viernes, 14 de enero de 2011

La Revolución Inglesa del siglo XVII (1ª parte)

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Esta historia comienza en la Inglaterra de principios del siglo XVII.

Allí, en aquella época, nos encontramos con una situación en la que los burgueses, dedicados al comercio y a la producción de mercaderías, y la "gentry", nobles dedicados al comercio, cada vez prosperaban más rápidamente, mientras la nobleza más tradicional veía menguar su posición frente a estos debido a que su única fuente de riqueza la propiedad de tierras. La monarquía intentó revertir esta situación poniendo límites al desarrollo de las actividades económicas de los burgueses, creando nuevos impuestos y aumentando los ya existentes, así como desplegando un agresivo intervencionismo económico, participando directamente en algunas de las actividades industriales y comerciales, con el resultado que, no podía ser de otra forma, tenía que producirse: aumento de precios, desocupación y descontento general. El Parlamento inglés estaba en contra de las medidas fiscales impuestas por el monarca, al ser imposible controlar el destino del dinero recaudado, más aún, desde que la corona comenzó a exigirlos aunque no tuvieran la aprobación del Parlamento.

A partir de 1639, los acontecimientos comenzaron a precipitarse. Los burgueses se negaron a pagar impuestos y la Cámara de los Comunes se opuso a destinar fondos a un ejército personal del rey Carlos I destinado a sofocar la rebelión independentista de los escoceses, en 1640. Gran parte de la burguesía apoyó a la Cámara y en 1642 estalló la guerra civil. Los parlamentarios, dirigidos por Oliver Cromwell, quien organizó rápidamente un ejército revolucionario, el "New Model Army", recibieron fundamentalmente apoyo de las regiones industriales y comerciantes del sur y el este del país y de los puritanos mientras que los realistas recibieron el de las agrícolas del norte y el oeste y el de la Iglesia Anglicana.

Cromwell, conocido como el “Lord Protector”, iba a ser la figura clave en el devenir de Inglaterra en los años siguientes. "Confiad en Dios, muchachos, y mantened la pólvora seca" y "Por la libertad del Evangelio y por la ley de la tierra" son dos de sus citas más conocidas. Educado en un hogar protestante, puritano y hondamente anticatólico, estaba convencido, cómo no, de que la salvación eterna era para todos los que se conformaban con las enseñanzas de la Biblia y de actuar por voluntad divina. Durante toda su vida se enfrentó tenazmente a la Iglesia Católica y a las reformas del rey inglés Carlos I en la Iglesia de Inglaterra, quien intentaba asimilarla en lo estructural y lo ceremonial a la católica.


Su revolución no buscaba implantar una utopía en la tierra ni hacer tabla rasa con todo y empezar a construir otra cosa, sino defender libertades preexistentes, que entendía de origen divino. Curiosamente, no era un democratista pero sí un partidario de la tolerancia religiosa, del parlamentarismo y de la propiedad privada, así como de la idea de la meritocracia, basada en la igualdad ante la ley, y de que, con talento, cualquiera, con independencia de su origen, podía llegar a lo más alto. Él mismo, en solo ocho años, pasó de no tener experiencia militar alguna a estar al mando del ejército del Parlamento, demostrando un gran genio como estratega durante la guerra civil. En el ejército parlamentario se hizo famoso por elegir a sus oficiales por el mérito y no por su origen nobiliario.

No hay duda alguna, en definitiva, de que el legado de Cromwell tiene muchas más luces que sombras, como el de los puritanos, en la defensa de la libertad. Como antes he comentado en alguna ocasión, inspirados en la idea teológica calvinista de que el ser humano tiende al mal, al estar inclinado por naturaleza al pecado, insistieron en la división de poderes para que unos pudieran controlar a otros y la acumulación no llevara a la tiranía. Juan Calvino había escrito en "Institución de la Religión Cristiana", obra clave para entender el pensamiento reformado, que "Porque las Escrituras nos enseñan que una república bien constituida es un singular beneficio de Dios, mientras que por otros lado, un Estado desordenado con gobernantes impíos y pervertidores de la ley es un signo de la ira de Dios en contra nuestra… Por lo tanto, aun cuando el mundo está inundado con un diluvio de impiedad e iniquidad, no nos maravillemos si vemos tanto pillaje y robos por parte de la gente en todas partes, y reyes y príncipes que piensan que ellos merecen todo lo que ellos desean, simplemente porque nadie se les opone" y que "Y por eso, el vicio y los defectos de los hombres son la razón de que la forma de gobierno más pasable y segura sea aquella en que gobiernan muchos, ayudándose los unos a los otros y avisándose de su deber; y si alguno se levanta más de lo conveniente, que los otros le sirvan de censores y amos". Bebiendo de esta idea, los puritanos apostaron por garantizar derechos no utópicos, sino realistas a favor de la libertad individual, como el de propiedad privada, el de controlar las subidas de impuestos o el de libertad de conciencia. Su herencia quedaría cristalizada más tarde en la constitución norteamericana y en su sistema de "frenos y contrapesos". Pero de esto habrá tiempo de hablar más adelante.

Los parlamentarios resultaron vencedores, tras la derrota de las tropas realistas en Marston Moore (1644) y Naseby (1645), expulsando a la nobleza del Parlamento y proclamando la república en 1649, tras la decapitación de Carlos I. El poder absoluto de la monarquía había desaparecido. Es de reseñar, no obstante, que, al principio de la guerra civil, Cromwell quería solamente que Carlos I aceptara reinar junto con el parlamento, pese a que fue, finalmente, el principal artífice de su ejecución.

Sus campañas militares en los años siguientes dieron a Inglaterra el control de Escocia e Irlanda. Allí Cromwell no es recordado, precisamente, con demasiada simpatía. No obstante, como con cualquier hecho histórico hay que ver los hechos en su contexto y no desde un único prisma.

Con respecto a Escocia, Cromwell estuvo dispuesto a admitir su independencia hasta que, en 1650, se produjo un intento por parte de los escoceses de restauración monárquica en Inglaterra, coronando a Carlos II, hijo de Carlos I, e invadiendo las tierras inglesas. Ahí Cromwell se vio obligado a reaccionar, derrotando a los escoceses en las batallas de Dunbar y Worcester, conquistando Escocia.

En Irlanda, es cierto que hubo hechos injustificables, aunque la propaganda de los partidarios de la monarquía se encargó de inflar enormemente los mismos, pintando a Cromwell como un monstruo sanguinario, responsable de múltiples asesinatos de inocentes, aparte de que la intervención de sus tropas se produjo después del ataque por parte de los católicos a los protestantes irlandeses.

Como Lord Protector, hasta su muerte en 1658, llevó una política tolerante en lo religioso, a excepción de para los católicos, aunque, también es cierto, no comparable a la persecución a los protestantes que existía en la Europa católica. Permitió el regreso a Inglaterra de los judíos, 350 años después. Reorganizó la hacienda pública y fomentó la liberalización del comercio, a fin de asegurar la prosperidad de la burguesía mercantil. Su legado dejó una gran impronta en la Revolución Gloriosa de 1688, tras la cual, se eliminaron los privilegios reales, aristocráticos y de las corporaciones, los monopolios, las prohibiciones, los peajes y los controles de precios, que obstaculizaban la libertad de comercio y de industria, se crearon y fortalecieron instrumentos que servían para el desarrollo de las nuevas actividades económicas, se creó el Banco de Inglaterra y se generalizaron las sociedades anónimas, se difundió la tolerancia religiosa y se protegió el progreso de la ciencia.

Sin embargo, tras su muerte, la única experiencia republicana en la historia de Inglaterra, acabó con la restauración de la monarquía con la coronación de Carlos II, en 1660, por el Parlamento. El rey, como una de sus primeras medidas, ordenó la exhumación del cadáver de Cromwell para cortarle la cabeza y exponerla encima de un palo delante de la Abadía de Westminster. Hoy día, de hecho, se desconoce el lugar exacto en donde se encuentran los restos de Cromwell. Su estatua sobresale delante del Palacio de Westminster y, actualmente, figura como el décimo inglés más popular de todos los tiempos.

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