lunes, 25 de octubre de 2010

Idolatría (III)

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Tras hablar en las dos entradas anteriores de la idolatría a las imágenes y a la pseudo-ciencia, toca hablar para finalizar de la más extendida: la idolatría al Estado, el dios Estado como sustituto del Dios de la Biblia.

Cierto es que estoy de acuerdo en que nos queda Estado grande para rato. Y educación pública, sanidad pública, beneficencia pública,… El Estado tiene su sitio y sus funciones, no olvidemos Romanos 13 ni Jueces 25:21, y, en efecto, es poco realista pensar que, de la noche a la mañana, vamos a reducirlo. No se trata de desmantelar de golpe el Estado del Bienestar, pensar eso es una extravagancia, en todo caso, ir dando pasos para hacerlo más racional, como, no hay que olvidar, hizo Margaret Thatcher en su primera legislatura como Primera Ministra del Reino Unido, con algunas medidas como los cheques para parados, sin que nadie, que esté mínimamente cuerdo, la tache de “socialista” por ello. Si se suprimiera de golpe, sería una catástrofe, precisamente por el descomunal tamaño que ha adquirido el Estado-niñera y el empobrecimiento y gente dependiente de él que ha creado. Como dije, al iniciar la web, el objetivo es la reforma del mal llamado Estado del Bienestar y acabar con la cultura del subsidio y la dependencia, intentar tender a que lo único imprescindible fueran prestaciones mínimas (sanitarias, educativas, etc.) para las clases socialmente excluidas. Entretanto, mientras no se llegue a este fin, los servicios básicos deben estar garantizados pero de la manera más eficiente posible, para evitar el parasitismo y la gorronería, dando prioridad a los sistemas de gestión privados en aquellos ámbitos que funcionen mejor e incentivando la iniciativa privada de acuerdo a unos parámetros de calidad.

Esta entrada, simplemente, pretende ilustrar sobre cómo la ausencia de responsabilidades mata la virtud en una sociedad.

The Economist publicó, a principios de año, un informe, según el cual, hemos sido testigos de un amplio crecimiento del tamaño del Estado desde bastantes años antes de la crisis económica. Cierto que el semanario británico está más bien escorado al libertarianismo, pero, aún así, dio una serie de datos interesantes como que, en el Reino Unido, los laboristas habían aumentado el gasto público en el National Health Service (sistema público de salud) en un 6% anual, así como el gasto en educación, con el beneplácito de los conservadores, durante sus 13 años de gobierno, hasta el punto de que, en ese período, dos tercios de los nuevos trabajos habían sido creados por el sector público, donde los salarios también crecieron más que en el privado, más burocracia y más gente dependiente del Estado y en mayor medida. En Estados Unidos, durante la presidencia de George W. Bush, había aumentado el gasto en Medicare, el programa público de salud, se había extendido el control del Estado sobre la educación, se creó el mayor organismo burocrático desde la II Guerra Mundial, el Departamento de Seguridad Nacional, si bien es cierto que no debemos olvidar y puntualizar, en relación a esto último, que, desde el 11-S, se ha producido una situación totalmente anómala hasta entonces como ha sido la constante alerta ante posibles nuevos macroatentados terroristas (Ronald Reagan también hubo de dedicar un buen trozo del PIB a las investigaciones destinadas a la Iniciativa de Defensa Estratégica, el programa para detección e interceptación de posibles ataques soviéticos con misiles intercontinentales, la conocida también como Guerra de las Galaxias, y al sprint final de la Guerra Fría) y el número de páginas de las regulaciones federales aumentó en más de 7.000.

La realidad es que, por ejemplo, pese a la cantidad de leyendas urbanas que circulan, en cuanto a sanidad pública, hasta el plan de Obama, Estados Unidos dedicaba a la misma aproximadamente el 16% del PIB, más que cualquier otro entre los países desarrollados. Los ciudadanos sin seguro representan apenas el 15,6% de una población de más 300 millones de habitantes. No tener seguro médico es muy distinto a no recibir asistencia sanitaria. ¿Acaso alguien piensa que la gente sin seguro no recibe atención médica y se la deja morir en plena calle? La realidad de las cifras indica que, mientras que el intervencionismo extremo no lo estropee convirtiéndolo en una Europa “socialdemocratizada” al otro lado del Atlántico, Estados Unidos cuenta con la mejor infraestructura hospitalaria del mundo, los últimos adelantos terapéuticos y los más eficientes equipos de tecnología médica e innovación investigadora. Y todo ello, además, en manos de los mejores profesionales de la medicina y de investigadores reconocidos y premiados por su labor en las más altas esferas de la investigación médica. Lo que siempre se omite al hablar del 15,6% de norteamericanos no cubiertos por un seguro médico es que no todos están en una situación en la cual no pueden permitírselo económicamente, sino que, la inmensa mayoría, por su juventud o por deseo expreso, no quieren pagar a una aseguradora, ni tampoco esperan que el Estado les pague el seguro.

El gasto público en Estados Unidos, a mediados de 2008, equivalía a más del 40% del ingreso nacional, sin contar gastos por fuera del presupuesto, como aquellos por cuenta de las empresas del Gobierno Fannie Mae y Freddie Mac, ni los empleados en los rescates financieros. Más de cuarenta de cada cien dólares generados por la economía, son retenidos por el Gobierno en contra de la voluntad de los ciudadanos individuales que han logrado tal ingreso.

La crisis financiera, que empezó a asomar las orejas, con sus síntomas, a finales de 2007 y a mostrar su cara a mediados de 2008, provocó un desplome de los mercados, los Estados intervinieron a una escala sin precedentes en décadas, para inyectar liquidez, nacionalizar o rescatar bancos y compañías que eran consideradas como demasiado importantes para las economías nacionales como para dejarlas quebrar así como así. El plan de rescate financiero firmado por Bush, en octubre de 2008, libró a muchos de responsabilizarse de sus errores, cometidos al poner el crédito en manos de quienes no podían devolverlo, al preverse en el mismo una compra por casi 700.000 millones de dólares de activos dudosos vinculados al crédito hipotecario. Ya en 2009, el Gobierno norteamericano se hizo cargo de General Motors, siendo adquiridas el 60% de sus acciones por el Tesoro de los Estados Unidos (aparte, un 11% pertenece al Gobierno canadiense y otro 10% al sindicato mayoritario en la empresa), comenzaba a gestionar empresas hasta entonces privadas y no solo al otro lado del Atlántico. En el Reino Unido, el Gobierno comenzaba también a gestionar bancos mientras otros países comprometían hasta el 2,5% del PIB en estímulos a la economía.


Es indudable que estamos en una época de profunda desconfianza hacia lo individual y en la que el impulso es recostarse en el regazo del Estado, de lo colectivo.

De la mayor o menor eficacia de la intervención estatal frente a lo privado, no hablaré aquí (porqué en los Estados Unidos la esperanza de vida son 78 años y en la socializada Europa son 79, la sanidad pública nos “proporciona” una año más de vida), quizás más adelante. A lo principal que quiero llegar es a algo que señaló genialmente
William Whitelaw, quien ocupó el puesto de representante en funciones de Margaret Thatcher durante muchos años: el Partido Laborista se dedicaba a ir por todo el Reino Unido fomentando la apatía. Los gobiernos grandes tienen como una de sus armas, precisamente esa, crear la sensación de que los problemas son tan abrumadores, tan complejos, tan inabordables que tan solo intentar ponerse a buscarles salida supone un quebradero de cabeza terrible y que lo cómodo es mostrarse indiferente y aceptar que sólo el gobierno puede abordarlos. Gubernamentalizar, asumir por parte del Estado las responsabilidades individuales, es algo que cuesta un dinero y, tras los trece años de laborismo, casi tres cuartas partes de la economía en tierras británicas dependían del gasto público.

Pero esto no siempre fue así en el mundo angloparlante, erase una vez liberal. La responsabilidad individual es uno de los pilares fundamentales sobre los cuales cimenta el liberalismo clásico su defensa de la libertad. Pese a Obama, Estados Unidos aún es y será la líder dentro del mundo democrático y libre. Este principio entronca directamente con la tradición cristiana de los puritanos ingleses que arribaron al Nuevo Mundo allá por el siglo XVII: al igual que la salvación eterna era una responsabilidad individual de cada hombre con Dios, en la sociedad humana cada persona sería responsable de sus actos, de sus aciertos y de sus fracasos. Y así lo plasmó la joven nación americana en los valores que forjaron su Constitución, a fines del XVIII.

El socialismo combate vehementemente este principio a base de leyes a través de las cuales nos promete una vida fácil y placentera sin tener que realizar esfuerzo alguno, sin arriesgarnos en nuestras decisiones y sin que tengamos que asumir las consecuencias de nuestros errores, porque sabe perfectamente que esto es algo muy atractivo, sobre todo para los más jóvenes. Es una salida y una huida hacia adelante muy fácil pensar que, por el hecho de haber nacido, tenemos el derecho a que otros vengan a tapar el resultado de las elecciones que realicemos, por muy idiotas que estas sean. Y porque sabe perfectamente que ésta es la mejor forma de poner los cimientos para construir enormes gobiernos que controlen cuantos más aspectos de la vida de los individuos, mejor.

Pero los individuos tenemos derechos activos, no pasivos. En nuestro país, la Constitución reconoce un amplio catálogo de los primeros y de los segundos, aunque algunos sean principios de actuación de los poderes públicos, más que derechos propiamente dichos, y conste que hay que decir que, pese a estas deficiencias, ha sido un instrumento que, al menos, ha proporcionado a España tres décadas mínimamente estables, como no habíamos tenido en nuestro país en siglos. Tenemos derecho a trabajar, pero no a que nos den un empleo. Tenemos derecho a usar el dinero que obtengamos por ese trabajo en cubrir las necesidades que entendamos más urgentes. No tenemos derecho a que nos den algo porque digamos “yo no tengo dinero para pagarlo”. Un médico sí tiene derecho a que le paguemos por su trabajo, un abogado tiene derecho a que le abonemos sus servicios profesionales, igual que el dueño de la tienda de alimentación a que le paguemos por la comida que le compremos. Los derechos son derechos a hacer, no a recibir pasivamente cosas de otros. Ni a coaccionar a esos otros para que nos las den porque “yo no tengo dinero para pagarlo”. Si otros me lo dan cuando yo esté en situación de necesidad será encomiable por su parte, pero voluntario. Los liberales no estamos en contra de la solidaridad con los demás. Incluso un libertariano como Robert Nozick consideraba encomiable la caridad y la solidaridad con los menesterosos, precisamente por ser voluntaria. Con mayor razón aún los liberales. No hablamos, en estos casos, de derechos, sino de necesidades. La comida y el agua son necesidades diarias, muchísimo más urgentes y perentorias que la sanidad, que es más costosa pero más eventual en la vida de una persona. Y nadie en su sano juicio habla de universalizar el suministro de agua y alimentos.

Las políticas de destrozo de la idea de familia van en la misma dirección. La familia es la red en la cual el individuo puede apoyarse en situaciones de necesidad, lejos de la ayuda que el Estado le ofrezca a cambio de aceptar sus imposiciones. Ojo, que un servidor, a sus poco más de 30 años, por voluntad de Dios, por supuesto, aún no está casado, pero la verdad es así. Situación, la personal mía, que, por supuesto, resolverá Dios cuando crea oportuno.

Las sociedades sin responsabilidad individual y con gobiernos grandes e intrusivos se caracterizan por su empobrecimiento. La suma de individuos empobrecidos no sólo materialmente sino, también, moral e intelectualmente genera una sociedad empobrecida en lo material, lo moral y lo intelectual. Estos individuos no tendrán inconveniente en poner a disposición del Estado, si es necesario, hasta el 50% de su patrimonio, a través de una expoliatoria política fiscal, trabajando hasta el verano sólo para pagarle a este Leviatán, con tal de que le garanticen salir del trabajo el viernes al mediodía y sentarse ante el televisor hasta el domingo por la noche sin preocupación alguna. Las personas que tienen miedo de las responsabilidades tienen miedo de la libertad misma.

Como he dicho al principio, la realidad es que es propio de una utopía pensar que a esto le va a quedar poco, pero las dos manifestaciones más preeminentes de este descargo sobre el Estado de la responsabilidad individual propia y de la creciente dependencia hacia él son el sistema educativo y la sanidad pública.

Moralmente, al restringir amplias parcelas de la libertad de la gente y eximirles de responsabilidades individuales, familiares y sociales, el Estado también hace innecesaria la virtud. Hay pocos espacios de la vida diaria donde el Estado no tenga, como mínimo, alguna influencia en la manera en cómo vivimos. Pero al librarnos de nuestra libertad y de la posibilidad de errar en nuestras decisiones, a la vez, nos libera también de nuestra obligación, y esto nos deja con una ética social que carece de cualquier virtud real. Evidentemente, no es lo mismo atender a las necesidades ajenas de forma voluntaria que de forma coactiva.

¿Tiene esto alguna incidencia en la vida en la fe cristiana? Indudablemente. Recordemos Santiago 2:14-17: “Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene las obras? ¿Por ventura esta tal fe le podrá salvar? Y si el hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les diereis las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿qué les aprovechará? Así también la fe, si no tuviere las obras, es muerta en sí misma”, y Efesios 2:8-10: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. No somos justificados por nuestras buenas obras sino por la gracia de Dios, como dijo Calvino, lo cierto es que somos justificados no sin obras pero no por obras, ya que en nuestra comunión en Cristo, que nos justifica, la santificación está tan incluida como la justicia. En resumidas cuentas, las obras no es lo que nos salva, para que no quitemos nada de esa gloria a Dios, sino que son el testimonio de esa salvación. Jesucristo dijo que “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”, lo que significa que si quienes dicen ser cristianos, quienes profesan haber sido justificados sólo por la fe y por lo tanto confiesan que no tienen nada que contribuir a su justificación, si no se comportan, sin embargo, de una manera superior al comportamiento del resto de personas, las que esperan salvarse por sus obras, y las que, directamente, son incrédulas, no entrarán en el reino de Dios, puesto que no será cierto que su justificación se haya producido, sus obras no habrán dado testimonio de esa salvación.

Es evidente que el Estado no me va a hacer que “me condene”. El Estado es casi omnipresente en nuestros días pero nada puede hacer ante la omnipotencia del eterno decreto del Creador. Nadie que sea salvo perderá su salvación. Sin embargo, si ya no soy responsable por ayudar a mi vecino porque el Estado lo hace por mí ya no tengo la oportunidad de practicar las virtudes cristianas, el Estado me está privando de la oportunidad de practicar plenamente la fe cristiana. Igualmente, si me sobrecarga de impuestos y me dificulta poder emplear parte de mis ingresos en atender las necesidades de otros puesto que la cantidad que me queda es la justa para mantener a mi familia, hasta tal punto que, si me privara de algo de ese dinero, tendría que acudir a los programas de beneficencia pública y secular, el Leviatán estatal también me está obstaculizando en la práctica y el cultivo de la virtud cristiana, de esas buenas obras.

Esto genera un tipo de sociedad basada en una ética socialista de la beneficencia estatal, en lugar de una que sea fruto de una ética de libertad individual vinculada a un fuerte sentido de familia y responsabilidad individual. El Estado adopta un papel que en ningún momento le da la Biblia y para ello nos exige una cantidad de nuestros ingresos muy superior a la del diezmo bíblico (el 10%). Incluso las iglesias se colocan en un rol muy distinto al que les corresponde. Aunque estemos hablando de una institución mundana, como la Iglesia Católica Romana, en España, en virtud de varios Acuerdos firmados entre el Estado español y la Santa Sede, el 3 de enero de 1979, disfruta de un régimen privilegiado frente a otras confesiones, mediante el cual se mezcla con el Estado, como en los tiempos del Imperio Romano. El modelo de financiación supone, de facto, que todos los españoles están obligados a la financiación de la Iglesia Católica Romana, y por otra parte, se perturba el derecho a no ser obligado a declarar sobre las creencias religiosas. La Iglesia presume de sus obras de caridad financiadas, sin embargo, en gran parte, con cargo a fondos públicos, es parte de la beneficencia socializadora estatal. Incluso ha incorporado a su doctrina la retórica redistributiva estatalista, en la práctica, desarrolla un socialismo con agua bendita. No debiera importarme demasiado, en principio, puesto que es una iglesia que es bien sabido que está comprometida en íntimo sincretismo con la religión que prevalece actualmente, la del humanismo secular, y que venera a su principal ídolo, el Estado, el problema es tener que contribuir a esto con nuestros impuestos. La propia idolatría católica se expande a través de los canales que le proporciona el Estado mediante la presencia de crucifijos y otros símbolos papistas en edificios públicos y en las tomas de posesión de altos cargos, o el paseo de imágenes e ídolos por miembros de las fuerzas de seguridad o del ejército, sin que gobiernos como el actual del PSOE (tan comprometidos, en teoría, con la libertad religiosa y la separación Iglesia-Estado) muevan ni un dedo (mucho menos esperemos que lo haga uno del PP). Pero no solo esto, en otros países, incluso ministerios de algunas iglesias cristianas son financiados por programas del Estado, el cual, como es lógico, exige fidelidad a su nueva religión humanista, obligando a las iglesias a que diluyan su carácter cristiano. Muchos cristianos tienen puesta toda su confianza en el Estado, en lugar de en la forma bíblica de cubrir las necesidades.

La Biblia es uno de los libros que señala más claramente los límites de un gobierno legítimo, con reglas muy claras para lograr la prosperidad personal y nacional, precisamente a través de los principios que más han expandido la prosperidad y el bienestar por todo el mundo: jueces independientes, impuestos bajos, educación en valores, esfuerzo personal, responsabilidad individual, respeto a la propiedad privada y trabajo bien hecho. En Samuel I, 2:30, se nos dice que “Yo honraré a los que me honran y los que me desprecian serán tenidos en poco”. Dios bendice a quienes obedecen sus enseñanzas y deja a su destino a los que deciden volverles la espalda. No hay más que ver el destino de las naciones que caen en el relativismo y el anticristianismo, la degradación material y moral. No sólo moral, porque muchos dirán que la moral es algo relativo, sino también material. Puesto que el caso es que, hoy en día, estas bendiciones a las naciones se buscan a través del nuevo dios, el Estado, no a través del Dios bíblico, nosotros mismos convertimos al Estado en una religión, en un ídolo. Dejamos que sobrepase sus funciones legítimas y que éstas las cumpla muy deficientemente o ni siquiera las cumpla. Se piensa que seguridad y defensa son cuestiones menores. La justicia, hasta que no nos toca sufrirla, otro tanto de lo mismo. OJO: DEBEMOS CUMPLIR LAS LEYES. Los ancapistas locos no tienen sitio ni en el Cuerpo de Cristo ni entre los liberales clásicos. Los gobiernos son instituidos por Dios para bien o para mal, Romanos 13:1-2 no hace excepciones: “Toda alma se someta á las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas. Así que, el que se opone a la potestad, a la ordenación de Dios resiste: y los que resisten, ellos mismos ganan condenación para sí”. El Estado ha sido ordenado por Dios, rechazando toda forma de anarquía, fundamentalmente para preservar nuestra libertad y propiedad y establecer unas normas de orden público de obligado cumplimiento para todos, pero no para usurpar las funciones que corresponden a los individuos, las familias y las iglesias ni arrebatarnos la libertad. Ahí es donde comienza a convertirse en un ídolo.

El problema, además, es cuando incumple las funciones que le señalan los dos siguientes versículos: “Porque los magistrados no son para temor al que bien hace, sino al malo. ¿Quieres pues no temer la potestad? haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; Porque es ministro de Dios para tu bien. Mas si hicieres lo malo, teme: porque no en vano lleva la espada; porque es ministro de Dios, vengador para castigo al que hace lo malo”. El socialismo, precisamente, tiende a menospreciar estas funciones legítimas del Estado, la defensa de los inocentes y el castigo de quien hace el mal a otros. Desarrolla teorías criminológicas, según las cuales, el delito siempre se cometería por alguna razón especial que no forma parte per se de la naturaleza del individuo: pobreza, desempleo, discriminación, enfermedades mentales; es decir causas ajenas a él que enajenan su voluntad. El criminal terminaría convirtiéndose en una víctima. Para evitar esto, insiste en que el Estado debe copar todo lo que es función de la sociedad, arrogarse la justificación del malvado, lo cual corresponde solo a Dios y, en cambio, se evade de una de sus funciones terrenales, cual es el castigo del crimen. El Estado ya no pronuncia justicia, ya no ejecuta castigo contra el malvado.

Mientras, se muestra hiperactivo y con un músculo muy fuerte a la hora de hacer lo que no debe: limitar nuestra libertad y difuminar la responsabilidad y la virtud. Sobre esto último, el Estado no es que deba, es que ni siquiera puede hacernos más virtuosos. Ahora bien, sí que puede hundirnos en la falta de virtud. Tampoco nos puede hacer más libres pero sí puede actuar como un tirano.

Si negamos la potestad de Dios para predestinarnos es que la predestinación que reconocemos es la de otros dioses. Hoy día, para la mayoría, el Estado es ese dios predestinante, desde la cuna a la tumba. Siempre adoraremos, el hombre es un ser adorador y un idólatra en potencia. Será al Dios de la Biblia o a otros dioses. El agnosticismo y el ateísmo, contrariamente a lo que se piensa, no son ausencia de dios. La palabra “ateo” ni siquiera parece en la Biblia, cuando se habla en la Escritura de seguir a otros dioses y abandonar a Dios, debemos interpretarlo en su contexto pues igual que los israelitas mezclaban el culto a Dios con el culto a Baal y Moloc, hoy día mezclamos el cristianismo con el humanismo secular. Si no seguimos al Dios de la escritura, siempre habrá otro dios al que seguiremos. Y, hoy día, el Estado es el dios que predomina.

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viernes, 15 de octubre de 2010

Idolatría (II)

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Hablé en la entrada anterior sobre la idolatría que constituye una de las doctrinas fundamentales de la Iglesia Católica Romana y esa especie de simbiosis o sincretismo entre creencias cristianas y paganas. Pero yo, al fin y al cabo, no soy católico sino cristiano. El problema fundamental con la Iglesia Católica Romana es la creencia que enseña esta institución de que la sola fe en Jesucristo no es suficiente para la salvación, que la sangre de Cristo derramada en Su sacrificio en la Cruz del Gólgota no fue suficiente para pagar por los pecados. ¿Son salvos los católicos? Está claro que ni siquiera todos los protestantes se puede decir que sean salvos puesto que la Salvación depende de la fe únicamente en Jesús para la misma, otorgada por exclusiva Gracia y misericordia de Dios, si dependiera de pertenecer a una iglesia u otra, es que entonces dependería de las obras y los actos propios, dependería de que el creyente tuviera acierto a la hora de escoger la iglesia correcta, lo cual no es bíblico. Ahora bien, no hay que olvidar Isaías 55:11: "así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié". La Biblia tiene una fuerza y una dureza mayor que el diamante. Por algo todos quienes han intentado destruirla han fracasado. Por muchas enseñanzas y prácticas antibíblicas que se propaguen la Verdad del Evangelio siempre saldrá a la luz. A fin de cuentas, algo de la Biblia sí se enseña en la Iglesia Católica, algunos de sus fieles sí la escudriñan y leen y las ediciones católicas de la misma, salvo los libros apócrifos, también conducen a la Verdad. Puede haber católicos romanos que tengan toda su fe en Jesucristo para la Salvación, creyentes, a pesar de lo que la Iglesia Católica enseña, no gracias a lo que enseña, por supuesto, y porque por muchas patrañas y engaños mundanos con los que se enrede, al final, Cristo siempre triunfa.

Más alarmante aún, son es el sincretismo entre cristianismo y otras creencias mundanas dentro de los evangélicos.

Una de las manifestaciones de esto es el conocido como "creacionismo científico". Les recomiendo esta entrada publicada, hace varias semanas, por el señor Alfredo en su bitácora. Este movimiento supone algo así como tirar a la papelera 2 Timoteo 3:16-17, "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". Muy similar a la interpretación que hace la Iglesia Católica Romana de este versículo, que la Biblia es materialmente suficiente pero no formalmente suficiente: materialmente en el sentido de que todo lo que un cristiano necesita lo encontrará en las Escrituras, pero formalmente porque, pese a que lo todo lo pueda encontrar, para entender la Biblia, necesitaría que la Iglesia Católica Romana la interpretase, a la luz de su tradición.

Más o menos, creo que podría verse esto como algo similar, pretender que el cristiano sí que tiene todo en el relato del Génesis pero para que para entender la Creación necesita añadidos ajenos a ese relato, retorcerlo para adaptarlo a teorías pseudocientíficas (ideas disparatadas como la de la envoltura de vapor de agua alrededor de la Tierra, por ejemplo, para tratar de "demostrar" el Diluvio, busquen en internet, es fácil encontrar más webs cristianas que defienden estas cosas) que pretenderían "demostrar" su veracidad. Colocar la verdad no en la Palabra de Dios sino en estas supuestas teorías, además no verificadas en modo alguno. Puesto que no solo es que se hurte la verdad de la suficiencia del relato bíblico sino que, es más, encima, se pone y se la hace depender de hipótesis que ni siquiera la ciencia ha verificado.

No hay que mezclar churras con merinas, ciencia y fe van por caminos distintos y no se trata de que la segunda rechace la primera, sino de tener claro que nos da cada una. La ciencia nos da conocimiento del mundo que nos rodea nos llega a través de los sentidos, la observación y la experimentación (debe contemplarse de una forma intelectual, como una forma de obtener conocimientos); el de Dios llega a través de la verdad revelada en la Biblia, a Dios no se le conoce mediante la ciencia sino mediante la revelación de Su Palabra (o se acepta la verdad revelada o no se acepta, no es algo sometido a experimentación). La ciencia, los descubrimientos que se realicen, pueden hacer que nos impresionemos ante la obra de Dios a través de la armonía perfecta que existe en el Universo, la complejidad y reproducción del ADN o el funcionamiento de las leyes de la física (en la propia Biblia, Salmo 19:1, se dice: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos"), pero eso es distinto, no es buscar la revelación a través de la observación o de la construcción de hipótesis, que es lo que hacen estos creacionistas científicos, no serían la premisa de la que partir.

Pero es que el creacionismo científico ni es ciencia ni es fe. Es dar la razón a los evolucionistas materialistas o ateos que postulan que evolución y creación son dos conceptos excluyentes como el agua y aceite, intentando explicar el Génesis mediante curiosas teorías en las que cualquier parecido con la ciencia es pura coincidencia.

Sus orígenes podemos encontrarlos allá por 1963, cuando Henry M. Morris, antiguo profesor universitario, doctorado en Hidráulica, y un grupo de creacionistas como él, en 1963, organizaron la "Sociedad para la Investigación de la Creación". En 1972, fundó el Creation Research ("Instituto para la Investigación de la Creación", ICR de San Diego), institución privada no lucrativa, cuyo objetivo original fue publicar literatura creacionista y hacer campaña en las escuelas públicas en favor de las interpretaciones de los orígenes humanos a la luz de la Biblia. A pesar de presentarse como una organización de carácter apolítico y aconfesional, el ICR exige a todos sus miembros una confesión de fe sobre el fijismo de las especies creadas, la universalidad del Diluvio y la realidad histórica de la Creación, según el Génesis. En 1981, Morris obtuvo la aprobación oficial para la escuela superior, que ofrece títulos en Ciencias de la Educación, Geología, Astrofísica, Geofísica y Biología. Puesto que el ICR no está refrendado por la Western Association of Schools and Colleges, las escuelas más acreditadas no reconocen sus títulos ni aceptarán sus créditos de clase para un traslado de matrícula.

El profesor Morris decía que la Biblia era el libro de texto sobre la ciencia del creacionismo. De tal modo, que la creación habría tenido lugar en días de 24 horas, excluyendo absolutamente toda evolución. Para Morris, la fisonomía actual de la Tierra se debía al Diluvio universal. Esta perspectiva fue compartida por importantes teólogos de Princeton como Benjamin Warfield, Duane Gish, el reverendo Jerry Falwell y el Sínodo Luterano de Missouri, de donde surgió un buen grupo de colaboradores de Henry Morris para organizar el creacionismo científico en 1963.

Estos señores habrían forjado un culto ajeno a la Biblia, mezclando sus ideas con las Escrituras y moldeando otra cosa. Su contraparte serían los partidarios del evolucionismo materialista. Para ellos, las teorías evolucionistas serían la prueba científica definitiva de que no es admisible la Creación. El avance y los descubrimientos científicos habrían descartado que el origen del universo y del hombre se explicasen por la existencia de un Dios creador, eterno y omnipotente.
El hombre no es más que un producto de la evolución al azar de la materia, y los valores humanos son algo casual y relativo, no forman parte de una impronta que Dios deje a todos los hombres ya que están en función de las condiciones en que se ha realizado dicha evolución material, es decir, igual que robar, habitualmente, no todos, lo vemos como algo moralmente censurable, podría ser que hubiéramos desarrollado el valor contrario.

El relato del Génesis es algo que tiene que ver con los cimientos de todo el edificio. Si no hubo caída, no hubo pecado original, no lo heredaríamos, luego no necesitaríamos el sacrificio de Cristo, la propia existencia de Cristo como único Salvador pasaría a ser irrelevante. Creo que no es raro que sean los versículos más atacados de la Biblia, precisamente por eso, desde el ateismo se piensa que dinamitarlos es hacer que se resquebraje todo el edificio. Y los señores creacionistas científicos no hacen sino dar la razón a los evolucionistas materialistas. Olvidan una cosa fundamental: ES INÚTIL RAZONAR, EN BASE A LA LÓGICA, SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS CON ATEOS, PUES LA FE NO SE OBTIENE A TRAVÉS DE DEDUCCIONES LÓGICAS Y, ADEMÁS, LOS ATEOS SIEMPRE EMPIEZAN A CONSTRUIR SUS PREMISAS A PARTIR DE LA NEGACIÓN DE DIOS. ¡Entérense, señores creacionistas científicos!

La Biblia toda ella es la verdad literal pero las narraciones que contienen no tienen porque ser literalmente verdad, sobre todo muchas del Antiguo Testamento, escritas siglos después de producirse los hechos que se narran (lo que no cambiaría es la parte teológica, puesto que Dios no se contradice). Jesucristo mismo también enseñaba en base a numerosas parábolas, que, obviamente, no eran historias reales sino para extraer una enseñanza teológica de ellas. Jesús dijo "yo soy la vid verdadera" y, es obvio, Él no era una vid. La ciencia está ahí y se basa en hipótesis pero la fe va por otro camino distinto.

Dejando al lado el debate sobre la existencia o no de Dios, pues es absurdo y además la propia Biblia no solo no obliga a demostrarla sino que declara que el hombre no puede acercarse a Dios a través de sus propios esfuerzos ni tampoco puede entender las cosas de Dios por sí mismo, sí que es interesante comprobar que el cuestionamiento de las Escrituras por parte de los incrédulos, al desconocer la teología, siempre se hace centrando el ataque en la inexactitud o la falsedad de los hechos que se narran.

Cuando la Biblia no sería un manual de paleontología o un tratado histórico sobre el antiguo Oriente Medio hasta la época romana, sino un conjunto de narraciones, con mayor o menor base histórica, porque, para empezar, esa no sería la pretensión, pero que de todas sus páginas, del Antiguo o del Nuevo Testamento, podríamos sacar las mismas enseñanzas: que existe una soberanía de Dios sobre todas las cosas de este mundo, que el hombre por su naturaleza caída y pecaminosa es incapaz de alcanzar la salvación y que esta se obtiene solamente por gracia, sólo a través de la fe por la sola obra de Cristo, en aquellos predestinados por Dios, y no por buenas obras, aunque estas sean el testimonio de la fe y para ello la Biblia nos dé el patrón, la parte moral, la parte de la ley no derogada por Cristo.

Lo rechazable de plano sería desde luego este creacionismo científico, usar el calzador para introducir en la Biblia hipótesis que ni siquiera se pueden etiquetar como "científicas", como he dicho, sino como tonterías. No es cristiano ni es bíblico porque implica una enorme desconfianza hacia Dios de parte de los que lo defienden y la realidad es que es una toda cesión ante el sector materialista y ateo dentro del evolucionismo, que es el que más se ha empeñado desde el principio, desde Darwin, y más ha insistido en que creación divina y evolución de las especies por narices deben ser excluyentes una de otra.

Los creacionistas científicos no confían en Dios sino en una pseudo-ciencia, en definitiva, dan culto a otra cosa, a algo que ha sido creado por ellos y no a quien les ha creado a ellos. Son idolatras al mismo nivel que puedan serlo los evolucionistas ateos, puesto que, como buenos idolatras, adoran la obra de sus manos.

Por cierto, mi posición: creación y evolución no han de ser excluyentes. Una es fe y otra es ciencia. Yo no le doy la razón a quienes defienden que la existencia de Dios depende de conseguir falsar la teoría de la evolución pues, en ese caso, no es de fe de lo que estamos hablando.
Digan lo que digan sus partidarios, este creacionismo científico no debe enseñarse en colegios públicos, como llevan años intentando en los Estados Unidos. Otra cosa serían los colegios privados que acepten esta doctrina, ahí sí estarían en su pleno derecho.


Me he extendido más de lo que esperaba con esta cuestión, así que publicaré una tercera parte sobre educación y estatismo.
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sábado, 9 de octubre de 2010

Idolatría (I)

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Sé que me leen muchos católicos romanos, que alguno de ustedes serán muy devotos de algún Cristo, alguna Virgen o algún santo, en concreto, de la imagen que, en madera, piedra, mármol o cualquier otro material, los represente (en España incluso hay peleas en algunos lugares y entre algunas personas, para dilucidar qué virgen, santo o patrón es “mejor”), pero estas dos entradas no se limitan únicamente a la idolatría católica. Bueno es hablar no solo de la idolatría evidente, sino de la idolatría más sutil, la que, lamentablemente, se da en iglesias evangélicas, también, y aquella que, como la anterior, se nos intenta imponer actualmente desde el Estado mediante su arma letal, los colegios públicos, una forma de idolatría que no necesita ídolos físicos tallados en madera, esculpidos en mármol o forjados en metal.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás á ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, á los que me aborrecen, Y que hago misericordia en millares á los que me aman, y guardan mis mandamientos”, es el segundo mandamiento (Éxodo 20:4-6). Pero no olvidemos el primero: “Yo soy JEHOVÁ tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3).

Como saben, desde la Iglesia de Roma, se dice que venerar un santo, un crucifijo, una cruz, una virgen, un altar o una reliquia no tiene nada que ver con la adoración a los ídolos y que, es más, supone una ayuda para los fieles, al tener algo físico sobre lo que fijar la vista. Fíjense, no obstante, la justificación que se hace en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26)”. La serpiente de bronce fue una figura, creada por Moisés, que hay que situar en un contexto muy concreto: “Y partieron del monte de Hor, camino del mar Bermejo, para rodear la tierra de Edom; y abatiose el ánimo del pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? que ni hay pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo: y murió mucho pueblo de Israel. Entonces el pueblo vino á Moisés, y dijeron: Pecado hemos por haber hablado contra Jehová, y contra ti: ruega á Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo á Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare á ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de metal, y púsola sobre la bandera, y fue, que cuando alguna serpiente mordía á alguno, miraba á la serpiente de metal, y vivía” (Números 21:4-9). Sin embargo, dicha serpiente hubo una época en que llegó a tener efectos perniciosos hasta el punto de que el rey Ezequías hubo de destrozarla pues Israel le rendía culto y la honraba quemándole incienso: “El quitó los altos, y quebró las imágenes, y taló los bosques, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban perfumes los hijos de Israel” (2 Reyes 18:4). ¿Molestó aquello a Dios? En absoluto: “Hizo lo recto en ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre” (versículo 3), puesto que “En Jehová Dios de Israel puso su esperanza: después ni antes de él no hubo otro como él en todos los reyes de Judá” (versículo 5). La adoración (o “veneración”, como dicen eufemísticamente) de las imágenes fue adoptada por la Iglesia Católica Romana en el Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 787, con la excusa de que Jesucristo, al ser la encarnación de Dios en carne humana, había derogado la prohibición de darles culto (aquí se les escapa la palabra “culto”). ¿Cómo se explica entonces que en 1 Corintios 10:14 nos advierta expresamente: “Huid de la idolatría”?. Como vemos, pues, el culto o adoración a las imagenes que predica la Iglesia Católica Romana tiene su fundamento no en la Biblia, sino en la tradición católica.

La realidad es que la Biblia nos enseña que postrarnos ante una imagen fabricada por el hombre (ojo: recordar que no debe ser algo físico, pero de eso hablaré en la segunda parte) es adorar las obras de nuestras propias manos, adorar lo que nosotros hemos hecho en lugar de adorar al Dios que nos ha hecho a nosotros. La idolatría era una ofensa capital en Israel porque era una traición contra Dios y así aparece continuamente en el Antiguo Testamento, tal era su importancia:

Levítico 19:4: “No os volveréis á los ídolos, ni haréis para vosotros dioses de fundición: Yo Jehová vuestro Dios”.

Levítico 26:1: “No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros á ella: porque yo soy Jehová vuestro Dios”.

Salmo 115:1-8: “No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad. ¿Por qué han de decir las gentes: «¿Dónde está ahora su Dios?»? Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho! Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; orejas tienen, pero no oyen; tienen narices, pero no huelen; manos tienen, pero no palpan; tienen pies, pero no andan, ni hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen y cualquiera que confía en ellos”.

Isaías 44:9-20: “Los que modelan imágenes de talla, todos ellos son nada, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos, para su confusión, son testigos de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién fabrica un dios o quién funde una imagen que para nada es de provecho? Todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son seres humanos. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán y serán a una avergonzados. El herrero toma la tenaza, trabaja en las brasas, le da forma con los martillos y trabaja en ello con la fuerza de su brazo; luego tiene hambre y le faltan las fuerzas; no bebe agua, y se desmaya. El carpintero tiende la regla, lo diseña con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de un hermoso hombre, para tenerlo en casa. Corta cedros, toma ciprés y encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta un pino, para que crezca con la lluvia. De él se sirve luego el hombre para quemar, toma de ellos para calentarse; enciende también el horno y cuece panes; hace además un dios y lo adora; fabrica un ídolo y se arrodilla delante de él. Una parte del leño lo quema en el fuego; con ella prepara un asado de carne, lo come y se sacia. Después se calienta y dice: «¡Ah, me he calentado con este fuego!» Del sobrante hace un dios (un ídolo suyo), se postra delante de él, lo adora y le ruega diciendo: «¡Líbrame, porque tú eres mi dios!». No saben ni entienden, porque cerrados están sus ojos para no ver y su corazón para no entender. No reflexiona para sí, no tiene conocimiento ni entendimiento para decir: «Parte de esto quemé en el fuego, sobre sus brasas cocí pan, asé carne y la comí. ¿Haré del resto de él una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?». De ceniza se alimenta; su corazón engañado lo desvía, para que no libre su alma ni diga: «¿No es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?»”.

Habacuc 2:18: “¿De qué sirve la escultura que esculpió al que la hizo? ¿La estatua de fundición que enseña mentira, para que haciendo imágenes mudas confíe el hacedor en su obra?”.

Todos los católicos a los que se pregunte contestarán sinceramente que aman a Dios, que creen que cuando veneran una imagen a quien transmiten esa veneración es, en realidad, a Dios.

Pero no hay que olvidar que los adoradores del becerro de oro también creían sinceramente venerar a Dios en esa imagen. Ellos no decían que hubieran inventado un nuevo dios: “El cual los tomó de las manos de ellos, y lo formó con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta a Jehová” (Éxodo 32:4-5). Israel identificó a Dios con la imagen de los dioses esculpidos que durante siglos habían contemplado en Egipto. La realidad es que necesitaban darle forma a Dios, necesitaban una imagen ante sus ojos para sentir Su presencia. Sin embargo, no por ello esto dejaba de ser un pecado ante los ojos de Dios: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido: Presto se han apartado del camino que yo les mandé, y se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y han sacrificado a él, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová á Moisés: Yo he visto á este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz: Ahora pues, déjame que se encienda mi furor en ellos, y los consuma: y á ti yo te pondré sobre gran gente” (Éxodo 32:7-10). Solo la intercesión de Moisés evitó que la cólera de Dios consumiera a Israel.

Igualmente, en los libros Primero y Segundo de Reyes se narra la historia de los reyes de Judá, de los cuales, sobre los buenos reyes, se dice y repite siempre la misma fórmula: hicieron lo correcto ante los ojos de Dios y deshicieron los ídolos pero no quitaron los lugares altos. Estamos hablando de un momento espacialmente crítico para la fe, tras la división entre los reinos de Judá e Israel. Leemos por ejemplo la historia del rey Asa: “En el año veinte de Jeroboam rey de Israel, Asa comenzó a reinar sobre Judá. Y reinó cuarenta y un años en Jerusalem; el nombre de su madre fue Maachâ, hija de Abisalom. Y Asa hizo lo recto ante los ojos de Jehová, como David su padre. Porque quitó los sodomitas de la tierra, y quitó todas las suciedades que sus padres habían hecho. Y también privó a su madre Maachâ de ser princesa, porque había hecho un ídolo en un bosque. Además deshizo Asa el ídolo de su madre, y lo quemó junto al torrente de Cedrón. Empero los altos no se quitaron: con todo, el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová toda su vida” (1 Reyes 15:9-14). Asa, como otros reyes de los que pueden considerarse que fueron buenos gobernantes para su pueblo quitó los ídolos, pero no quiso quitar los lugares altos, puesto que allí los fieles sacrificaban y quemaban incienso. Tanto los habitantes de Judá como los de Israel practicaban una religión que era un híbrido entre el culto a Dios y el culto a Baal y otros dioses en aquellos lugares altos y, sin embargo, creían estar adorando correctamente a Dios, aunque fuera odioso y repugnante a Sus ojos. Habían tomado los cultos cananeos y los habían impregnado de lo que a ellos les parecía bien del Dios de la Biblia.

Es cierto que Baal, según la mitología cananea, hijo de El, a priori, pudiera parecer que no tenía similitud alguna con Dios, como para ser confundido. Estos eran “dioses” que no tenían concepto en absoluto de la moralidad. En un poema conocido como “El Nacimiento de los Dioses”, se dice que El había seducido a dos mujeres, y se asocian perversiones sexuales horribles con su nombre. Se casó con tres de sus propias hermanas (quienes también estaban casadas con Baal). Se le representa practicando actos sexuales viles e influenciando a otros a hacer lo mismo. No es sorprendente que la evidencia indique que los cananeos siguieron a sus dioses en tales abominaciones. En la religión cananea, se empleaba a los homosexuales y prostitutas para reunir dinero para el sostenimiento de los templos. No es una exageración decir que estos paganos elevaban el sexo al estatus de un dios (en nuestra sociedad actual no andamos muy descaminados). La religión cananea también fue un sistema horriblemente brutal. Por ejemplo, se representa a la diosa Anat matando a humanos por miles y caminando en sangre hasta sus rodillas. Cortaba cabezas y manos, y las usaba como adornos. Y a pesar de este aspecto tan horrible, la épica de Baal dice que su vida estaba llena de risa, y que su gozo era grande. Con relación a esto, también se debe mencionar que los cananeos depravados también sacrificaban a sus propios bebés delante de sus dioses (hoy día tenemos el aborto, el sacrificio de miles de no nacidos en el altar de los dioses de la hedonista e irresponsable sociedad actual, seguimos teniendo muchos adoradores de Baal entre nosotros). A tal nivel llegaba la degeneración, que Dios ordenó la destrucción total de esta gente impía para preservar la moralidad de Israel, “para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 20:18). No hay que olvidar que, a causa de Su naturaleza, Dios tiene el derecho de ejecutar juicio contra el malvado en cualquier momento.

Pudiera parecer obvia esta idolatría a nuestros ojos, en la actualidad, pero entonces no, de igual forma que hoy no percibimos las actuales. Cada época y sociedad es capaz de ver y sorprenderse de las anteriores pero no aquellas con las que convive día a día.

Si es tan evidente la diferencia entre el cristianismo y las religiones paganas, ¿de dónde procede la idolatría de la iglesia romana?

El cristianismo no estuvo permitido en el Imperio Romano, todo lo contrario, fue cruelmente perseguido, hasta el Edicto de Milán, del emperador Constantino el Grande, en el año 313, quien lo percibió como una forma de unificar el imperio, ya en franca decadencia en aquella época, detrás de una misma fe, frente a los distintos cultos paganos. Tras el Concilio de Nicea, en el 325, comenzó a difundirse una nueva religión mezcla del cristianismo y el paganismo, Iglesia e Imperio empezaron a fusionarse en uno. Como en Judá e Israel, en tiempos del Antiguo Testamento, Iglesia y mundo se fundieron, la Iglesia se mundanizó. En lugar de predicar la verdad del Evangelio a los paganos, el intentó fue adaptar un cristianismo que les resultase más atractivo. Así, comenzaron a surgir creencias como la absorción dentro del cristianismo del culto a Isis, la madre diosa-egipcia, reemplazando a Isis por María y dándole un papel que, en ningún momento se le da en el Nuevo Testamento, la transustanciación, lejanamente inspirada en el culto a Mitra, la veneración a los santos o la supremacía del obispo romano sobre la Iglesia. Esto último es algo fundamental. Siendo la ciudad de Roma el centro de gobierno del imperio romano, y con los emperadores romanos viviendo en Roma, la ciudad de Roma se levantó como preeminencia en todas la facetas de la vida. Constantino, y sus sucesores, dieron su apoyo al obispo de Roma como el supremo gobernante de la iglesia. Desde luego, era mejor para la unidad del imperio, que el gobernante y la sede de la religión se encontraran centrados en el mismo lugar. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476, los papas tomaron el título que previamente había pertenecido a los emperadores romanos, el de “Pontificus Maximus”. El título de “Papa” no fue utilizado hasta el siglo XI. La Iglesia Católica Romana intenta justificar tanto la idolatría como otras creencias, resultado de cristianizar el paganismo, mediante giros, subterfugios y verdaderas piruetas argumentales, enterradas bajo páginas y páginas de una complicada teología, en la cual hay que rizar muchísimo el rizo para encontrar la base bíblica.

Al “romanizarse”, la Iglesia, ya convertida en Católica y Romana, olvidó que unas veces será más cómodo, unas en libertad, otras veces será en tiempos de persecución, otras en tiempos de bonanza económica y otras de penurias, pero la verdad de Dios será siempre inmutable. No debemos tratar de “adaptar” ni “personalizar” el mensaje de Dios porque creamos que va a gustar más a quien nos escuche. El mensaje de Dios es el de las Escrituras y haremos mal en tratar de adaptarlo a los tiempos y a los hombres, como está tan en boga en algunas iglesias, que buscan la personalización del mismo en lugar de la verdad. Como nos dice el apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:14: “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. Esto, hoy día, lo incumplen muchas iglesias evangélicas, no es algo exclusivo de la Iglesia de Roma, a lo que paso, ya para terminar de momento.

Un domingo del pasado mes de julio, tras el culto de la tarde, aprovechando que el calor había remitido un poco, fui a dar un paseo por uno de los parques de mi ciudad y tuve ocasión de ver, sentado en un banco mientras pensaba en mis cosas, algo que parecía una especie de ceremonia pseudo-cristiana, puesto que estaban celebrando algo muy similar a la Cena del Señor, pero de una forma un poco peculiar. Eran un grupo de unos quince jóvenes, algunos con aspecto de españoles y otros de sudamericanos, algo muy similar a lo que vi en una ocasión en una iglesia pentecostal: tatuajes y piercings, con camiseta, bermudas y chanclas (sé que la fe no es cuestión de raza, nacionalidad o clase social, a todos nos llegará la hora de comparecer ante el Tribunal de Cristo, ni soy legalista al extremo, pero en los cultos al Señor un mínimo de compostura hay que tener), en general “modernitos”, como se suele decir por aquí.

En mi ciudad, prácticamente solo una iglesia merece considerarse reformada. El resto del panorama de iglesias evangélicas son todas pertenecientes a las Asambleas de Dios o al movimiento que ha venido en llamarse “Iglesia Emergente“, iglesias que pervierten absolutamente la Palabra de Dios y que ofrecen una visión de la fe como si esta consistiera en presentar algo atractivo y adaptable a cada fiel, vanguardista y moldeable según las nuevas tendencias de la sociedad, buscando “cosas creativas” (eso me dijo un pentecostal, en una ocasión).

Es un intento de mezclar Iglesia y mundo, como si las dos fueran compatibles, olvidando que los cristianos vivimos y trabajamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Sonará muy raro a quien no sea cristiano pero es la Verdad (“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”, 1 Corintios 1:18) y eso está por encima de cualquier consideración de este mundo. ¿A quién intentamos agradar? ¿A los hombres o a Dios? Líbreme Él de condenar a nadie, pero esta gente parece pensar que hace un favor a Dios atrayendo nuevas almas, que lo único que tendrán será una sombra de fe que se resquebrajará y se romperá a la mínima dificultad o al mínimo golpe que les dé la vida, cuando no es el hombre quien trae a nadie a Dios sino que Él mismo, con su gracia irresistible, atrae y adopta a quien quiera salvar de la muerte.

Esa es otra de las formas actuales de idolatría, una idolatría que no necesita ídolos tallados o esculpidos en piedra o mármol. Que no necesita ofrendas de incienso ni ceremonias. La interpretación de la fe cristiana moldeándola según la cosmovisión que a fuego nos impone el humanismo. Se moldea un ídolo de esta forma como los moldean los católicos romanos o los israelitas que caían en la idolatría.

Y eso dentro de las cuatro paredes de la iglesia (o sobre la hierba de un parque) un domingo, puesto que el resto de la semana rigen sus vidas exclusivamente mediante los cánones que marca el humanismo. Muchos cristianos piensan que la vida cristiana se reduce al domingo en la iglesia, como si fuera un hobby de fin de semana, y creen que el resto de la semana no hay que pensar en como honrar a Dios incluso en los pequeños actos de la vida cotidiana o cosas como que la política y la vida pública no va con nosotros.

Los humanistas, muy sutilmente, crean sus propios ídolos, dando a estos productos una apariencia de “neutralidad”, cuando lo que hacen es crear sus propias leyes (una vez más, y van no sé cuántas ya, las leyes nunca son neutrales y hoy día, en los parlamentos, ganan los humanistas), crear sus propios sistemas de valores y educativos y adorarlos, les dan la categoría de “dioses” y llenan todo con esos dioses puesto que, para ellos, son la expresión de la verdad y de lo que es correcto, pese a que “no tendrás dioses ajenos delante de mí”.

CONTINUARÁ

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