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No hay ninguna duda de que el pensamiento liberal clásico tuvo en la reforma protestante uno de sus antecedentes. La ruptura de la unidad religiosa anterior, supeditada a una única instancia totalmente jerarquizada y siendo la única legitimada para la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras, pasando al libre examen de las mismas por parte de los fieles, que arrancó con Martín Lutero y continuó, muy especialmente, con el gran Juan Calvino, llevó a una ola de pluralismo religioso y político que se expandió por el norte de Europa, las islas británicas y Norteamérica, tras la llegada de los puritanos a mediados del siglo XVII, nunca vista antes en el mundo occidental. Hubo claroscuros, no hay duda, podemos pensar, por ejemplo, en el furibundo antisemitismo de Lutero en los escritos de sus últimos años o en la ejecución de Miguel Servet ordenada por el gobierno ginebrino de inspiración calvinista, pero es innegable lo positivo del legado tanto del teólogo alemán como de Calvino.
El libre examen llevó al surgimiento de una fe racional, alejada de los dogmas impuestos más allá del contenido de la Palabra de Dios manifestado en la Biblia, y basada en el libre pensamiento. Superada la teología rígida imperante hasta entonces, al examinar cada hombre las Escrituras en busca de la verdad revelada, se abrieron numerosos campos de debate y razonamiento que se trasladaron a otros ámbitos distintos del religioso. El pensamiento se desligaba de la imposición de instancias humanas al afirmarse que, en la lectura de la Biblia, la única guía para el hombre sería el Espíritu Santo y que el hombre únicamente sería responsable ante Dios de la interpretación que realizara. La salvación dependía enteramente de Dios, puesto que el hombre está inhabilitado para obtenerla, pero ya no estaríamos hablando de "méritos ante otros hombres", origen esta idea del principio de responsabilidad individual, puesto que se rechazaban los conceptos inmutables impuestos al ser humano por autoridades ajenas a su propia conciencia.
Esta interpretación personal de las Escrituras que promovió el protestantismo, sobre todo a partir del calvinismo, llevó a la concepción de una serie de principios de libertad económica que, a partir del siglo XVI, encontraron su legitimación como libertades que Dios concedía a los hombres y que ninguna institución mundana, fuera estatal o eclesiástica, podía impedir o limitar. El capitalismo es cierto que no surgió a raíz del protestantismo, sino en ciudades mercantiles italianas como Florencia durante la Baja Edad Media, pero sí es verdad que el pensamiento reformado le dio una dimensión moral que no había tenido hasta entonces. Mientras en el mundo católico existía una visión, procedente de una errónea interpretación del Evangelio, de que la ganancia y el éxito es algo moralmente reprobable (eso ha quedado grabado a sangre y fuego en España, sin ir más lejos), el liberalismo capitalista triunfó en el protestante al extraerse una serie de ideas gracias al libre examen y discusión de las Escrituras, tales como la censura del gasto público excesivo (ej.: Samuel se opuso al deseo de Israel de ser gobernado por un rey ante los enormes gastos que ocasionaría el mantenimiento de la estructura administrativa de la realeza), un tipo impositivo único (la Biblia, en Números y Deuteronomio, fija un tipo único del 10%, el diezmo, para toda la población de Israel, sin excepciones), el respeto a la propiedad privada (la historia de Nabot y cómo se opone a la expropiación de su viña por el rey Acab), el cumplimiento de lo estipulado en los contratos (la parábola de los viñadores, Mateo 1:20-16), la dignidad de todo tipo de trabajo, la virtud del ahorro, un espíritu emprendedor, basado en las confianza en las promesas de Dios, sin esperar a que otro te ponga el plato de comida en la mesa, la conveniencia de no despilfarrar en épocas de bonanza económica sino llenar el "granero" de las arcas públicas (las medidas ordenadas por José cuando fue nombrado gobernador de Egipto), la prohibición de los préstamos "subprime" (como podemos inferir de Levítico 19:9-10, 25:35-43), la igualdad ante la ley (Éxodo 23:6 o Levítico 19:15) o la prohibición de una política monetaria inflacionista (en Isaías 1:22 se nos dice "Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua").
La uniforme y monolítica interpretación católica de la Biblia, primero, y, después, la del intervencionismo socialista, que bebe de la primera aunque, en teoría, sea un contendiente en el plano moral, han difundido la idea de que el progreso económico, la ganancia y la competencia son malos, inaceptables e inmorales per se.
Siempre se olvida que los principios económicos bíblicos solo se pueden deducir conociéndola e interpretándola globalmente. Muchos versículos tomados sin tener en cuenta el contexto y el resto de la Biblia y, lo más desastroso, interpretándolos desde un punto de vista ateísta y humanista, podrían dar la idea de que en las Escrituras se defienden cosas como la redistribución forzosa de la riqueza, por ejemplo, cuando Cristo habla de no acumular riquezas en este mundo porque serán corroídas por la carcoma no habla de que empecemos a desprendernos desaforadamente de lo que tengamos, sino de que esa no debe ser, como cristianos, nuestra fijación en esta vida, no debemos adorar al dios dinero en lugar de a Dios ("no tendrás dioses ajenos delante de mí" dijo Dios a Moisés en el Sinaí). Pero por supuesto que no nos pueden obligar forzosamente a desprendernos de lo que hemos ganado más allá de lo que tengamos que pagar para el sostenimiento de las cargas del Estado (ese 10% que se fija en la Ley Mosaica).
Siempre hay que partir de la base de que la Biblia contiene numerosos mensajes que proceden todos de Dios, no de lo que nosotros entendamos, como humanos, que deba ser.
Uno de los pasajes del Evangelio más manipulado interesadamente es el de Marcos 10, del cual, normalmente, solo se cita el versículo 25:
23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dice á sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! 24 Y los discípulos se espantaron de sus palabras; mas Jesús respondiendo, les volvió á decir: ¡Hijos, cuán difícil es entrar en el reino de Dios, los que confían en las riquezas! 25 Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que el rico entrar en el reino de Dios. 26 Y ellos se espantaban más, diciendo dentro de sí: ¿Y quién podrá salvarse? 27 Entonces Jesús mirándolos, dice: Para los hombres es imposible; mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.
No es la única, es una de las muchas ocasiones en que Jesús dice que la salvación no es por nuestros méritos sino por gracia de Dios, para quien todo es posible, incluso salvar a algo tan impío como el hombre. No son las riquezas terrenas sino las del alma las que nos salvan. Las primeras no son malas, la prosperidad económica en sí no es mala pero no debe ser la única fijación en la vida, el dios dinero o el dios metal ("no tendrás dioses ajenos delante de mí", recordemos) pero la verdadera riqueza son las segundas, el Evangelio, como sigue diciendo Cristo:
28 Entonces Pedro comenzó á decirle: He aquí, nosotros hemos dejado todas las cosas, y te hemos seguido. 29 Y respondiendo Jesús, dijo: De cierto os digo, que no hay ninguno que haya dejado casa, ó hermanos, ó hermanas, ó padre, ó madre, ó mujer, ó hijos, ó heredades, por causa de mí y del evangelio, 30 Que no reciba cien tantos ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, é hijos, y heredades, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.
Algo muy similar se dice en Proverbios 11:28, "El que confía en sus riquezas, caerá, pero los justos prosperarán como la hoja verde".
La Biblia no condena la riqueza sino el culto al materialismo sin Dios, nos pone unos límites morales con los cuales todos los liberales estamos de acuerdo. En este pequeño artículo, publicado en la web Iglesia Reformada, el reverendo José Luis Podestá nos lo aclara desde el punto de vista estricto del Evangelio:
¿Es pecado tener dinero y bienes?
(basado en Luc.12:13-21)
Por José Luís Podestá
Publicado en iglesiareformada.com
No hay nada malo en tener dinero, propiedades y bienes materiales, mientras no condescendamos que esos bienes se conviertan en suplentes de Dios. Cristo nos ha prevenido: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Mt. 6, 24).
En el Antiguo Testamento se insiste mucho en que debemos elegir entre Dios y los ídolos o falsos dioses. En el Nuevo Testamento Jesús contrasta el dinero a Dios. Así que debemos cuidar que el dinero no se nos convierta en un ídolo, cosa muy común hoy en día, en una sociedad tan materialista, pero de un materialismo sin sentido, no con beneficio, si no el tener por el tener mismo, que sustituya a Dios, y que sumado a vías poco honrosas para obtenerlo se transforma casi en una exclusiva dedicación, empeño... hasta nuestro amor, logrando así suplantar a Dios, transformándose en un “dios” para nosotros, tengamos cuidado a lo que lleva cuando transformamos el amor debido a Dios a un amor neurótico por lo material.
Los bienes materiales no son malos en sí mismos, pues nos han sido suministrados por Dios. Y, siendo esto así, significa que Dios es el Dueño, y nosotros somos solamente “administradores” de esos bienes que pertenecen a El, de allí que cuando seamos juzgados se nos tomará en cuenta cómo hemos administrado los bienes que Dios nos ha confiado.
“Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males; lo cual codiciando algunos, se descaminaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” (1 Tim. 6, 10). Pero observemos que Pablo no dice que el dinero mismo sea la cepa de todos los males, sino “el amor al dinero”, ese amor desordenado, casi cayendo a un amor lujurioso por lo material, ya que nuestro amor tiene que dirigirse solo a Dios, no a lo material.
“¡Necio!”, exclama el Señor Jesús en su parábola sobre el hombre rico acumulador exagerado de riquezas. Y le dijo Dios: “Necio, esta noche vienen a pedir tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?”(Luc.12:20). Evitemos toda clase de mezquindad, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de bienes que ostente.
Cuantas veces, ese pronunciamiento de Cristo, que es tan cierto y tan evidente para todos, se nos relega en un rincón de nuestra mente y de nuestra alma, si lo recordáramos cada día, ¡Que distinto seria el mundo de hoy!, cuantas veces nos sorprende a muchos la muerte amando más al dinero que a Dios o teniendo al dinero en el lugar de Dios.
¿Cómo somos los hombres y mujeres de hoy? ¿Seguimos los consejos de Cristo con relación a los bienes materiales? ¿O ponemos todo nuestro ahínco en buscar dinero y en conseguir todo el que podamos, para acumular y acumular? Y... para qué, si al llegar al mundo no trajimos nada, y cuando nos vayamos de este mundo no nos llevaremos nada, ¿o creen que si se llevaran algo?
Tengamos cuidado en no torcer nuestro amor al verdadero tesoro que es Dios Uno y Trino, y dejarnos morder por la víbora del materialismo espurio, olvidándonos del verdadero tesoro, con esto no quiero decir que no debamos prever nuestro desarrollo personal, sostener dignamente a nuestras familias y a nosotros mismos, incluso tener un ahorro para nuestras vidas y nuestras cosas, lo que quiero enfatizar es cuando pasamos el limite de la realidad y la necesidad, el tener por el tener, la destrucción del ser a costa del poseer, ¡cuidado! , que la línea es muy delgada, si no estamos firmes en Cristo, podemos caer en ese sutil mordisco de la avaricia, y recuerda, ¿cuando mueras te llevaras algo?, que Dios nos de la fuerza para ser fieles a su palabra y que sepamos ser verdaderos y fieles administradores de los recursos que el nos da.
Rev. José Luis Podestá
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¿Sabías que Benidorm es «el Nueva York del Mediterráneo»?
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Benidorm (La Marina Baixa) es conocido como «el Nueva York del
Mediterráneo». También lo llaman «el pequeño Nueva York» y «Beniyork». No
en vano Benidorm e...
Hace 15 horas
Sobre la compatibilidad del capitalismo y el cristianismo, catolicismo más concretamente, es recomendable el libro Por qué el Estado sí es el problema, de Thomas E. Woods.
ResponderEliminarCristianismo y capitalismo eran según Ayn Rand incompatibles, yo matizaría que quizá el protestantismo sea más acorde con el sistema económico capitalista, pero aún así hay dogmas de fe que entran en contradicción con los principios de laissez-faire.
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