sábado, 18 de diciembre de 2010

Que lo ejecuten en el nombre de Dios

Un verdadero privilegio el que tienen en Estados Unidos, el de poder ver las fotos de asesinos, violadores y otros criminales, a diferencia de en España. Ya se sabe, por el famoso “derecho a la intimidad” de esta gentuza, el criminal suele ser A.R.P., R.D.L. o T.V.M., no es lo normal que veamos sus nombres y mucho menos sus caras.

La de este engendro sí la vemos:



Se trata de Rodney Alcalá, condenado en febrero, en Santa Ana (California), a morir por medio de la inyección letal, considerado el mayor asesino en serie de Estados Unidos, un ex fotógrafo independiente y miserable criminal, como autor de la muerte de una niña de 12 años de Huntington Beach y la de cuatro mujeres del Condado de Los Ángeles en la década de los 70s. Un ser depravado, del que se dice tiene un coeficiente intelectual similar al de Einstein, y que también había sido condenado por el asesinato de Robin Samsoe, quien fue secuestrada por este engendro mientras iba en bicicleta a una clase de ballet, el 20 de junio de 1979, el de Jill Barcomb, de 18 años, y asesinada en 1997, el de Georgia Wixted, de 27 años, en 1978, el de Charlotte Lamb, de 32 años, en 1978, y el de Jull Parenteau, cuyo asesinato ocurrió en 1979. No obstante, se especula con que podría ser el autor de unas cien muertes más, el número de fotos que se han encontrado en su poder y que se han difundido con la esperanza de resolver otros tantos casos de desapariciones de mujeres.

Actualmente, Alcalá se encuentra en el corredor de la muerte de la prisión estatal de San Quintin (California). Que se cumpla la sentencia a lo menos tardar y ocupe lo antes posible el lugar que tiene reservado en el infierno, bajo el pie de Satanás. No hay derecho a mantener de por vida, a cuenta del contribuyente, a esta escoria, encerrada en una prisión.

No es para menos, los liberales que consideren la pena de muerte un instrumento eficaz para proteger a los ciudadanos del crimen podrán estar de enhorabuena el día que se ejecute la sentencia. Sí que es cierto que, con respecto a España, parto de lo problemático de la aplicación de la pena de muerte en nuestro país. La administración de justicia está monopolizada por el Estado y en España ésta brilla por su ineficiencia. Algo como una hipotética implantación de la pena capital exigiría una reforma a fondo de la legislación procesal penal (aún estamos con una ley del siglo XIX), hasta el punto de que pudiera ser necesaria hasta la promulgación de una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, y del sistema judicial en su conjunto. Ahora mismo, por otro lado, jurídicamente no es posible sin una reforma de la Constitución a través de los mecanismos que la misma establece (conste que, a pesar de sus deficiencias, es un texto que a los españoles nos ha proporcionado una cierta estabilidad en las últimas décadas, al igual que ocurre con la monarquía) así como por esta institución igualmente socialista y alejada de lo cristiano que es la Unión Europea.

Pero Estados Unidos es un caso completamente distinto. Las Américas son más salvajes, más indómitas que la vieja Europa. Posiblemente, sin la libertad de portar armas de fuego, como medio de autodefensa, y sin la pena de muerte, como medio disuasorio, las tasas de criminalidad en Estados Unidos serían aún mayores. En España, con unas penas más blandas, la criminalidad es sensiblemente inferior. Cada país tiene unas necesidades y una realidad distintas. En España la cuestión sería despenalizar numerosas minucias que entran dentro del Código Penal, pasarlas a la jurisdicción civil, eliminar algunos tipos delictivos más bien liberticidas y endurecer las penas en los delitos graves de verdad, incluso si hay que llegar a la cadena perpetua.

Pero la cuestión principal es que la ley penal no está para "reformar" a nadie y menos si ese alguien no se quiere reformar. Es un poso de una mentalidad totalitaria y liberticida pensar que las leyes pueden tener ese efecto. La ley penal está para castigar al criminal, obligarle a reparar el daño causado y apartar de la sociedad a un elemento peligroso para que no pueda ocasionar más perjuicios aún.

La ley y la condena a quien la vulnera es el instrumento del Estado para cumplir la que debe ser su función fundamental y que no es otra que defender nuestra vida, nuestra propiedad y nuestra libertad frente a las agresiones de terceros. Existen una serie de individuos que deben verse lo suficientemente intimidados por las posibles consecuencias penales de sus actos criminales. En todo caso, si no la pena de muerte, al menos, debería ser algo debatible la cadena perpetua. Los criminales deben ser apartados de la sociedad por el peligro que representan y castigados, por ello, con la debida proporcionalidad. Si se reinsertan, mejor, pero el fin debería ser el primero. Está por ver que se demuestre con argumentos sólidos que la pena de muerte sea, siempre y en todo momento, desproporcionada con respecto al daño infligido a través de la comisión de algunos delitos.

Los cristianos, como no, también deben felicitarse de que se haga justicia. Desde luego, los de Estados Unidos pueden alegrarse de que su país, pese a las degeneraciones y la acción de determinados grupos que intentan minar la aplicación de la pena capital tupiendo los tribunales a base de demandas con las que paralizar los procedimientos y la ejecución de las sentencias, siga siendo una reserva de valores liberales y cristianos.

La pena de muerte, no obstante, creo no pocos problemas morales a algunos cristianos. No hace mucho, he leído que gran parte de los pastores presbiterianos de Atlanta, tras la ejecución del asesino Mark McClain, en octubre de 2009, han manifestado que la pena capital “usurpa” la posición de Dios, sosteniendo que la pena máxima debería ser abolida ya que "la venganza solamente le corresponde a Dios". Que la santurronería ha contaminado muchos púlpitos protestantes es más que evidente pero, es más, también se alega el Sexto Mandamiento, como ilegitimador, moralmente hablando, de la pena capital.

Bien, vamos a ver, en la mayoría de ediciones de la Biblia, el Sexto Mandamiento aparece como “No matarás”. La palabra hebrea traducida "matarás" en el Sexto Mandamiento es ratsach, y puede significar "matar" o "quitar la vida" a propósito o accidentalmente. Ratsach, como muchas otras palabras, tiene muchas acepciones, y por lo tanto su significado en un versículo en particular debe ser obtenido del contexto en que aparece así como de toda la Biblia. Si se prohibiera matar en cualquier circunstancia, incluso mediante la aplicación de la pena capital o en guerras, entonces ¿cómo es que en el Antiguo Testamento se aplica la pena de muerte en tantas ocasiones?

El Sexto Mandamiento significa que no debemos quitar una vida injustamente. La palabra ratsach, en realidad, debemos entenderla como “asesinar”, segar una vida sin justificación alguna. Ese es el sentido en que debe interpretarse el versículo. El mandamiento protege la vida, no como la posesión mundana más importante, sino porque es la base de la existencia humana, y es en la vida que la personalidad es atacada, y en ella, la imagen de Dios (Génesis 9:6).

Sobre la "venganza que corresponde solo a Dios". Por un lado, el castigo para la eternidad sí corresponde a Dios. Pero el castigo en la tierra es administrado por el hombre como mandato de Dios. Salvo en casos como el Diluvio o la destrucción de Sodoma y Gomorra, anticipos del Juicio Final contra los malvados, el hombre es el responsable de la aplicación de la pena capital (Génesis 9:6: "El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre"). Dios es quien da al hombre la responsabilidad de mantener una sociedad segura. Dios dijo que si un hombre derrama la sangre de otro hombre, entonces es tarea de los hombres hacer justicia y vengar ese derramamiento de sangre para proteger al resto de miembros de la sociedad. No tiene base bíblica alguna, pues, lo que dicen estos pastores.

Más aún, después de los Diez Mandamientos, en Éxodo se instituye la pena de muerte por asesinato:

21:12: El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá.

21:13: Mas el que no pretendía herirlo, sino que Dios lo puso en sus manos, entonces yo te señalaré lugar al cual ha de huir.
21:14: Pero si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera.
21:15: El que hiriere a su padre o a su madre, morirá.


Por supuesto, aparte de no castigarse con la muerte el homicidio accidental, el hombre es el encargado del cumplimiento de esta ley.

Junto con el asesinato, la Biblia, igualmente legitima la pena de muerte para el secuestro (Éxodo 21:16: "El que secuestre a una persona, sea que la venda o que ésta sea encontrada en su poder, morirá irremisiblemente") o el perjurio (Deuteronomio 19:16-21: "Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie". Igualmente, para una condena a muerte era necesario el testimonio de dos o tres testigos. Sólo se debía llevar a cabo la ejecución cuando no existía ninguna duda acerca de la culpa, por tanto, de acuerdo con la Biblia, no se debe ejecutar a una persona sin clara evidencia de que es realmente culpable.

Vemos lo que afirmaba Juan Calvino, posiblemente el padre espiritual de los Estados Unidos, en el Libro Cuarto de su "Institución de la Religión Cristiana", acerca de la pena capital: "Pero aquí se suscita una cuestión muy difícil y espinosa; conviene a saber, si se prohíbe a los cristianos en la Ley de Dios matar. Porque si la Ley de Dios lo prohíbe (Éx. 20,l3; Dt. 5, 17; Mt. 5,21), y si el profeta anuncia del monte santo de Dios, o sea de su Iglesia, que en ella no harán mal ni dañarán (Is. 11,9; 65,25), ¿cómo es posible que los gobernantes sean a la vez justos y derramen la sangre humana? En cambio, si se entiende que el gobernante al castigar no hace nada por sí mismo, sino que ejecuta los juicios mismos de Dios, este escrúpulo no nos angustiará.

Es verdad que la Ley prohíbe matar y, por el contrario, para que los homicidas no queden sin castigo, Dios, supremo legislador, pone la espada en la mano de sus ministros, para que la usen contra los homicidas. Ciertamente no es propio de los fieles afligir ni hacer daño; pero tampoco es afligir y hacer daño castigar cómo Dios manda a aquellos que afligen a los fieles. Ojalá tuviésemos siempre en la memoria que todo esto se hace por mandato y autoridad de Dios, y no por temeridad de los hombres; y que si precede tal autoridad nunca se perderá el buen camino, a no ser que se ponga freno a la justicia de Dios para que no castigue la perversidad. Mas si no es licito darle leyes a Dios, ¿por qué hemos de calumniar a sus ministros? Porque, como dice san Pablo, no en vano llevan la espada, pues son servidores de Dios, vengadores para castigar al que hace lo malo (Rom. 13,4). Por ello, si los príncipes y los demás gobernantes comprendiesen que no hay cosa más agradable a Dios que su obediencia, si quieren agradar a Dios en piedad, justicia e integridad, preocúpense de castigar a los malos"
.


En el Antiguo Testamento, en definitiva, se ordenaba la pena de muerte para varios actos: asesinato (Éxodo 21:12), secuestro (Éxodo 21:16); bestialidad (Éxodo 22:19), adulterio (Levítico 20:10), sodomía (Levítico 20:13), ser un falso profeta (Deuteronomio 13:5), prostitución y violación (Deuteronomio 22:4), así como y muchos otros crímenes. Tomando a Dios como centro, presentándonos ante Él, todos y cada uno de los pecados que cometemos merecen la muerte (Romanos 6:23: "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro"). Recordemos que estamos muertos en nuestra propia naturaleza pecaminosa, la depravación total, y, aunque la merezcamos todos, muestra su gracia con algunos a los que no condena (Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros"). También hay, en el Antiguo Testamento, pasajes en los que Dios es misericordioso no quitando la vida al pecador, como el caso del rey David, autor de adulterio y asesinato.

La pena capital fue instituida por Dios, como leímos en Génesis 9:6, y, en modo alguno, derogada por Cristo (con la Ley, Dios nos demuestra a los hombres que somos incapaces de cumplirla y que necesitamos Su salvación, Cristo no nos exime de cumplirla sino que nos libra de la maldición de la Ley), antes al contrario, apoyaba la pena capital en algunos casos, pero también mostró Su gracia cuando esta sentencia estaba por ejecutarse, como en el caso de la adultera que iba a ser apedreada por los fariseos (Juan 8:1-11). Este es uno de los versículos más manipulados, que ya es decir, de los Evangelios. Recordemos que los fariseos, como los saduceos, sostenedores del legalista y precioso sistema de muerte espiritual en que se había convertido el judaísmo en los tiempos en que el Salvador habitó entre nosotros (sepulcros blanqueados), buscaban constantemente poner trampas a Jesús, sorprenderle en la violación de la Ley. Jesucristo lo único que hizo fue recordarles su hipocresía ("El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella"), no pretendían castigar el pecado sino tenderle una trampa, además de haber condenado a la adultera sin cumplir el requisito de los dos testigos mínimos. Mostraba su misericordia hacia la mujer pero no le daba el beneplácito al pecado ("Ni yo te condeno; vete, y no peques más"), en modo alguno.

Si en el Nuevo Testamento no se defiende la pena de muerte, ¿cómo es que no protestó Jesucristo o declaro la ilegitimidad de Pilatos para condenarle según las leyes del Imperio Romano? ¿Cómo es que, tras la conversión del Buen Ladrón, no clamó porque vida la vida de éste fuera perdonada y bajado de la cruz? Todo lo contrario, Cristo reconocía la potestad humana de aplicar la pena capital para ciertos delitos.

Si alguien les argumenta "oye, tío, eso no puede ser, Dios es amor". Efectivamente, PORQUE DIOS ES AMOR, INSTITUYE LA PENA CAPITAL, ya que Jesucristo nos enseñó a amar al prójimo. Cuando dijo que el segundo gran mandamiento era "ama a tu prójimo como a ti mismo", estaba citando Levítico 19:18. La Ley de Moisés sí enseñaba amor, y parte de ese amor por la gente y la sociedad era protegerla del mal haciendo cumplir la Ley, la cual incluía la pena de muerte. El plantear que haya un sistema penal justo y que proteja auténticamente a las víctimas es amar al prójimo, incluso a nuestro enemigo. Si la disuasión de la pena de muerte salva la vida de alguien que sea nuestro enemigo, evita que sea asesinado, estaremos mostrando el amor incluso a quien esté enemistado con nosotros, del que habló Cristo.

Aunque pueda ser merecida, Dios no siempre exige la pena de muerte, pero es indudable que la contempla. El pecado siempre es un crimen contra Dios, aunque algunos puedan no serlo contra el hombre. Todos ellos recibirán el castigo no en esta vida sino en la siguiente, en forma de muerte eterna, salvo que hayan sido perdonados por Dios. Humanísticamente y, quedándonos en nuestra limitada visión, nos puede parecer ilegítima la pena de muerte como castigo y, es más, nos podemos sentir hasta moralmente superiores frente a quienes la defiendan. ¿Moralmente superiores a Dios, incluso? Él instituyó la pena capital en la Biblia, desde luego, y, salvo que de la base desde la que partamos sea su negación, es muy prepotente y mezquino pensar que superamos a Dios en cuanto a justicia y compasión, cuando se encuentra en una posición, en cuanto a perfección, infinitamente superior a nosotros.

¿Hasta dónde llegamos, pues? En Génesis 9:6, Dios concede ya la autoridad al gobierno para establecer y determinar la pena de muerte para determinados crímenes, delitos de sangre, lo que se ratifica en Romanos 13:1-7, sobre el respeto a las leyes promulgadas por gobiernos legítimamente constituidos: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra".

Desde el punto de vista cristiano y, en definitiva, desde el del liberalismo engendrado por el cristianismo, el gobierno legítimo tiene la potestad de castigar, o no, con la pena de muerte los delitos más execrables, especialmente, los delitos de sangre.

Igualmente, de aquí pudiera extraerse la legitimidad de que los ciudadanos democráticamente pudieran decidir sobre la implantación o no de este castigo.

Así pues, que lo ejecuten no solo en el nombre de la libertad, sino en el de Dios.

lunes, 13 de diciembre de 2010

En defensa de Israel... pero no del sionismo cristiano

.
EN DEFENSA DE ISRAEL

Del "cristianismo sionista" o dispensacionalismo y su influencia en la política norteamericana, que hace palidecer a la del conocido como "lobby judío", de eso hablo en la segunda parte, ahora, esta primera parte, solo versa de política y geoestratégia.

Un error absoluto, dejar claro, no obstante, este sionismo cristiano, que debe ser rechazado por cualquier cristiano de convicciones bíblicas, pues es una desvirtuación total del Evangelio.

Eso sí, por supuesto, el Estado de Israel es el único país democrático de Oriente Medio, además de una nación necesaria para Occidente en la zona. Realmente, es una nación occidental enclavada en Oriente Medio. Los judíos, pese a que el judaísmo es una religión falsa, están más cerca del protestantismo bíblico incluso que otras confesiones de las denominadas también "cristianas". Además, la economía hebrea bíblica es muy capitalista, no es de extrañar que, habitualmente y en muchos países, quiénes más éxito en los negocios y prosperidad han alcanzado han sido protestantes y judíos.



Sobre el "sionismo cristiano" hablaré mañana, pero evidentemente el apoyo a Israel debe ser político. Déjense de dispensacionalismos y de "planes de Dios para los judíos". De entre los judíos, serán salvos los que acepten al Señor Jesucristo como el Salvador, igual que cualquier miserable pecador humano, pero, mientras, en esta vida terrenal, son unos buenos aliados en defensa de la libertad y frente a totalitarismos.

Con Israel ocurre algo muy sencillo: una idea que es comúnmente aceptada en todo el mundo, sin embargo, no parece aplicable en Oriente Medio y en relación al conflicto árabe-israelí: LAS DERROTAS, CUANDO TÚ ERES EL AGRESOR, NO SALEN GRATIS.

Israel es el único país del mundo que ha devuelto territorios conquistados en un enfrentamiento bélico, como en el caso del Sinaí con Egipto. La mayoría de fronteras europeas se definieron después de guerras en las que el perdedor sufrió siempre detrimentos territoriales. ¿Alguien piensa seriamente que, por ejemplo, Polonia debe entregar a Alemania el territorio perdido por ésta tras la derrota en la II Guerra Mundial? ¿O que Rusia debe devolverle el enclave de Kaliningrado? Israel fue atacado conjuntamente por varias naciones árabes en 1949, así como en 1967 (Guerra de los Seis Días) y 1973 (Guerra del Yom Kippur), con intenciones claramente exterminatorias. Todas las intentonas fracasaron y, no obstante, desde las dictaduras árabes que rodean al país hebreo y desde parte de la comunidad internacional se sigue insistiendo en que, tras romper la baraja y no tener éxito en esta tramposa maniobra, se puede volver a pedir que se repartan las cartas.

Pese a las testarudas afirmaciones de que los árabes luchan contra "la ocupación", en realidad siempre lucharon contra la existencia misma de Israel. La verdadera "nakba" o "catástrofe" (como llaman a la creación del Estado de Israel) de los árabes ha sido haberse concentrado en la destrucción del ajeno, y no en la construcción de su propia sociedad.

Para los regímenes totalitarios árabes, la cuestión de los refugiados palestinos no ha sido más que una forma de obtener carne de cañón para cultivar el odio a Israel entre sus poblaciones. No hace falta ni abundar mucho, todos lo conocemos, en el efecto propagandístico que consiguen en Occidente.

Es bueno recordar que, en algunos países árabes, la inmigración palestina está totalmente prohibida. En otros, los campos de refugiados han verdaderas cárceles sostenidas con la millonaria dádiva internacional, dentro de los ricos estados árabes, para mantener encerrados a los "hermanos" de Palestina y usarlos como peones políticos.

Aparte de las dictaduras islámicas, los principales responsables del infortunio de los palestinos son sus propios líderes, quienes prefieren utilizar los millones de dólares entregados por Estados Unidos, la Unión Europea e Israel (rara vez los países árabes ayudaron a los palestinos económicamente) en armamento para cometer atentados, pero no en comida ni edificación ni educación ni en nada que pueda ayudar a la población a mejorar las condiciones de vida.


Algunos medios de comunicación occidentales endosan gustosamente las farsas lanzadas desde algunos de los regímenes islamistas (y petroleros) más abyectos con el fin de difamar y criminalizar a Israel y los judíos. Los "Protocolos de los Sabios de Sión", son lectura de cabecera en esos bárbaros países. ¿Protocolos de los Sabios de Sión? Más bien, hablemos de Protocolos de los Sabios del Petróleo. Si fuera cierto este "control de los judíos" sobre las finanzas y medios de comunicación de todo el mundo, que sostienen como teoría esas tiranías, seguramente no asistiríamos a estas descaradas manipulaciones, como la de la "Flotilla de la Libertad", hace pocos meses.

En Occidente, quienes consideran como absolutamente desproporcionadas las reacciones de Israel frente a agresiones como las de Hamás con cohetes sobre las localidades limítrofes con la Franja de Gaza, y que dieron lugar a la "Operación Plomo Fundido", entre diciembre de 2008 y enero de 2009, olvidan siempre un detalle: Hamás no es un movimiento de “liberación palestino”.

Nada más lejos de las intenciones de Hamás. Esta organización criminal no es más que el agente del fundamentalismo islámico en la zona, el mandatario obediente de Irán y de las corruptas petromonarquías del Golfo, un peón más en el objetivo del islamismo más radical de borrar Israel del mapa. El régimen de los ayatolás aporta anualmente 30 millones de dólares a la causa de Hamás, Kuwait donó gustosamente 90 millones en 1990, antes de que, tras la invasión iraquí del emirato petrolero, los grupos terroristas palestinos se posicionaran a favor de la invasión y de la dictadura de Saddam Hussein.

El destino o la suerte del pueblo palestino importa bien poco a los líderes de Hamás puesto que su objetivo no es la creación de un Estado Palestino (la cual no se menciona ni en su Acta fundacional ni en un único párrafo de su literatura), sino la destrucción de Israel. Hamás es un enano comparado con una de las maquinarias bélicas más poderosas del planeta, nunca destruirá el Estado de Israel, correcto. Pero tan cierto como esto es lo dicho anteriormente: es solamente un peón más, un elemento más de hostigamiento al “pequeño Satán”, al Estado hebreo, dentro de la estrategia global del terrorismo islamista no sólo contra Israel sino contra todo Occidente.

Toda pérdida de vidas humanas es triste, menos las de terroristas, por supuesto. Israel debe poner todo el cuidado en evitar al máximo víctimas civiles pues es el representante de la civilización en la zona frente a la barbarie de Hamás, pero no hay que olvidar que a estos abyectos criminales no importan las vidas palestinas que puedan perderse en el camino de sus delirios. Hamás conoce un único camino: la muerte. Es incapaz de ingeniar nada positivo para el pueblo al que dice representar puesto que lo único que enseña a amar a los niños y adolescentes palestinos es la muerte, en forma de planificación de atentados como islamikazes suicidas. La valla de separación entre Cisjordania y el territorio israelí ha evitado más atentados sangrientos.

En el norte, Israel se enfrenta a la amenaza persistente del grupo terrorista islamolibanés de obediencia iraní Hezbolá, autores del atentado de 1983, en Beirut, que costó la vida a 241 marines estadounidenses. Más al oriente, la ya conocida del programa nuclear de los sátrapas ayatolás iraníes: una amenaza para Israel y para nosotros.

NO AL SIONISMO CRISTIANO

Ahora voy a hablar un poco de este sionismo cristiano, tan en boga en no pocos círculos evangélicos de los Estados Unidos, quienes se basan en la idea de que el actual Estado de Israel sería una prolongación en nuestros días del Israel bíblico, su existencia se fundamentaría en un mandato de Dios. Paralelamente a esa visión, Estados Unidos, como único país del mundo fundado sobre una base cristiana, tendría una "misión divina" de defender a Israel, protección a cambio de la cual seguirían teniendo una posición privilegiada como nación ante los ojos de Dios. Sea realiza una interpretación torticera de Génesis 11:3, la promesa que Dios hace a Abraham y a su descendencia: "Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan". Otras obligaciones "divinas" en relación al Estado de Israel, que estos evangélicos entienden que tendría Estados Unidos, llegarían hasta el punto de tener incluso que financiar la construcción del Tercer Templo en Jerusalén, si ello fuera necesario.

Aclarar primero, sobre los derechos de los judíos a asentarse sobre la tierra actualmente territorio del Estado de Israel, que es un error bastante común creer que todos los judíos fueron empujados a la Diáspora por los romanos, después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, en el año 70 D.C., y que después, 1.800 años después, regresaron súbitamente a Palestina exigiendo que les devolvieran su país. En realidad, el pueblo judío ha conservado nexos con su patria histórica durante más de 3.700 años.

Incluso después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por los romanos y del comienzo del exilio, la vida judía en la tierra de Israel prosiguió y, con frecuencia, prosperó. Para el siglo IX se habían restablecido grandes comunidades en Jerusalén y Tiberias. En el siglo XI, había comunidades judías en Rafa, Gaza, Ascalón, Jafa y Cesárea.

Desde el siglo XII, gran número de rabinos y peregrinos judíos inmigraron a Jerusalén y Galilea. Muchos rabinos establecieron comunidades en Safed, Jerusalén y en otros lugares durante los posteriores 300 años. A principios del siglo XIX, años antes de la fundación del movimiento sionista por parte de Theodor Herzl, más de 10.000 judíos vivían en el territorio del actual Israel.

En 1909, un grupo de judíos rusos se instaló en lo que entonces era la Palestina ocupada por los británicos, cerca del Mar de Galilea, huyendo de la miseria, las persecuciones y matanzas a las que periódicamente se veía abocada su comunidad en la Rusia zarista. Al año siguiente, en 1910, estos diez hombres y dos mujeres construyeron la primera sociedad agraria basada en la cooperación y la fraternidad y donde la propiedad privada no existía. Un sistema bastante cercano a lo que entenderíamos por comunismo.

Había nacido Dgania, el primer kibutz. Durante los años 20 y 30, a pesar de las dificultades que pusieron las autoridades británicas a la inmigración judía, se convirtieron en la base sobre la cual se edificaría el Estado de Israel. Los kibbutz, de los cuales 65 de los 270 aún existentes, funcionan aún según el método comunal tradicional, mientras que el resto, prácticamente, se han convertido en empresas cooperativas inmersas en un sistema de libre mercado, como se explica en un artículo publicado en "Financial Times", titulado "The rise of the capitalist kibbutz".

El derecho de Israel a existir, al igual que el de España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y el resto de países del mundo es axiomático e incondicional. La legitimidad de Israel no está suspendida en el aire a la espera de un reconocimiento. No hay ciertamente ningún otro Estado, grande o pequeño, joven o viejo, que consideraría el mero reconocimiento de su “derecho a existir” un favor, o una concesión negociable.

El Estado de Israel basa su existencia en las mismas premisas que cualquier otro país del mundo, en definitiva.

Ahora bien, lo de estos evangélicos "cristianos sionistas" es una problemática muy similar a la que se encontró Cristo con los fariseos. Estos esperaban la venida del Mesías y el establecimiento del Reino de Dios pero en este mundo (Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo), esperaban la reconstrucción de un reino en la tierra, como el que habían regido siglos atrás David y Salomón, por eso rechazaron al Salvador. El momento en que se consuma la apostasía por parte de los fariseos, y del que una vez había sido Pueblo de Dios, lo encontramos en Juan 19:14-15: "Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dijo Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey.». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dijo Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.»". En su afán porque Pilatos condenase a muerte a Jesucristo, los fariseos llegaron a renegar de Dios, declarando que su único rey era el César romano, señor, por aquel entonces, de este mundo, rechazaban expresamente el Reino de Dios.

Los evangélicos sionistas defienden, en consecuencia, la herejía de que existen dos Pueblos de Dios separados, Israel y la Iglesia, cada uno con un plan de salvación distinto por parte de Dios. Confunden el plano terrenal con el espiritual, como confunden el significado espiritual, distinto, del término "judío" en el Nuevo Testamento.

En lugar de cosas espirituales, siguen buscando cosas materiales, terrenales, piensan que el Reino de Dios sí es de este mundo. Pero Cristo no solo dijo a Pilatos que Su Reino no era de este mundo sino que, más aún, viendo que sus seguidores pretendían proclamarle rey, se retiró a la montaña: "Y entendiendo Jesús que había de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió á retirarse al monte, él solo" (Juan 6:15). Su Reino no era de aquí, no podía verse a través de los ojos que tenemos en la cara, sino únicamente a través de los ojos espirituales: "Y preguntado por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está. Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá, cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis" (Lucas 17:20-22). Los fariseos, como estos evangélicos no podían ver el Reino de Dios porque es un reino espiritual que no podemos ver si nos quedamos en lo físico: "Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3).

No hay que perder la perspectiva de que el Pueblo de Dios, la verdadera Iglesia, el Israel celestial, desde la creación de este mundo, ha sido, es y será el verdadero cuerpo de creyentes, aquellos que son verdaderamente salvos: como ningún hombre puede ver en los corazones para distinguir entre unos y otros, por tanto la composición de Su Pueblo sólo es conocida por Dios.

La verdadera Iglesia de Dios no es una organización terrenal con gente y edificios, sino una entidad sobrenatural integrada por aquellos que han sido justificados y salvados por la fe en el sacrificio del Señor Jesucristo. La Iglesia verdadera abarca todo el período de la existencia del hombre sobre la tierra, y a toda la gente que ha sido llamada a ella. El mundo es cristiano desde su creación, puesto que Cristo, siendo Dios, es Creador de este mundo. Cuando Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y los demás creyentes del Antiguo Testamento fueron justificados y salvados por su fe, lo fueron por la fe en Jesucristo, y sus pecados lavados por la sangre de Jesucristo, exactamente igual que los creyentes del Nuevo Testamento.

No hay, en definitiva, dos Pueblos de Dios separados, Israel e Iglesia, sino uno solo desde que el primer hombre pisó la tierra. Jesús dice en Juan 10:16: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor". Y el apóstol Pablo en Efesios 2:11-16: "Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades". Hoy, somos Israel por Cristo. Si un judío, en el sentido de un seguidor del judaismo, acepta a Cristo y se convierte, sí. Si no, está fuera del Pueblo de Dios. Lo contrario, es la confusión que tienen algunos. Los israelitas, como Pueblo de Dios en el Antiguo Testamente, vivían en un espacio geográfico muy delimitado, parte de las tierras en que actualmente se asienta el Estado de Israel, y tenían unas características étnicas muy similares. Hoy no es así, sino que se encuentra diseminado por todo el mundo, pero ES UN MISMO PUEBLO EN EL CUERPO DE CRISTO (a propósito, no tiene nada que ver con el tema de la entrada, pero no, no hay en la Biblia una defensa del inmigracionismo, las fronteras abiertas ni teoría "multiculti" alguna, no, estamos hablando de unidad material entre gentes de distintas naciones, etnias y razas, sino UNIDAD ESPIRITUAL).

Otra creencia de estos evangélicos "sionistas cristianos" y que les llevan a pensar que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de las promesas bíblicas de Dios: afirman que esa promesa de la tierra hecha en la Biblia al pueblo de Israel no se cumplió hasta 1947, dando la tierra al pueblo judío como heredad perpetua. Pero es que eso no es lo que dice la Biblia: Dios sí cumplió, entregando a Israel la tierra que prometió a su padres, Abraham, Isaac y Jacob. Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto, cumplió la promesa que había hecho y les dio la tierra. ¿Qué dice la Biblia?: Josué 21:43-45: "Así dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres; y la poseyeron, y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres: y ninguno de todos los enemigos les paró delante, sino que Jehová entregó en sus manos á todos sus enemigos. No faltó palabra de todas la buenas que habló Jehová a la casa de Israel; todo se cumplió". Nehemias 9: 7-8: "Tú, eres oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; Y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste con él alianza para darle la tierra del cananeo, del heteo, y del amorreo, y del fereseo, y del jebuseo, y del gebuseo, para darla a su simiente: y cumpliste tu palabra, porque eres justo". Hechos 13: 19: "Y destruyendo siete naciones en la tierra de Canaán, les repartió por suerte la tierra de ellas".

Aparte de esto, la promesa de Dios a Israel sobre la tierra no era incondicional, como sostienen estos evangélicos, inspirados en el dispensacionalismo, sino condicional a que los israelitas cumpliesen las condiciones del pacto ("Guárdate, que no te olvides de Jehová tu Dios, para no observar sus mandamientos, y sus derechos, y sus estatutos, que yo te ordeno hoy", Deuteronomio 8:11, "Mas será, si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios, y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres, y á ellos te encorvares, yo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las gentes que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis; por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios", Deuteronomio, 8:19-20).

La promesa de permanencia en la tierra fue hecha al pueblo de Israel bajo la condición de que no se apartaran de Dios y su ley. Israel violó esta condición una y otra vez, no hay más que leer el Antiguo Testamento, atrayéndose el castigo y la cólera de Dios, por medio de las naciones vecinas, hasta que la nación israelita fue desechada completamente de su tierra. El pueblo de Israel había incumplido el pacto con Dios, lo había invalidado, como el mismo Dios había dicho a Moisés. Dios ha dicho que devolvería la tierra, pero está promesa no es sobre una tierra concreta enclavada en Oriente Medio, sino sobre la Nueva Jerusalén y el Israel Celestial, la tierra prometida a los creyentes de todas las épocas: "Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad" (Hebreos 11:14-16).

Podría extenderme más pero no quiero alargar excesivamente el rollo teológico. Más o menos queda claro que no es posible sacar de la Biblia la idea de que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de una promesa divina a los judíos ni que existan varios Pueblos de Dios con varios planes de salvación.

No me fío demasiado de las estimaciones y estadísticas que se hagan en la Europa progre, sabiendo lo "bien que caen" aquí los republicanos, pero se calcula que un cuarto de los votantes del GOP, seguirían o simpatizarían con este "sionismo cristiano", (hay quien llama al “Cinturón Bíblico” estadounidense el “Cinturón de Seguridad” de Israel). Se cree que existen 70 millones de sionistas cristianos y 80.000 pastores sionistas en los Estados Unidos, cuyas ideas son diseminadas por 1.000 emisoras cristianas de radio y 100 cadenas cristianas de televisión.

¿Qué es la influencia del "lobby judío" al lado de la de esta masa?

Como he dicho en la entrada anterior, apoyar a Israel es apoyar la democracia y la libertad en Oriente Medio y tener un sólido aliado (ya está tardando en formar parte de la OTAN), pero BASTA DE YA DE HEREJÍAS Y DE PUDRIR EL EVANGELIO.
.