparte de esto, la promesa de Dios a Israel sobre la tierra no era incondicional, como sostienen estos evangélicos, inspirados en el dispensacionalismo, sino condicional a que los israelitas cumpliesen las condiciones del pacto ("Guárdate, que no te olvides de Jehová tu Dios, para no observar sus mandamientos, y sus derechos, y sus estatutos, que yo te ordeno hoy", Deuteronomio 8:11, "Mas será, si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios, y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres, y á ellos te encorvares, yo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las gentes que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis; por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios", Deuteronomio, 8:19-20).

La promesa de permanencia en la tierra fue hecha al pueblo de Israel bajo la condición de que no se apartaran de Dios y su ley. Israel violó esta condición una y otra vez, no hay más que leer el Antiguo Testamento, atrayéndose el castigo y la cólera de Dios, por medio de las naciones vecinas, hasta que la nación israelita fue desechada completamente de su tierra. El pueblo de Israel había incumplido el pacto con Dios, lo había invalidado, como el mismo Dios había dicho a Moisés. Dios ha dicho que devolvería la tierra, pero está promesa no es sobre una tierra concreta enclavada en Oriente Medio, sino sobre la Nueva Jerusalén y el Israel Celestial, la tierra prometida a los creyentes de todas las épocas: "Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad" (Hebreos 11:14-16).

Podría extenderme más pero no quiero alargar excesivamente el rollo teológico. Más o menos queda claro que no es posible sacar de la Biblia la idea de que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de una promesa divina a los judíos ni que existan varios Pueblos de Dios con varios planes de salvación.

No me fío demasiado de las estimaciones y estadísticas que se hagan en la Europa progre, sabiendo lo "bien que caen" aquí los republicanos, pero se calcula que un cuarto de los votantes del GOP, seguirían o simpatizarían con este "sionismo cristiano", (hay quien llama al “Cinturón Bíblico” estadounidense el “Cinturón de Seguridad” de Israel). Se cree que existen 70 millones de sionistas cristianos y 80.000 pastores sionistas en los Estados Unidos, cuyas ideas son diseminadas por 1.000 emisoras cristianas de radio y 100 cadenas cristianas de televisión.

¿Qué es la influencia del "lobby judío" al lado de la de esta masa?

Como he dicho en la entrada anterior, apoyar a Israel es apoyar la democracia y la libertad en Oriente Medio y tener un sólido aliado (ya está tardando en formar parte de la OTAN), pero BASTA DE YA DE HEREJÍAS Y DE PUDRIR EL EVANGELIO.
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lunes, 25 de octubre de 2010

Idolatría (III)

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Tras hablar en las dos entradas anteriores de la idolatría a las imágenes y a la pseudo-ciencia, toca hablar para finalizar de la más extendida: la idolatría al Estado, el dios Estado como sustituto del Dios de la Biblia.

Cierto es que estoy de acuerdo en que nos queda Estado grande para rato. Y educación pública, sanidad pública, beneficencia pública,… El Estado tiene su sitio y sus funciones, no olvidemos Romanos 13 ni Jueces 25:21, y, en efecto, es poco realista pensar que, de la noche a la mañana, vamos a reducirlo. No se trata de desmantelar de golpe el Estado del Bienestar, pensar eso es una extravagancia, en todo caso, ir dando pasos para hacerlo más racional, como, no hay que olvidar, hizo Margaret Thatcher en su primera legislatura como Primera Ministra del Reino Unido, con algunas medidas como los cheques para parados, sin que nadie, que esté mínimamente cuerdo, la tache de “socialista” por ello. Si se suprimiera de golpe, sería una catástrofe, precisamente por el descomunal tamaño que ha adquirido el Estado-niñera y el empobrecimiento y gente dependiente de él que ha creado. Como dije, al iniciar la web, el objetivo es la reforma del mal llamado Estado del Bienestar y acabar con la cultura del subsidio y la dependencia, intentar tender a que lo único imprescindible fueran prestaciones mínimas (sanitarias, educativas, etc.) para las clases socialmente excluidas. Entretanto, mientras no se llegue a este fin, los servicios básicos deben estar garantizados pero de la manera más eficiente posible, para evitar el parasitismo y la gorronería, dando prioridad a los sistemas de gestión privados en aquellos ámbitos que funcionen mejor e incentivando la iniciativa privada de acuerdo a unos parámetros de calidad.

Esta entrada, simplemente, pretende ilustrar sobre cómo la ausencia de responsabilidades mata la virtud en una sociedad.

The Economist publicó, a principios de año, un informe, según el cual, hemos sido testigos de un amplio crecimiento del tamaño del Estado desde bastantes años antes de la crisis económica. Cierto que el semanario británico está más bien escorado al libertarianismo, pero, aún así, dio una serie de datos interesantes como que, en el Reino Unido, los laboristas habían aumentado el gasto público en el National Health Service (sistema público de salud) en un 6% anual, así como el gasto en educación, con el beneplácito de los conservadores, durante sus 13 años de gobierno, hasta el punto de que, en ese período, dos tercios de los nuevos trabajos habían sido creados por el sector público, donde los salarios también crecieron más que en el privado, más burocracia y más gente dependiente del Estado y en mayor medida. En Estados Unidos, durante la presidencia de George W. Bush, había aumentado el gasto en Medicare, el programa público de salud, se había extendido el control del Estado sobre la educación, se creó el mayor organismo burocrático desde la II Guerra Mundial, el Departamento de Seguridad Nacional, si bien es cierto que no debemos olvidar y puntualizar, en relación a esto último, que, desde el 11-S, se ha producido una situación totalmente anómala hasta entonces como ha sido la constante alerta ante posibles nuevos macroatentados terroristas (Ronald Reagan también hubo de dedicar un buen trozo del PIB a las investigaciones destinadas a la Iniciativa de Defensa Estratégica, el programa para detección e interceptación de posibles ataques soviéticos con misiles intercontinentales, la conocida también como Guerra de las Galaxias, y al sprint final de la Guerra Fría) y el número de páginas de las regulaciones federales aumentó en más de 7.000.

La realidad es que, por ejemplo, pese a la cantidad de leyendas urbanas que circulan, en cuanto a sanidad pública, hasta el plan de Obama, Estados Unidos dedicaba a la misma aproximadamente el 16% del PIB, más que cualquier otro entre los países desarrollados. Los ciudadanos sin seguro representan apenas el 15,6% de una población de más 300 millones de habitantes. No tener seguro médico es muy distinto a no recibir asistencia sanitaria. ¿Acaso alguien piensa que la gente sin seguro no recibe atención médica y se la deja morir en plena calle? La realidad de las cifras indica que, mientras que el intervencionismo extremo no lo estropee convirtiéndolo en una Europa “socialdemocratizada” al otro lado del Atlántico, Estados Unidos cuenta con la mejor infraestructura hospitalaria del mundo, los últimos adelantos terapéuticos y los más eficientes equipos de tecnología médica e innovación investigadora. Y todo ello, además, en manos de los mejores profesionales de la medicina y de investigadores reconocidos y premiados por su labor en las más altas esferas de la investigación médica. Lo que siempre se omite al hablar del 15,6% de norteamericanos no cubiertos por un seguro médico es que no todos están en una situación en la cual no pueden permitírselo económicamente, sino que, la inmensa mayoría, por su juventud o por deseo expreso, no quieren pagar a una aseguradora, ni tampoco esperan que el Estado les pague el seguro.

El gasto público en Estados Unidos, a mediados de 2008, equivalía a más del 40% del ingreso nacional, sin contar gastos por fuera del presupuesto, como aquellos por cuenta de las empresas del Gobierno Fannie Mae y Freddie Mac, ni los empleados en los rescates financieros. Más de cuarenta de cada cien dólares generados por la economía, son retenidos por el Gobierno en contra de la voluntad de los ciudadanos individuales que han logrado tal ingreso.

La crisis financiera, que empezó a asomar las orejas, con sus síntomas, a finales de 2007 y a mostrar su cara a mediados de 2008, provocó un desplome de los mercados, los Estados intervinieron a una escala sin precedentes en décadas, para inyectar liquidez, nacionalizar o rescatar bancos y compañías que eran consideradas como demasiado importantes para las economías nacionales como para dejarlas quebrar así como así. El plan de rescate financiero firmado por Bush, en octubre de 2008, libró a muchos de responsabilizarse de sus errores, cometidos al poner el crédito en manos de quienes no podían devolverlo, al preverse en el mismo una compra por casi 700.000 millones de dólares de activos dudosos vinculados al crédito hipotecario. Ya en 2009, el Gobierno norteamericano se hizo cargo de General Motors, siendo adquiridas el 60% de sus acciones por el Tesoro de los Estados Unidos (aparte, un 11% pertenece al Gobierno canadiense y otro 10% al sindicato mayoritario en la empresa), comenzaba a gestionar empresas hasta entonces privadas y no solo al otro lado del Atlántico. En el Reino Unido, el Gobierno comenzaba también a gestionar bancos mientras otros países comprometían hasta el 2,5% del PIB en estímulos a la economía.


Es indudable que estamos en una época de profunda desconfianza hacia lo individual y en la que el impulso es recostarse en el regazo del Estado, de lo colectivo.

De la mayor o menor eficacia de la intervención estatal frente a lo privado, no hablaré aquí (porqué en los Estados Unidos la esperanza de vida son 78 años y en la socializada Europa son 79, la sanidad pública nos “proporciona” una año más de vida), quizás más adelante. A lo principal que quiero llegar es a algo que señaló genialmente
William Whitelaw, quien ocupó el puesto de representante en funciones de Margaret Thatcher durante muchos años: el Partido Laborista se dedicaba a ir por todo el Reino Unido fomentando la apatía. Los gobiernos grandes tienen como una de sus armas, precisamente esa, crear la sensación de que los problemas son tan abrumadores, tan complejos, tan inabordables que tan solo intentar ponerse a buscarles salida supone un quebradero de cabeza terrible y que lo cómodo es mostrarse indiferente y aceptar que sólo el gobierno puede abordarlos. Gubernamentalizar, asumir por parte del Estado las responsabilidades individuales, es algo que cuesta un dinero y, tras los trece años de laborismo, casi tres cuartas partes de la economía en tierras británicas dependían del gasto público.

Pero esto no siempre fue así en el mundo angloparlante, erase una vez liberal. La responsabilidad individual es uno de los pilares fundamentales sobre los cuales cimenta el liberalismo clásico su defensa de la libertad. Pese a Obama, Estados Unidos aún es y será la líder dentro del mundo democrático y libre. Este principio entronca directamente con la tradición cristiana de los puritanos ingleses que arribaron al Nuevo Mundo allá por el siglo XVII: al igual que la salvación eterna era una responsabilidad individual de cada hombre con Dios, en la sociedad humana cada persona sería responsable de sus actos, de sus aciertos y de sus fracasos. Y así lo plasmó la joven nación americana en los valores que forjaron su Constitución, a fines del XVIII.

El socialismo combate vehementemente este principio a base de leyes a través de las cuales nos promete una vida fácil y placentera sin tener que realizar esfuerzo alguno, sin arriesgarnos en nuestras decisiones y sin que tengamos que asumir las consecuencias de nuestros errores, porque sabe perfectamente que esto es algo muy atractivo, sobre todo para los más jóvenes. Es una salida y una huida hacia adelante muy fácil pensar que, por el hecho de haber nacido, tenemos el derecho a que otros vengan a tapar el resultado de las elecciones que realicemos, por muy idiotas que estas sean. Y porque sabe perfectamente que ésta es la mejor forma de poner los cimientos para construir enormes gobiernos que controlen cuantos más aspectos de la vida de los individuos, mejor.

Pero los individuos tenemos derechos activos, no pasivos. En nuestro país, la Constitución reconoce un amplio catálogo de los primeros y de los segundos, aunque algunos sean principios de actuación de los poderes públicos, más que derechos propiamente dichos, y conste que hay que decir que, pese a estas deficiencias, ha sido un instrumento que, al menos, ha proporcionado a España tres décadas mínimamente estables, como no habíamos tenido en nuestro país en siglos. Tenemos derecho a trabajar, pero no a que nos den un empleo. Tenemos derecho a usar el dinero que obtengamos por ese trabajo en cubrir las necesidades que entendamos más urgentes. No tenemos derecho a que nos den algo porque digamos “yo no tengo dinero para pagarlo”. Un médico sí tiene derecho a que le paguemos por su trabajo, un abogado tiene derecho a que le abonemos sus servicios profesionales, igual que el dueño de la tienda de alimentación a que le paguemos por la comida que le compremos. Los derechos son derechos a hacer, no a recibir pasivamente cosas de otros. Ni a coaccionar a esos otros para que nos las den porque “yo no tengo dinero para pagarlo”. Si otros me lo dan cuando yo esté en situación de necesidad será encomiable por su parte, pero voluntario. Los liberales no estamos en contra de la solidaridad con los demás. Incluso un libertariano como Robert Nozick consideraba encomiable la caridad y la solidaridad con los menesterosos, precisamente por ser voluntaria. Con mayor razón aún los liberales. No hablamos, en estos casos, de derechos, sino de necesidades. La comida y el agua son necesidades diarias, muchísimo más urgentes y perentorias que la sanidad, que es más costosa pero más eventual en la vida de una persona. Y nadie en su sano juicio habla de universalizar el suministro de agua y alimentos.

Las políticas de destrozo de la idea de familia van en la misma dirección. La familia es la red en la cual el individuo puede apoyarse en situaciones de necesidad, lejos de la ayuda que el Estado le ofrezca a cambio de aceptar sus imposiciones. Ojo, que un servidor, a sus poco más de 30 años, por voluntad de Dios, por supuesto, aún no está casado, pero la verdad es así. Situación, la personal mía, que, por supuesto, resolverá Dios cuando crea oportuno.

Las sociedades sin responsabilidad individual y con gobiernos grandes e intrusivos se caracterizan por su empobrecimiento. La suma de individuos empobrecidos no sólo materialmente sino, también, moral e intelectualmente genera una sociedad empobrecida en lo material, lo moral y lo intelectual. Estos individuos no tendrán inconveniente en poner a disposición del Estado, si es necesario, hasta el 50% de su patrimonio, a través de una expoliatoria política fiscal, trabajando hasta el verano sólo para pagarle a este Leviatán, con tal de que le garanticen salir del trabajo el viernes al mediodía y sentarse ante el televisor hasta el domingo por la noche sin preocupación alguna. Las personas que tienen miedo de las responsabilidades tienen miedo de la libertad misma.

Como he dicho al principio, la realidad es que es propio de una utopía pensar que a esto le va a quedar poco, pero las dos manifestaciones más preeminentes de este descargo sobre el Estado de la responsabilidad individual propia y de la creciente dependencia hacia él son el sistema educativo y la sanidad pública.

Moralmente, al restringir amplias parcelas de la libertad de la gente y eximirles de responsabilidades individuales, familiares y sociales, el Estado también hace innecesaria la virtud. Hay pocos espacios de la vida diaria donde el Estado no tenga, como mínimo, alguna influencia en la manera en cómo vivimos. Pero al librarnos de nuestra libertad y de la posibilidad de errar en nuestras decisiones, a la vez, nos libera también de nuestra obligación, y esto nos deja con una ética social que carece de cualquier virtud real. Evidentemente, no es lo mismo atender a las necesidades ajenas de forma voluntaria que de forma coactiva.

¿Tiene esto alguna incidencia en la vida en la fe cristiana? Indudablemente. Recordemos Santiago 2:14-17: “Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene las obras? ¿Por ventura esta tal fe le podrá salvar? Y si el hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les diereis las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿qué les aprovechará? Así también la fe, si no tuviere las obras, es muerta en sí misma”, y Efesios 2:8-10: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. No somos justificados por nuestras buenas obras sino por la gracia de Dios, como dijo Calvino, lo cierto es que somos justificados no sin obras pero no por obras, ya que en nuestra comunión en Cristo, que nos justifica, la santificación está tan incluida como la justicia. En resumidas cuentas, las obras no es lo que nos salva, para que no quitemos nada de esa gloria a Dios, sino que son el testimonio de esa salvación. Jesucristo dijo que “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”, lo que significa que si quienes dicen ser cristianos, quienes profesan haber sido justificados sólo por la fe y por lo tanto confiesan que no tienen nada que contribuir a su justificación, si no se comportan, sin embargo, de una manera superior al comportamiento del resto de personas, las que esperan salvarse por sus obras, y las que, directamente, son incrédulas, no entrarán en el reino de Dios, puesto que no será cierto que su justificación se haya producido, sus obras no habrán dado testimonio de esa salvación.

Es evidente que el Estado no me va a hacer que “me condene”. El Estado es casi omnipresente en nuestros días pero nada puede hacer ante la omnipotencia del eterno decreto del Creador. Nadie que sea salvo perderá su salvación. Sin embargo, si ya no soy responsable por ayudar a mi vecino porque el Estado lo hace por mí ya no tengo la oportunidad de practicar las virtudes cristianas, el Estado me está privando de la oportunidad de practicar plenamente la fe cristiana. Igualmente, si me sobrecarga de impuestos y me dificulta poder emplear parte de mis ingresos en atender las necesidades de otros puesto que la cantidad que me queda es la justa para mantener a mi familia, hasta tal punto que, si me privara de algo de ese dinero, tendría que acudir a los programas de beneficencia pública y secular, el Leviatán estatal también me está obstaculizando en la práctica y el cultivo de la virtud cristiana, de esas buenas obras.

Esto genera un tipo de sociedad basada en una ética socialista de la beneficencia estatal, en lugar de una que sea fruto de una ética de libertad individual vinculada a un fuerte sentido de familia y responsabilidad individual. El Estado adopta un papel que en ningún momento le da la Biblia y para ello nos exige una cantidad de nuestros ingresos muy superior a la del diezmo bíblico (el 10%). Incluso las iglesias se colocan en un rol muy distinto al que les corresponde. Aunque estemos hablando de una institución mundana, como la Iglesia Católica Romana, en España, en virtud de varios Acuerdos firmados entre el Estado español y la Santa Sede, el 3 de enero de 1979, disfruta de un régimen privilegiado frente a otras confesiones, mediante el cual se mezcla con el Estado, como en los tiempos del Imperio Romano. El modelo de financiación supone, de facto, que todos los españoles están obligados a la financiación de la Iglesia Católica Romana, y por otra parte, se perturba el derecho a no ser obligado a declarar sobre las creencias religiosas. La Iglesia presume de sus obras de caridad financiadas, sin embargo, en gran parte, con cargo a fondos públicos, es parte de la beneficencia socializadora estatal. Incluso ha incorporado a su doctrina la retórica redistributiva estatalista, en la práctica, desarrolla un socialismo con agua bendita. No debiera importarme demasiado, en principio, puesto que es una iglesia que es bien sabido que está comprometida en íntimo sincretismo con la religión que prevalece actualmente, la del humanismo secular, y que venera a su principal ídolo, el Estado, el problema es tener que contribuir a esto con nuestros impuestos. La propia idolatría católica se expande a través de los canales que le proporciona el Estado mediante la presencia de crucifijos y otros símbolos papistas en edificios públicos y en las tomas de posesión de altos cargos, o el paseo de imágenes e ídolos por miembros de las fuerzas de seguridad o del ejército, sin que gobiernos como el actual del PSOE (tan comprometidos, en teoría, con la libertad religiosa y la separación Iglesia-Estado) muevan ni un dedo (mucho menos esperemos que lo haga uno del PP). Pero no solo esto, en otros países, incluso ministerios de algunas iglesias cristianas son financiados por programas del Estado, el cual, como es lógico, exige fidelidad a su nueva religión humanista, obligando a las iglesias a que diluyan su carácter cristiano. Muchos cristianos tienen puesta toda su confianza en el Estado, en lugar de en la forma bíblica de cubrir las necesidades.

La Biblia es uno de los libros que señala más claramente los límites de un gobierno legítimo, con reglas muy claras para lograr la prosperidad personal y nacional, precisamente a través de los principios que más han expandido la prosperidad y el bienestar por todo el mundo: jueces independientes, impuestos bajos, educación en valores, esfuerzo personal, responsabilidad individual, respeto a la propiedad privada y trabajo bien hecho. En Samuel I, 2:30, se nos dice que “Yo honraré a los que me honran y los que me desprecian serán tenidos en poco”. Dios bendice a quienes obedecen sus enseñanzas y deja a su destino a los que deciden volverles la espalda. No hay más que ver el destino de las naciones que caen en el relativismo y el anticristianismo, la degradación material y moral. No sólo moral, porque muchos dirán que la moral es algo relativo, sino también material. Puesto que el caso es que, hoy en día, estas bendiciones a las naciones se buscan a través del nuevo dios, el Estado, no a través del Dios bíblico, nosotros mismos convertimos al Estado en una religión, en un ídolo. Dejamos que sobrepase sus funciones legítimas y que éstas las cumpla muy deficientemente o ni siquiera las cumpla. Se piensa que seguridad y defensa son cuestiones menores. La justicia, hasta que no nos toca sufrirla, otro tanto de lo mismo. OJO: DEBEMOS CUMPLIR LAS LEYES. Los ancapistas locos no tienen sitio ni en el Cuerpo de Cristo ni entre los liberales clásicos. Los gobiernos son instituidos por Dios para bien o para mal, Romanos 13:1-2 no hace excepciones: “Toda alma se someta á las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas. Así que, el que se opone a la potestad, a la ordenación de Dios resiste: y los que resisten, ellos mismos ganan condenación para sí”. El Estado ha sido ordenado por Dios, rechazando toda forma de anarquía, fundamentalmente para preservar nuestra libertad y propiedad y establecer unas normas de orden público de obligado cumplimiento para todos, pero no para usurpar las funciones que corresponden a los individuos, las familias y las iglesias ni arrebatarnos la libertad. Ahí es donde comienza a convertirse en un ídolo.

El problema, además, es cuando incumple las funciones que le señalan los dos siguientes versículos: “Porque los magistrados no son para temor al que bien hace, sino al malo. ¿Quieres pues no temer la potestad? haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; Porque es ministro de Dios para tu bien. Mas si hicieres lo malo, teme: porque no en vano lleva la espada; porque es ministro de Dios, vengador para castigo al que hace lo malo”. El socialismo, precisamente, tiende a menospreciar estas funciones legítimas del Estado, la defensa de los inocentes y el castigo de quien hace el mal a otros. Desarrolla teorías criminológicas, según las cuales, el delito siempre se cometería por alguna razón especial que no forma parte per se de la naturaleza del individuo: pobreza, desempleo, discriminación, enfermedades mentales; es decir causas ajenas a él que enajenan su voluntad. El criminal terminaría convirtiéndose en una víctima. Para evitar esto, insiste en que el Estado debe copar todo lo que es función de la sociedad, arrogarse la justificación del malvado, lo cual corresponde solo a Dios y, en cambio, se evade de una de sus funciones terrenales, cual es el castigo del crimen. El Estado ya no pronuncia justicia, ya no ejecuta castigo contra el malvado.

Mientras, se muestra hiperactivo y con un músculo muy fuerte a la hora de hacer lo que no debe: limitar nuestra libertad y difuminar la responsabilidad y la virtud. Sobre esto último, el Estado no es que deba, es que ni siquiera puede hacernos más virtuosos. Ahora bien, sí que puede hundirnos en la falta de virtud. Tampoco nos puede hacer más libres pero sí puede actuar como un tirano.

Si negamos la potestad de Dios para predestinarnos es que la predestinación que reconocemos es la de otros dioses. Hoy día, para la mayoría, el Estado es ese dios predestinante, desde la cuna a la tumba. Siempre adoraremos, el hombre es un ser adorador y un idólatra en potencia. Será al Dios de la Biblia o a otros dioses. El agnosticismo y el ateísmo, contrariamente a lo que se piensa, no son ausencia de dios. La palabra “ateo” ni siquiera parece en la Biblia, cuando se habla en la Escritura de seguir a otros dioses y abandonar a Dios, debemos interpretarlo en su contexto pues igual que los israelitas mezclaban el culto a Dios con el culto a Baal y Moloc, hoy día mezclamos el cristianismo con el humanismo secular. Si no seguimos al Dios de la escritura, siempre habrá otro dios al que seguiremos. Y, hoy día, el Estado es el dios que predomina.

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viernes, 15 de octubre de 2010

Idolatría (II)

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Hablé en la entrada anterior sobre la idolatría que constituye una de las doctrinas fundamentales de la Iglesia Católica Romana y esa especie de simbiosis o sincretismo entre creencias cristianas y paganas. Pero yo, al fin y al cabo, no soy católico sino cristiano. El problema fundamental con la Iglesia Católica Romana es la creencia que enseña esta institución de que la sola fe en Jesucristo no es suficiente para la salvación, que la sangre de Cristo derramada en Su sacrificio en la Cruz del Gólgota no fue suficiente para pagar por los pecados. ¿Son salvos los católicos? Está claro que ni siquiera todos los protestantes se puede decir que sean salvos puesto que la Salvación depende de la fe únicamente en Jesús para la misma, otorgada por exclusiva Gracia y misericordia de Dios, si dependiera de pertenecer a una iglesia u otra, es que entonces dependería de las obras y los actos propios, dependería de que el creyente tuviera acierto a la hora de escoger la iglesia correcta, lo cual no es bíblico. Ahora bien, no hay que olvidar Isaías 55:11: "así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié". La Biblia tiene una fuerza y una dureza mayor que el diamante. Por algo todos quienes han intentado destruirla han fracasado. Por muchas enseñanzas y prácticas antibíblicas que se propaguen la Verdad del Evangelio siempre saldrá a la luz. A fin de cuentas, algo de la Biblia sí se enseña en la Iglesia Católica, algunos de sus fieles sí la escudriñan y leen y las ediciones católicas de la misma, salvo los libros apócrifos, también conducen a la Verdad. Puede haber católicos romanos que tengan toda su fe en Jesucristo para la Salvación, creyentes, a pesar de lo que la Iglesia Católica enseña, no gracias a lo que enseña, por supuesto, y porque por muchas patrañas y engaños mundanos con los que se enrede, al final, Cristo siempre triunfa.

Más alarmante aún, son es el sincretismo entre cristianismo y otras creencias mundanas dentro de los evangélicos.

Una de las manifestaciones de esto es el conocido como "creacionismo científico". Les recomiendo esta entrada publicada, hace varias semanas, por el señor Alfredo en su bitácora. Este movimiento supone algo así como tirar a la papelera 2 Timoteo 3:16-17, "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". Muy similar a la interpretación que hace la Iglesia Católica Romana de este versículo, que la Biblia es materialmente suficiente pero no formalmente suficiente: materialmente en el sentido de que todo lo que un cristiano necesita lo encontrará en las Escrituras, pero formalmente porque, pese a que lo todo lo pueda encontrar, para entender la Biblia, necesitaría que la Iglesia Católica Romana la interpretase, a la luz de su tradición.

Más o menos, creo que podría verse esto como algo similar, pretender que el cristiano sí que tiene todo en el relato del Génesis pero para que para entender la Creación necesita añadidos ajenos a ese relato, retorcerlo para adaptarlo a teorías pseudocientíficas (ideas disparatadas como la de la envoltura de vapor de agua alrededor de la Tierra, por ejemplo, para tratar de "demostrar" el Diluvio, busquen en internet, es fácil encontrar más webs cristianas que defienden estas cosas) que pretenderían "demostrar" su veracidad. Colocar la verdad no en la Palabra de Dios sino en estas supuestas teorías, además no verificadas en modo alguno. Puesto que no solo es que se hurte la verdad de la suficiencia del relato bíblico sino que, es más, encima, se pone y se la hace depender de hipótesis que ni siquiera la ciencia ha verificado.

No hay que mezclar churras con merinas, ciencia y fe van por caminos distintos y no se trata de que la segunda rechace la primera, sino de tener claro que nos da cada una. La ciencia nos da conocimiento del mundo que nos rodea nos llega a través de los sentidos, la observación y la experimentación (debe contemplarse de una forma intelectual, como una forma de obtener conocimientos); el de Dios llega a través de la verdad revelada en la Biblia, a Dios no se le conoce mediante la ciencia sino mediante la revelación de Su Palabra (o se acepta la verdad revelada o no se acepta, no es algo sometido a experimentación). La ciencia, los descubrimientos que se realicen, pueden hacer que nos impresionemos ante la obra de Dios a través de la armonía perfecta que existe en el Universo, la complejidad y reproducción del ADN o el funcionamiento de las leyes de la física (en la propia Biblia, Salmo 19:1, se dice: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos"), pero eso es distinto, no es buscar la revelación a través de la observación o de la construcción de hipótesis, que es lo que hacen estos creacionistas científicos, no serían la premisa de la que partir.

Pero es que el creacionismo científico ni es ciencia ni es fe. Es dar la razón a los evolucionistas materialistas o ateos que postulan que evolución y creación son dos conceptos excluyentes como el agua y aceite, intentando explicar el Génesis mediante curiosas teorías en las que cualquier parecido con la ciencia es pura coincidencia.

Sus orígenes podemos encontrarlos allá por 1963, cuando Henry M. Morris, antiguo profesor universitario, doctorado en Hidráulica, y un grupo de creacionistas como él, en 1963, organizaron la "Sociedad para la Investigación de la Creación". En 1972, fundó el Creation Research ("Instituto para la Investigación de la Creación", ICR de San Diego), institución privada no lucrativa, cuyo objetivo original fue publicar literatura creacionista y hacer campaña en las escuelas públicas en favor de las interpretaciones de los orígenes humanos a la luz de la Biblia. A pesar de presentarse como una organización de carácter apolítico y aconfesional, el ICR exige a todos sus miembros una confesión de fe sobre el fijismo de las especies creadas, la universalidad del Diluvio y la realidad histórica de la Creación, según el Génesis. En 1981, Morris obtuvo la aprobación oficial para la escuela superior, que ofrece títulos en Ciencias de la Educación, Geología, Astrofísica, Geofísica y Biología. Puesto que el ICR no está refrendado por la Western Association of Schools and Colleges, las escuelas más acreditadas no reconocen sus títulos ni aceptarán sus créditos de clase para un traslado de matrícula.

El profesor Morris decía que la Biblia era el libro de texto sobre la ciencia del creacionismo. De tal modo, que la creación habría tenido lugar en días de 24 horas, excluyendo absolutamente toda evolución. Para Morris, la fisonomía actual de la Tierra se debía al Diluvio universal. Esta perspectiva fue compartida por importantes teólogos de Princeton como Benjamin Warfield, Duane Gish, el reverendo Jerry Falwell y el Sínodo Luterano de Missouri, de donde surgió un buen grupo de colaboradores de Henry Morris para organizar el creacionismo científico en 1963.

Estos señores habrían forjado un culto ajeno a la Biblia, mezclando sus ideas con las Escrituras y moldeando otra cosa. Su contraparte serían los partidarios del evolucionismo materialista. Para ellos, las teorías evolucionistas serían la prueba científica definitiva de que no es admisible la Creación. El avance y los descubrimientos científicos habrían descartado que el origen del universo y del hombre se explicasen por la existencia de un Dios creador, eterno y omnipotente.
El hombre no es más que un producto de la evolución al azar de la materia, y los valores humanos son algo casual y relativo, no forman parte de una impronta que Dios deje a todos los hombres ya que están en función de las condiciones en que se ha realizado dicha evolución material, es decir, igual que robar, habitualmente, no todos, lo vemos como algo moralmente censurable, podría ser que hubiéramos desarrollado el valor contrario.

El relato del Génesis es algo que tiene que ver con los cimientos de todo el edificio. Si no hubo caída, no hubo pecado original, no lo heredaríamos, luego no necesitaríamos el sacrificio de Cristo, la propia existencia de Cristo como único Salvador pasaría a ser irrelevante. Creo que no es raro que sean los versículos más atacados de la Biblia, precisamente por eso, desde el ateismo se piensa que dinamitarlos es hacer que se resquebraje todo el edificio. Y los señores creacionistas científicos no hacen sino dar la razón a los evolucionistas materialistas. Olvidan una cosa fundamental: ES INÚTIL RAZONAR, EN BASE A LA LÓGICA, SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS CON ATEOS, PUES LA FE NO SE OBTIENE A TRAVÉS DE DEDUCCIONES LÓGICAS Y, ADEMÁS, LOS ATEOS SIEMPRE EMPIEZAN A CONSTRUIR SUS PREMISAS A PARTIR DE LA NEGACIÓN DE DIOS. ¡Entérense, señores creacionistas científicos!

La Biblia toda ella es la verdad literal pero las narraciones que contienen no tienen porque ser literalmente verdad, sobre todo muchas del Antiguo Testamento, escritas siglos después de producirse los hechos que se narran (lo que no cambiaría es la parte teológica, puesto que Dios no se contradice). Jesucristo mismo también enseñaba en base a numerosas parábolas, que, obviamente, no eran historias reales sino para extraer una enseñanza teológica de ellas. Jesús dijo "yo soy la vid verdadera" y, es obvio, Él no era una vid. La ciencia está ahí y se basa en hipótesis pero la fe va por otro camino distinto.

Dejando al lado el debate sobre la existencia o no de Dios, pues es absurdo y además la propia Biblia no solo no obliga a demostrarla sino que declara que el hombre no puede acercarse a Dios a través de sus propios esfuerzos ni tampoco puede entender las cosas de Dios por sí mismo, sí que es interesante comprobar que el cuestionamiento de las Escrituras por parte de los incrédulos, al desconocer la teología, siempre se hace centrando el ataque en la inexactitud o la falsedad de los hechos que se narran.

Cuando la Biblia no sería un manual de paleontología o un tratado histórico sobre el antiguo Oriente Medio hasta la época romana, sino un conjunto de narraciones, con mayor o menor base histórica, porque, para empezar, esa no sería la pretensión, pero que de todas sus páginas, del Antiguo o del Nuevo Testamento, podríamos sacar las mismas enseñanzas: que existe una soberanía de Dios sobre todas las cosas de este mundo, que el hombre por su naturaleza caída y pecaminosa es incapaz de alcanzar la salvación y que esta se obtiene solamente por gracia, sólo a través de la fe por la sola obra de Cristo, en aquellos predestinados por Dios, y no por buenas obras, aunque estas sean el testimonio de la fe y para ello la Biblia nos dé el patrón, la parte moral, la parte de la ley no derogada por Cristo.

Lo rechazable de plano sería desde luego este creacionismo científico, usar el calzador para introducir en la Biblia hipótesis que ni siquiera se pueden etiquetar como "científicas", como he dicho, sino como tonterías. No es cristiano ni es bíblico porque implica una enorme desconfianza hacia Dios de parte de los que lo defienden y la realidad es que es una toda cesión ante el sector materialista y ateo dentro del evolucionismo, que es el que más se ha empeñado desde el principio, desde Darwin, y más ha insistido en que creación divina y evolución de las especies por narices deben ser excluyentes una de otra.

Los creacionistas científicos no confían en Dios sino en una pseudo-ciencia, en definitiva, dan culto a otra cosa, a algo que ha sido creado por ellos y no a quien les ha creado a ellos. Son idolatras al mismo nivel que puedan serlo los evolucionistas ateos, puesto que, como buenos idolatras, adoran la obra de sus manos.

Por cierto, mi posición: creación y evolución no han de ser excluyentes. Una es fe y otra es ciencia. Yo no le doy la razón a quienes defienden que la existencia de Dios depende de conseguir falsar la teoría de la evolución pues, en ese caso, no es de fe de lo que estamos hablando.
Digan lo que digan sus partidarios, este creacionismo científico no debe enseñarse en colegios públicos, como llevan años intentando en los Estados Unidos. Otra cosa serían los colegios privados que acepten esta doctrina, ahí sí estarían en su pleno derecho.


Me he extendido más de lo que esperaba con esta cuestión, así que publicaré una tercera parte sobre educación y estatismo.
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sábado, 9 de octubre de 2010

Idolatría (I)

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Sé que me leen muchos católicos romanos, que alguno de ustedes serán muy devotos de algún Cristo, alguna Virgen o algún santo, en concreto, de la imagen que, en madera, piedra, mármol o cualquier otro material, los represente (en España incluso hay peleas en algunos lugares y entre algunas personas, para dilucidar qué virgen, santo o patrón es “mejor”), pero estas dos entradas no se limitan únicamente a la idolatría católica. Bueno es hablar no solo de la idolatría evidente, sino de la idolatría más sutil, la que, lamentablemente, se da en iglesias evangélicas, también, y aquella que, como la anterior, se nos intenta imponer actualmente desde el Estado mediante su arma letal, los colegios públicos, una forma de idolatría que no necesita ídolos físicos tallados en madera, esculpidos en mármol o forjados en metal.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás á ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, á los que me aborrecen, Y que hago misericordia en millares á los que me aman, y guardan mis mandamientos”, es el segundo mandamiento (Éxodo 20:4-6). Pero no olvidemos el primero: “Yo soy JEHOVÁ tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3).

Como saben, desde la Iglesia de Roma, se dice que venerar un santo, un crucifijo, una cruz, una virgen, un altar o una reliquia no tiene nada que ver con la adoración a los ídolos y que, es más, supone una ayuda para los fieles, al tener algo físico sobre lo que fijar la vista. Fíjense, no obstante, la justificación que se hace en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26)”. La serpiente de bronce fue una figura, creada por Moisés, que hay que situar en un contexto muy concreto: “Y partieron del monte de Hor, camino del mar Bermejo, para rodear la tierra de Edom; y abatiose el ánimo del pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? que ni hay pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo: y murió mucho pueblo de Israel. Entonces el pueblo vino á Moisés, y dijeron: Pecado hemos por haber hablado contra Jehová, y contra ti: ruega á Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo á Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare á ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de metal, y púsola sobre la bandera, y fue, que cuando alguna serpiente mordía á alguno, miraba á la serpiente de metal, y vivía” (Números 21:4-9). Sin embargo, dicha serpiente hubo una época en que llegó a tener efectos perniciosos hasta el punto de que el rey Ezequías hubo de destrozarla pues Israel le rendía culto y la honraba quemándole incienso: “El quitó los altos, y quebró las imágenes, y taló los bosques, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban perfumes los hijos de Israel” (2 Reyes 18:4). ¿Molestó aquello a Dios? En absoluto: “Hizo lo recto en ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre” (versículo 3), puesto que “En Jehová Dios de Israel puso su esperanza: después ni antes de él no hubo otro como él en todos los reyes de Judá” (versículo 5). La adoración (o “veneración”, como dicen eufemísticamente) de las imágenes fue adoptada por la Iglesia Católica Romana en el Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 787, con la excusa de que Jesucristo, al ser la encarnación de Dios en carne humana, había derogado la prohibición de darles culto (aquí se les escapa la palabra “culto”). ¿Cómo se explica entonces que en 1 Corintios 10:14 nos advierta expresamente: “Huid de la idolatría”?. Como vemos, pues, el culto o adoración a las imagenes que predica la Iglesia Católica Romana tiene su fundamento no en la Biblia, sino en la tradición católica.

La realidad es que la Biblia nos enseña que postrarnos ante una imagen fabricada por el hombre (ojo: recordar que no debe ser algo físico, pero de eso hablaré en la segunda parte) es adorar las obras de nuestras propias manos, adorar lo que nosotros hemos hecho en lugar de adorar al Dios que nos ha hecho a nosotros. La idolatría era una ofensa capital en Israel porque era una traición contra Dios y así aparece continuamente en el Antiguo Testamento, tal era su importancia:

Levítico 19:4: “No os volveréis á los ídolos, ni haréis para vosotros dioses de fundición: Yo Jehová vuestro Dios”.

Levítico 26:1: “No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros á ella: porque yo soy Jehová vuestro Dios”.

Salmo 115:1-8: “No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad. ¿Por qué han de decir las gentes: «¿Dónde está ahora su Dios?»? Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho! Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; orejas tienen, pero no oyen; tienen narices, pero no huelen; manos tienen, pero no palpan; tienen pies, pero no andan, ni hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen y cualquiera que confía en ellos”.

Isaías 44:9-20: “Los que modelan imágenes de talla, todos ellos son nada, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos, para su confusión, son testigos de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién fabrica un dios o quién funde una imagen que para nada es de provecho? Todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son seres humanos. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán y serán a una avergonzados. El herrero toma la tenaza, trabaja en las brasas, le da forma con los martillos y trabaja en ello con la fuerza de su brazo; luego tiene hambre y le faltan las fuerzas; no bebe agua, y se desmaya. El carpintero tiende la regla, lo diseña con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de un hermoso hombre, para tenerlo en casa. Corta cedros, toma ciprés y encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta un pino, para que crezca con la lluvia. De él se sirve luego el hombre para quemar, toma de ellos para calentarse; enciende también el horno y cuece panes; hace además un dios y lo adora; fabrica un ídolo y se arrodilla delante de él. Una parte del leño lo quema en el fuego; con ella prepara un asado de carne, lo come y se sacia. Después se calienta y dice: «¡Ah, me he calentado con este fuego!» Del sobrante hace un dios (un ídolo suyo), se postra delante de él, lo adora y le ruega diciendo: «¡Líbrame, porque tú eres mi dios!». No saben ni entienden, porque cerrados están sus ojos para no ver y su corazón para no entender. No reflexiona para sí, no tiene conocimiento ni entendimiento para decir: «Parte de esto quemé en el fuego, sobre sus brasas cocí pan, asé carne y la comí. ¿Haré del resto de él una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?». De ceniza se alimenta; su corazón engañado lo desvía, para que no libre su alma ni diga: «¿No es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?»”.

Habacuc 2:18: “¿De qué sirve la escultura que esculpió al que la hizo? ¿La estatua de fundición que enseña mentira, para que haciendo imágenes mudas confíe el hacedor en su obra?”.

Todos los católicos a los que se pregunte contestarán sinceramente que aman a Dios, que creen que cuando veneran una imagen a quien transmiten esa veneración es, en realidad, a Dios.

Pero no hay que olvidar que los adoradores del becerro de oro también creían sinceramente venerar a Dios en esa imagen. Ellos no decían que hubieran inventado un nuevo dios: “El cual los tomó de las manos de ellos, y lo formó con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta a Jehová” (Éxodo 32:4-5). Israel identificó a Dios con la imagen de los dioses esculpidos que durante siglos habían contemplado en Egipto. La realidad es que necesitaban darle forma a Dios, necesitaban una imagen ante sus ojos para sentir Su presencia. Sin embargo, no por ello esto dejaba de ser un pecado ante los ojos de Dios: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido: Presto se han apartado del camino que yo les mandé, y se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y han sacrificado a él, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová á Moisés: Yo he visto á este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz: Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y los consuma: y á ti yo te pondré sobre gran gente” (Éxodo 32:7-10). Solo la intercesión de Moisés evitó que la cólera de Dios consumiera a Israel.

Igualmente, en los libros Primero y Segundo de Reyes se narra la historia de los reyes de Judá, de los cuales, sobre los buenos reyes, se dice y repite siempre la misma fórmula: hicieron lo correcto ante los ojos de Dios y deshicieron los ídolos pero no quitaron los lugares altos. Estamos hablando de un momento espacialmente crítico para la fe, tras la división entre los reinos de Judá e Israel. Leemos por ejemplo la historia del rey Asa: “En el año veinte de Jeroboam rey de Israel, Asa comenzó a reinar sobre Judá. Y reinó cuarenta y un años en Jerusalem; el nombre de su madre fue Maachâ, hija de Abisalom. Y Asa hizo lo recto ante los ojos de Jehová, como David su padre. Porque quitó los sodomitas de la tierra, y quitó todas las suciedades que sus padres habían hecho. Y también privó a su madre Maachâ de ser princesa, porque había hecho un ídolo en un bosque. Además deshizo Asa el ídolo de su madre, y lo quemó junto al torrente de Cedrón. Empero los altos no se quitaron: con todo, el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová toda su vida” (1 Reyes 15:9-14). Asa, como otros reyes de los que pueden considerarse que fueron buenos gobernantes para su pueblo quitó los ídolos, pero no quiso quitar los lugares altos, puesto que allí los fieles sacrificaban y quemaban incienso. Tanto los habitantes de Judá como los de Israel practicaban una religión que era un híbrido entre el culto a Dios y el culto a Baal y otros dioses en aquellos lugares altos y, sin embargo, creían estar adorando correctamente a Dios, aunque fuera odioso y repugnante a Sus ojos. Habían tomado los cultos cananeos y los habían impregnado de lo que a ellos les parecía bien del Dios de la Biblia.

Es cierto que Baal, según la mitología cananea, hijo de El, a priori, pudiera parecer que no tenía similitud alguna con Dios, como para ser confundido. Estos eran “dioses” que no tenían concepto en absoluto de la moralidad. En un poema conocido como “El Nacimiento de los Dioses”, se dice que El había seducido a dos mujeres, y se asocian perversiones sexuales horribles con su nombre. Se casó con tres de sus propias hermanas (quienes también estaban casadas con Baal). Se le representa practicando actos sexuales viles e influenciando a otros a hacer lo mismo. No es sorprendente que la evidencia indique que los cananeos siguieron a sus dioses en tales abominaciones. En la religión cananea, se empleaba a los homosexuales y prostitutas para reunir dinero para el sostenimiento de los templos. No es una exageración decir que estos paganos elevaban el sexo al estatus de un dios (en nuestra sociedad actual no andamos muy descaminados). La religión cananea también fue un sistema horriblemente brutal. Por ejemplo, se representa a la diosa Anat matando a humanos por miles y caminando en sangre hasta sus rodillas. Cortaba cabezas y manos, y las usaba como adornos. Y a pesar de este aspecto tan horrible, la épica de Baal dice que su vida estaba llena de risa, y que su gozo era grande. Con relación a esto, también se debe mencionar que los cananeos depravados también sacrificaban a sus propios bebés delante de sus dioses (hoy día tenemos el aborto, el sacrificio de miles de no nacidos en el altar de los dioses de la hedonista e irresponsable sociedad actual, seguimos teniendo muchos adoradores de Baal entre nosotros). A tal nivel llegaba la degeneración, que Dios ordenó la destrucción total de esta gente impía para preservar la moralidad de Israel, “para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 20:18). No hay que olvidar que, a causa de Su naturaleza, Dios tiene el derecho de ejecutar juicio contra el malvado en cualquier momento.

Pudiera parecer obvia esta idolatría a nuestros ojos, en la actualidad, pero entonces no, de igual forma que hoy no percibimos las actuales. Cada época y sociedad es capaz de ver y sorprenderse de las anteriores pero no aquellas con las que convive día a día.

Si es tan evidente la diferencia entre el cristianismo y las religiones paganas, ¿de dónde procede la idolatría de la iglesia romana?

El cristianismo no estuvo permitido en el Imperio Romano, todo lo contrario, fue cruelmente perseguido, hasta el Edicto de Milán, del emperador Constantino el Grande, en el año 313, quien lo percibió como una forma de unificar el imperio, ya en franca decadencia en aquella época, detrás de una misma fe, frente a los distintos cultos paganos. Tras el Concilio de Nicea, en el 325, comenzó a difundirse una nueva religión mezcla del cristianismo y el paganismo, Iglesia e Imperio empezaron a fusionarse en uno. Como en Judá e Israel, en tiempos del Antiguo Testamento, Iglesia y mundo se fundieron, la Iglesia se mundanizó. En lugar de predicar la verdad del Evangelio a los paganos, el intentó fue adaptar un cristianismo que les resultase más atractivo. Así, comenzaron a surgir creencias como la absorción dentro del cristianismo del culto a Isis, la madre diosa-egipcia, reemplazando a Isis por María y dándole un papel que, en ningún momento se le da en el Nuevo Testamento, la transustanciación, lejanamente inspirada en el culto a Mitra, la veneración a los santos o la supremacía del obispo romano sobre la Iglesia. Esto último es algo fundamental. Siendo la ciudad de Roma el centro de gobierno del imperio romano, y con los emperadores romanos viviendo en Roma, la ciudad de Roma se levantó como preeminencia en todas la facetas de la vida. Constantino, y sus sucesores, dieron su apoyo al obispo de Roma como el supremo gobernante de la iglesia. Desde luego, era mejor para la unidad del imperio, que el gobernante y la sede de la religión se encontraran centrados en el mismo lugar. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476, los papas tomaron el título que previamente había pertenecido a los emperadores romanos, el de “Pontificus Maximus”. El título de “Papa” no fue utilizado hasta el siglo XI. La Iglesia Católica Romana intenta justificar tanto la idolatría como otras creencias, resultado de cristianizar el paganismo, mediante giros, subterfugios y verdaderas piruetas argumentales, enterradas bajo páginas y páginas de una complicada teología, en la cual hay que rizar muchísimo el rizo para encontrar la base bíblica.

Al “romanizarse”, la Iglesia, ya convertida en Católica y Romana, olvidó que unas veces será más cómodo, unas en libertad, otras veces será en tiempos de persecución, otras en tiempos de bonanza económica y otras de penurias, pero la verdad de Dios será siempre inmutable. No debemos tratar de “adaptar” ni “personalizar” el mensaje de Dios porque creamos que va a gustar más a quien nos escuche. El mensaje de Dios es el de las Escrituras y haremos mal en tratar de adaptarlo a los tiempos y a los hombres, como está tan en boga en algunas iglesias, que buscan la personalización del mismo en lugar de la verdad. Como nos dice el apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:14: “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. Esto, hoy día, lo incumplen muchas iglesias evangélicas, no es algo exclusivo de la Iglesia de Roma, a lo que paso, ya para terminar de momento.

Un domingo del pasado mes de julio, tras el culto de la tarde, aprovechando que el calor había remitido un poco, fui a dar un paseo por uno de los parques de mi ciudad y tuve ocasión de ver, sentado en un banco mientras pensaba en mis cosas, algo que parecía una especie de ceremonia pseudo-cristiana, puesto que estaban celebrando algo muy similar a la Cena del Señor, pero de una forma un poco peculiar. Eran un grupo de unos quince jóvenes, algunos con aspecto de españoles y otros de sudamericanos, algo muy similar a lo que vi en una ocasión en una iglesia pentecostal: tatuajes y piercings, con camiseta, bermudas y chanclas (sé que la fe no es cuestión de raza, nacionalidad o clase social, a todos nos llegará la hora de comparecer ante el Tribunal de Cristo, ni soy legalista al extremo, pero en los cultos al Señor un mínimo de compostura hay que tener), en general “modernitos”, como se suele decir por aquí.

En mi ciudad, prácticamente solo una iglesia merece considerarse reformada. El resto del panorama de iglesias evangélicas son todas pertenecientes a las Asambleas de Dios o al movimiento que ha venido en llamarse “Iglesia Emergente“, iglesias que pervierten absolutamente la Palabra de Dios y que ofrecen una visión de la fe como si esta consistiera en presentar algo atractivo y adaptable a cada fiel, vanguardista y moldeable según las nuevas tendencias de la sociedad, buscando “cosas creativas” (eso me dijo un pentecostal, en una ocasión).

Es un intento de mezclar Iglesia y mundo, como si las dos fueran compatibles, olvidando que los cristianos vivimos y trabajamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Sonará muy raro a quien no sea cristiano pero es la Verdad (“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”, 1 Corintios 1:18) y eso está por encima de cualquier consideración de este mundo. ¿A quién intentamos agradar? ¿A los hombres o a Dios? Líbreme Él de condenar a nadie, pero esta gente parece pensar que hace un favor a Dios atrayendo nuevas almas, que lo único que tendrán será una sombra de fe que se resquebrajará y se romperá a la mínima dificultad o al mínimo golpe que les dé la vida, cuando no es el hombre quien trae a nadie a Dios sino que Él mismo, con su gracia irresistible, atrae y adopta a quien quiera salvar de la muerte.

Esa es otra de las formas actuales de idolatría, una idolatría que no necesita ídolos tallados o esculpidos en piedra o mármol. Que no necesita ofrendas de incienso ni ceremonias. La interpretación de la fe cristiana moldeándola según la cosmovisión que a fuego nos impone el humanismo. Se moldea un ídolo de esta forma como los moldean los católicos romanos o los israelitas que caían en la idolatría.

Y eso dentro de las cuatro paredes de la iglesia (o sobre la hierba de un parque) un domingo, puesto que el resto de la semana rigen sus vidas exclusivamente mediante los cánones que marca el humanismo. Muchos cristianos piensan que la vida cristiana se reduce al domingo en la iglesia, como si fuera un hobby de fin de semana, y creen que el resto de la semana no hay que pensar en como honrar a Dios incluso en los pequeños actos de la vida cotidiana o cosas como que la política y la vida pública no va con nosotros.

Los humanistas, muy sutilmente, crean sus propios ídolos, dando a estos productos una apariencia de “neutralidad”, cuando lo que hacen es crear sus propias leyes (una vez más, y van no sé cuántas ya, las leyes nunca son neutrales y hoy día, en los parlamentos, ganan los humanistas), crear sus propios sistemas de valores y educativos y adorarlos, les dan la categoría de “dioses” y llenan todo con esos dioses puesto que, para ellos, son la expresión de la verdad y de lo que es correcto, pese a que “no tendrás dioses ajenos delante de mí”.

CONTINUARÁ

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