viernes, 21 de enero de 2011

Los puritanos y el Nuevo Mundo (1ª parte)

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Volviendo a la Inglaterra del siglo XVII y sus disputas religiosas, recordando los conflictos del puritanismo con la oficialista Iglesia de Inglaterra, los primeros encontrarían en la costa oriental de Norteamérica, como dijo el poeta estadounidense Robert Frost, ya en el siglo XX, la promesa de una nuevo comienzo para la humanidad, que terminaría engendrando, no exactamente una nación, sino una gran experimento y una modelo valioso para otros países.

Ya en 1607, un grupo de colonos ingleses se había establecido en Jamestown (la actual Virginia), en virtud de una cédula otorgada por el rey Jorge I de Inglaterra, edificando una colonia que comenzó a prosperar poco a poco con el cultivo del tabaco, mercancía que empezaron a enviar a la metrópoli en 1614. En Nueva Inglaterra, los puritanos comenzaron también a establecer varias colonias. Pensaban que la Iglesia de Inglaterra había adoptado demasiadas prácticas más propias del catolicismo romano y llegaron a las tierras americanas huyendo de la persecución en tierras inglesas y con la intención de fundar una colonia basada en sus propios ideales confesionales. Así, en 1620, un grupo de puritanos, conocidos como los peregrinos, cruzaron el Atlántico en un barco llamado "Mayflower" y se establecieron en Plymouth, en el actual estado de Massachusetts. Allí fundaron una "nueva Jerusalén", la ciudad en la colina, que pensaban podía ser una "nueva luz" para el resto de los hombres.

En 1630, otro grupo llegó a Salem, fundando Boston, bajo la gobernación de John Endicott y así nuevas colonias, de forma que, en 1640, alrededor de 20.000 ingleses habían emigrado ya a América.



Los primeros puritanos asentados en Massachussets buscaban, fundamentalmente, la libertad religiosa que no tenían en Inglaterra. Sí que es cierto que la libertad que buscaban era para organizar su sociedad de conformidad a lo establecido en la Biblia. Los gobiernos debían regirse por la ley de Dios. Así, castigaban severamente a los bebedores, los adúlteros, los violadores del reposo del Séptimo Día, y los herejes, y los salarios de los ministros de la iglesia se pagaban de los impuestos recaudados, no obstante, ellos se habían dado a sí mismos este orden para organizar su sociedad. No hubo ningún tipo de imposición.

El puritanismo en América llevaba consigo la idea de John Knox de que, si las circunstancias eran apropiadas, los cristianos tenían tanto el derecho como la obligación de sublevarse contra un rey tirano, rompiendo con la doctrina del “Derecho Divino de los Reyes”, que consideraba un pecado y un crimen contra Dios la rebelión contra el monarca. Knox tenía una visión de la resistencia al gobernante tiránico basada en que ésta era una resistencia al pecado: una nación tenía una obligación de vivir de acuerdo a la ley de Dios y no podía tolerar el mal en el ámbito civil. Esta misma idea guió a los puritanos de Cromwell en su revolución frente al poder de Carlos I, a mediados del siglo XVII, y a los colonos americanos en su lucha por la independencia, hasta el punto de que, en Inglaterra, esta guerra fue conocida como “La sublevación presbiteriana”.

No en vano, la doctrina calvinista, centrada en la predicación (frente al antiguo rol de la iglesia, limitado a la liturgia y los sacramentos), a través del congregacionalismo presbiteriano tuvo una presencia primordial en las colonias norteamericanas. Durante esa época, los pastores calvinistas predicaron, se calcula, aproximadamente ocho millones de sermones, cada uno, más o menos, de una hora y media de duración. Una persona, a lo largo de su vida, podía haber asistido perfectamente a unos 7.000 sermones.

Dos de cada tres habitantes de la Nueva Inglaterra eran calvinistas. No es de extrañar que la Declaración de Mecklenburg de 1775, la antesala de la Constitución de los EEUU, fuese aprobada por una serie de diputados todos ellos presbiterianos, y muchos de ellos incluso presbíteros de sus iglesias. Tampoco es raro que plasmaran en estos documentos el principio de separación de poderes por el que ellos mismos se regían en sus iglesias. Una de sus ideas fundamentales era que el ser humano, aunque pueda hacer buenos actos, tiene, debido a su naturaleza caída, una natural y constante inclinación al pecado. Siempre está expuesto a corromperse debido a que, en origen, es un ser pecaminoso. A través de su examen de la Biblia, desarrollaron la idea de que había que desconcentrar el poder, dividirlo para evitar concentrar mucho en pocas manos y poder someterlo a controles. Mucho poder en pocas o en una sola mano engendraba despotismo y corrupción, por lo tendente al pecado que es el hombre.

La Biblia muestra una concepción muy realista del hombre: a diferencia de Dios, el hombre es un ser finito, creado por Él, pero dañado por el pecado, en su naturaleza. El hombre comete numerosos fallos y es capaz de actuar de la forma más vil, sobre todo cuando actúa en masa. Es decir, aunque haga buenas cosas, en ocasiones, por naturaleza no es bueno y es capaz, en no pocas veces, de dejarse llevar por sus peores pasiones, mentir, herir, violar, robar, matar, invadir, sitiar, ocasionar el hambre, masacrar, abusar del poder corruptamente en beneficio propio, etc…, pues innatamente no está inclinado a la verdad y al bien. Calvino consideraba el gobierno civil un mal necesario “para reprimir las manifestaciones más groseras del pecado”, pero sin olvidar que el poder no hace sabio ni moralmente íntegro a quien lo ejerce.

De ahí la reacción cuando, a finales del siglo XVIII, desde Inglaterra se comenzó a recortar sus libertades: los puritanos habían unido la idea de la resistencia a la tiranía que ya traían de las tierras inglesas, muchos de ellos huyendo de la persecución, con la experiencia puritana de amor por la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Para ellos, el rey inglés Jorge III era como el Anticristo del Apocalipsis que pretendía destruir la “nueva Jerusalén” que habían edificado en las tierras del Nuevo Mundo y por ello le resistirían, incluso hasta la muerte. Como dijo el Gobernador de Virginia, Patrick Henry, "Give me liberty or give me death" ("dadme la libertad o dadme la muerte").

¿Cómo llegaron a desarrollar estas ideas a partir de la Biblia y cómo llegaron a la guerra con la metrópoli?

En la segunda entrega lo veremos.

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