viernes, 21 de enero de 2011

Los puritanos y el Nuevo Mundo (1ª parte)

.
Volviendo a la Inglaterra del siglo XVII y sus disputas religiosas, recordando los conflictos del puritanismo con la oficialista Iglesia de Inglaterra, los primeros encontrarían en la costa oriental de Norteamérica, como dijo el poeta estadounidense Robert Frost, ya en el siglo XX, la promesa de una nuevo comienzo para la humanidad, que terminaría engendrando, no exactamente una nación, sino una gran experimento y una modelo valioso para otros países.

Ya en 1607, un grupo de colonos ingleses se había establecido en Jamestown (la actual Virginia), en virtud de una cédula otorgada por el rey Jorge I de Inglaterra, edificando una colonia que comenzó a prosperar poco a poco con el cultivo del tabaco, mercancía que empezaron a enviar a la metrópoli en 1614. En Nueva Inglaterra, los puritanos comenzaron también a establecer varias colonias. Pensaban que la Iglesia de Inglaterra había adoptado demasiadas prácticas más propias del catolicismo romano y llegaron a las tierras americanas huyendo de la persecución en tierras inglesas y con la intención de fundar una colonia basada en sus propios ideales confesionales. Así, en 1620, un grupo de puritanos, conocidos como los peregrinos, cruzaron el Atlántico en un barco llamado "Mayflower" y se establecieron en Plymouth, en el actual estado de Massachusetts. Allí fundaron una "nueva Jerusalén", la ciudad en la colina, que pensaban podía ser una "nueva luz" para el resto de los hombres.

En 1630, otro grupo llegó a Salem, fundando Boston, bajo la gobernación de John Endicott y así nuevas colonias, de forma que, en 1640, alrededor de 20.000 ingleses habían emigrado ya a América.



Los primeros puritanos asentados en Massachussets buscaban, fundamentalmente, la libertad religiosa que no tenían en Inglaterra. Sí que es cierto que la libertad que buscaban era para organizar su sociedad de conformidad a lo establecido en la Biblia. Los gobiernos debían regirse por la ley de Dios. Así, castigaban severamente a los bebedores, los adúlteros, los violadores del reposo del Séptimo Día, y los herejes, y los salarios de los ministros de la iglesia se pagaban de los impuestos recaudados, no obstante, ellos se habían dado a sí mismos este orden para organizar su sociedad. No hubo ningún tipo de imposición.

El puritanismo en América llevaba consigo la idea de John Knox de que, si las circunstancias eran apropiadas, los cristianos tenían tanto el derecho como la obligación de sublevarse contra un rey tirano, rompiendo con la doctrina del “Derecho Divino de los Reyes”, que consideraba un pecado y un crimen contra Dios la rebelión contra el monarca. Knox tenía una visión de la resistencia al gobernante tiránico basada en que ésta era una resistencia al pecado: una nación tenía una obligación de vivir de acuerdo a la ley de Dios y no podía tolerar el mal en el ámbito civil. Esta misma idea guió a los puritanos de Cromwell en su revolución frente al poder de Carlos I, a mediados del siglo XVII, y a los colonos americanos en su lucha por la independencia, hasta el punto de que, en Inglaterra, esta guerra fue conocida como “La sublevación presbiteriana”.

No en vano, la doctrina calvinista, centrada en la predicación (frente al antiguo rol de la iglesia, limitado a la liturgia y los sacramentos), a través del congregacionalismo presbiteriano tuvo una presencia primordial en las colonias norteamericanas. Durante esa época, los pastores calvinistas predicaron, se calcula, aproximadamente ocho millones de sermones, cada uno, más o menos, de una hora y media de duración. Una persona, a lo largo de su vida, podía haber asistido perfectamente a unos 7.000 sermones.

Dos de cada tres habitantes de la Nueva Inglaterra eran calvinistas. No es de extrañar que la Declaración de Mecklenburg de 1775, la antesala de la Constitución de los EEUU, fuese aprobada por una serie de diputados todos ellos presbiterianos, y muchos de ellos incluso presbíteros de sus iglesias. Tampoco es raro que plasmaran en estos documentos el principio de separación de poderes por el que ellos mismos se regían en sus iglesias. Una de sus ideas fundamentales era que el ser humano, aunque pueda hacer buenos actos, tiene, debido a su naturaleza caída, una natural y constante inclinación al pecado. Siempre está expuesto a corromperse debido a que, en origen, es un ser pecaminoso. A través de su examen de la Biblia, desarrollaron la idea de que había que desconcentrar el poder, dividirlo para evitar concentrar mucho en pocas manos y poder someterlo a controles. Mucho poder en pocas o en una sola mano engendraba despotismo y corrupción, por lo tendente al pecado que es el hombre.

La Biblia muestra una concepción muy realista del hombre: a diferencia de Dios, el hombre es un ser finito, creado por Él, pero dañado por el pecado, en su naturaleza. El hombre comete numerosos fallos y es capaz de actuar de la forma más vil, sobre todo cuando actúa en masa. Es decir, aunque haga buenas cosas, en ocasiones, por naturaleza no es bueno y es capaz, en no pocas veces, de dejarse llevar por sus peores pasiones, mentir, herir, violar, robar, matar, invadir, sitiar, ocasionar el hambre, masacrar, abusar del poder corruptamente en beneficio propio, etc…, pues innatamente no está inclinado a la verdad y al bien. Calvino consideraba el gobierno civil un mal necesario “para reprimir las manifestaciones más groseras del pecado”, pero sin olvidar que el poder no hace sabio ni moralmente íntegro a quien lo ejerce.

De ahí la reacción cuando, a finales del siglo XVIII, desde Inglaterra se comenzó a recortar sus libertades: los puritanos habían unido la idea de la resistencia a la tiranía que ya traían de las tierras inglesas, muchos de ellos huyendo de la persecución, con la experiencia puritana de amor por la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Para ellos, el rey inglés Jorge III era como el Anticristo del Apocalipsis que pretendía destruir la “nueva Jerusalén” que habían edificado en las tierras del Nuevo Mundo y por ello le resistirían, incluso hasta la muerte. Como dijo el Gobernador de Virginia, Patrick Henry, "Give me liberty or give me death" ("dadme la libertad o dadme la muerte").

¿Cómo llegaron a desarrollar estas ideas a partir de la Biblia y cómo llegaron a la guerra con la metrópoli?

En la segunda entrega lo veremos.

.

martes, 18 de enero de 2011

Anglicanos y puritanos

.
En la primera entrada vimos la sucesión de acontecimientos en la Inglaterra del siglo XVII hasta llegar a la Revolución Gloriosa de 1688. Sabemos el cómo pero para conocer el porqué debemos retrotraernos más de un siglo hacia atrás en el tiempo, hasta la primera mitad del siglo XVI.

Inglaterra había estado unida a la Iglesia de Roma durante casi mil años, antes de la ruptura en 1534, durante el reinado de Enrique VIII. La separación teológica ya venía gestándose desde bastantes años atrás por medio de movimientos como el de los Lolardos, también conocido como Wyclifismo (una suerte de cristianismo “pre-reformado”), entre finales del siglo XIV y principios del XV, pero la reforma inglesa ganó verdadero apoyo político cuando, en 1533, Enrique VIII quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón, con la pretensión de casarse con Ana Bolena.
Bajo presión del sobrino de Catalina, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V (y I de España), el Papa Clemente VII, inicialmente favorable a la solicitud, la rechazó, por lo que el rey Enrique, aunque teológicamente era un católico romano devoto, decidió convertirse en Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra para asegurar la anulación de su matrimonio. Esto no hay que olvidarlo, Enrique VIII había llegado a ser proclamado “Defensor fidei” por el Papa en agradecimiento por sus ataques al luteranismo, y, de hecho, persiguió ferozmente a los protestantes, ayudado con gran entusiasmo por el ferviente papista Sir Tomás Moro.

Tomás Moro, por cierto, uno de los antecesores del pensamiento totalitario, en su obra “Utopia”, donde describe una isla en la que se organiza una sociedad ideal, quien, en 1535 fue enjuiciado por orden del propio Enrique VIII, por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana ni aceptar el Acta de Supremacía, siendo decapitado el 6 de julio de ese mismo año. En 1935 fue canonizado por la Iglesia Católica, quien lo considera un santo y mártir.


En julio de 1534, el Papa excomulgó tanto a Enrique como a Ana Bolena. Pero el monarca ya no estaba dispuesto a detenerse: mediante tres actas votadas por el Parlamento, consumó el cisma con Roma y en el verano de 1535, aparte del propio Tomás Moro, decapitó al cardenal John Fisher, el principal opositor a su segundo matrimonio y mártir también para la Iglesia Católica.

Sin embargo, a Enrique VIII ni se le pasaba por la cabeza hacerse protestante. En 1536, mediante los Diez Artículos de Fe se decretaba la adhesión de la Iglesia de Inglaterra a las ceremonias católicas, el culto a las imágenes, la invocación a los santos, las oraciones por los difuntos y la doctrina de la transubstanciación. No solo eso: ordenó redactar una profesión de fe en la que se afirmaban claramente los siete sacramentos católicos. La negación de la transubstanciación se castigaba con la hoguera, el matrimonio estaba prohibido a los sacerdotes, se mantenía la confesión auricular, la Virgen y los santos seguían siendo objeto de devoción y el libre examen de las Escrituras no estaba permitida. Mientras había una situación de tolerancia hacia los católicos ingleses, en base a la idéntica doctrina, los protestantes eran encarcelados, torturados y ejecutados, debiendo huir al continente muchos de ellos.

La muerte de Enrique VIII, el 28 de enero de 1547, fue precisamente la que proporcionó a los protestantes la oportunidad de iniciar la Reforma en Inglaterra, junto con la subida al trono de su hijo Eduardo VI, el rey niño. Eduardo fue un niño extremadamente enfermizo (se cree que sufría de una forma congénita de sífilis o de tuberculosis), hasta tal punto de que su fragilidad hizo que Enrique VIII volviera a casarse hasta tres veces más para tener un heredero sano, sin conseguirlo, y de que reinase bajo la protección de Edward Seymour, duque de Somerset, y de John Dudley, conde de Warwick, sucesivamente. Estas dos personas fueron claves: Seymour era partidario de un luteranismo moderado pero Dudley era de tendencia decididamente calvinista. Con este último empezó el declive del catolicismo romano en Inglaterra. La legislación de Enrique VIII sobre herejes fue abolida, con lo que la mayoría de protestantes exiliados pudieron regresar y, asimismo, la Biblia fue traducida al inglés, con anotaciones protestantes, especialmente presbiterianas. La lectura privada de las Escrituras hizo llegar a los ingleses la verdad bíblica. En 1552, se procedió a la aprobación de una confesión de fe de contenido protestante.

Sin embargo, en julio de 1553, la tuberculosis venció a Eduardo, a la sola edad de 15 años. Le sucedió su hermana María, coronada como María I de Inglaterra, el 28 de junio de 1554, en la Abadía de Westminster, quien se ganaría en poco tiempo el apelativo de “María la Sanguinaria”. Su reinado de solo cuatro años fue una auténtica pesadilla para los cristianos ingleses, enviando a la hoguera a 284 protestantes mientras los exiliados se elevaban a centenares. Restableció la unión con el papado y persuadió al Parlamento para rechazar las leyes aprobadas por Enrique VIII, aunque para conseguir un acuerdo tuvo que hacer una importante concesión: decenas de miles de acres de tierras monacales confiscadas por su padre no fueron devueltas al clero católico. Las leyes contra los herejes a la doctrina católica romanista fueron restauradas: John Dudley fue encerrado en la Torre de Londres y, posteriormente, ejecutado. La misma macabra suerte corrieron el arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer, Nicholas Ridley, obispo de Londres, y el reformista Hugh Latimer.


Gracias a Dios, el 17 de noviembre de 1558, exhaló su último aliento, siendo sucedida por su hermanastra, Isabel, partidaria de continuar con la Reforma en Inglaterra. Isabel I de Inglaterra no es un personaje muy popular, que digamos, aquí en España. Tras rechazar al monarca católico español, Felipe II, como esposo, al contrario de lo que había hecho su sanguinaria hermanastra, inicialmente, tuvo que unir fuerzas con él ante la amenaza francesa. Sin embargo, después de la muerte del monarca galo Francisco II, la situación cambió: Isabel apoyó a los rebeldes protestantes holandeses, fustigó a la marina mercante española mediante su flota de corsarios, comandada por John Hawkins y Francis Drake, quien atacó Cádiz, en 1587, y La Coruña, en 1589, intervino en la guerra civil francesa a favor del también protestante Enrique IV de Francia, resistió, con la colaboración de los elementos, el embate de la Armada Invencible, volvió a saquear Cádiz con sus corsarios en 1597 e intentó, sin éxito, atacar las colonias españolas en América. Igualmente, fracasó en la organización de la conocida como “Invencible inglesa”, que tenía como objetivo saquear las costas españolas, provocar una rebelión en Portugal contra Felipe II y ocupar una de las islas Azores a fin de instalar allí una base permanente inglesa para los ataques a la flota mercante española (el destino que corrió esta armada, aún mayor en número de barcos que la precedente española, pese a ser menos legendaria, fue un desastre bastante similar).


Pero, en cuanto a la cuestión que nos ocupa, durante su reinado, la Reforma se consolidó definitivamente en Inglaterra. Al inicio de su reinado, se encontró un país aún mayoritariamente católico, hasta tal punto que no halló ningún Obispo importante que oficiara su coronación y, teniendo que recurrir al obispo de Carlisle. En 1559 apoyó a John Knox, considerado fundador del presbiterianismo, frente a la dominación francesa en Escocia. Ese mismo año, como suprema gobernadora de la Iglesia de Inglaterra, proclamó el Acta de Uniformidad, que obligaba a usar una versión revisada del Devocionario protestante de Eduardo VI en los oficios y a ir a la iglesia todos los domingos, y el Acta de Supremacía, que forzaba a los empleados de la corona a reconocer mediante juramento la subordinación de la iglesia inglesa a la monarquía. La mayoría de los obispos católicos instaurados por María se negaron a aceptar estos cambios, y fueron depuestos y sustituidos por personas favorables a las tesis de la reina. Tras el establecimiento, en 1562, de los Treinta y nueve Artículos de la Religión Anglicana y la bula papal de excomunión de Isabel I, en 1570, quedaba instaurada una Iglesia de Inglaterra claramente protestante, pero que se consideraba así misma como “moderada”, en el sentido de que afirmaba mantener la herencia católica y apostólica.


Sin embargo, un sector importante dentro de la Iglesia de Inglaterra sentía que la ruptura definitiva con la Iglesia Católica Romana no se había terminado de producir, ya que buena parte de la liturgia seguía siendo muy similar, aparte de que el anglicanismo estaba demasiado próximo al poder real inglés, obediente a sus decisiones y, por tanto, arbitrario según las coyunturas del momento, en lugar de mantenerse inmutable en la verdad bíblica. Fue surgiendo así, ya durante el reinado de Isabel I, el conocido como puritanismo. Muy alejado del sentido peyorativo actual del término, su primera acepción fue “aquellos que luchan por lograr un culto purificado de toda contaminación de papismo”. Influenciados por las enseñanzas bíblicas de Juan Calvino creían en la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas de este mundo, en la pecaminosidad de todo el género humano, que el individuo solo podía encontrar la salvación en la gracia de Dios, en que cada persona, a la que Dios hubiera mostrado misericordia y perdón a sus pecados, debía comprender su incapacidad para alcanzar la salvación por si misma y confiar en que el perdón que está en Cristo le había sido dado, por lo que, por gratitud, debía seguir una vida humilde y obediente. Ello junto a una defensa del libre examen individual de las Escrituras y un énfasis en la educación, la ilustración y la cultura para este sacerdocio universal de todos los creyentes cristianos.


Ese libre examen del texto bíblico había llevado al surgimiento de una fe racional, alejada de los dogmas impuestos más allá del contenido de la Palabra de Dios manifestado en la Biblia, y basada en el libre pensamiento. Superada la teología rígida imperante hasta entonces, al examinar cada hombre las Escrituras en busca de la verdad revelada, se abrieron numerosos campos de debate y razonamiento que se trasladaron a otros ámbitos distintos del religioso. El pensamiento se desligaba de la imposición de instancias humanas al afirmarse que, en la lectura de la Biblia, la única guía para el hombre sería el Espíritu Santo y que el hombre únicamente sería responsable ante Dios de la interpretación que realizara. La salvación dependía enteramente de Dios, puesto que el hombre está inhabilitado para obtenerla, pero ya no estaríamos hablando de “méritos ante otros hombres”, origen esta idea del principio de responsabilidad individual, puesto que se rechazaban los conceptos inmutables impuestos al ser humano por autoridades ajenas a su propia conciencia.


Aquellos hombres, que quizás pudiéramos llamarlos o considerarlos “proto-liberales”, sí tenían ya claro que creían en el gobierno limitado, los derechos individuales del hombre y la propiedad privada, en base a la defensa que se hace de los mismos en la Biblia, tenían una base moral para defenderlos. Creían que Dios, como Creador del hombre, tenía mejores ideas que los propios humanos sobre sus asuntos terrenales, entre ellos los relativos al gobierno civil. La Biblia nos enseña que, tras la la primera transgresión, el hombre se encuentra incurso en el pecado original, desde nuestros primeros padres nos ha sido transmitido. El ser humano, aunque pueda hacer buenos actos, tiene, a causa de esto, una natural inclinación al pecado. Siempre está expuesto a corromperse debido a que, en origen, es un ser pecaminoso. La naturaleza caída y pecaminosa del hombre aconsejaba un gobierno limitado y una separación de poderes, con una justicia independiente que garantizase el imperio de la ley, un parlamento elegido por el pueblo y un ejecutivo que pudiera ser controlado por los representantes populares.


Esto nos lleva directamente a la entrega anterior. Los puritanos ingleses que tomaron las armas, a mediados del siglo XVII, frente a Carlos I, comandados por Cromwell y el bando parlamentario, defendían tres derechos muy concretos: libertad de culto, libertad de expresión y propiedad privada. Entendían que un gobierno que no respetara estos derechos sería despótico y su victoria sobre el bando monárquico, junto con la posterior Revolución Gloriosa de 1688, fue clave para consolidar un sistema representativo en Inglaterra. Otros, anteriormente, emigraron a las Provincias Unidas (las actuales Holanda y Bélgica), donde los calvinistas establecieron un sistema de libertad económica y confesional, o al Nuevo Mundo, a las colonias de la costa este de América del Norte (los famosos peregrinos del “Mayflower”, entre ellos, quienes llegaron allí, al actual estado norteamericano de Massachussets, el 16 de septiembre de 1620, con la idea de crear una colonia bíblica que purificara a la religión anglicana de los males que la aquejaban), Nueva Inglaterra.


La muerte de Cromwell y el fin de la breve experiencia republicana inglesa trajo nuevos problemas relacionados con la tolerancia religiosa: ¿qué debía hacer el gobernante con quienes se negaban a atender los oficios religiosos de la Iglesia Anglicana?¿Podía juzgar sobre creencias privadas? Hasta 1688, este tema estuvo en el aire. Aunque Carlos II había prometido respetar la libertad de culto al ser restaurado en el trono en 1660, la presión de su entorno hizo que esa promesa se quebrantase al poco tiempo. A partir de 1662, manifestar públicamente rechazo a la religión anglicana podía suponer multas, confiscaciones de bienes e, incluso, la cárcel. En 1670, la Iglesia Anglicana lanzó una feroz represión contra los disidentes religiosos, desatando una verdadera caza de brujas que culminó con una quema y censura de libros, cientos de prisioneros y muchos rebeldes enjuiciados, torturados y asesinados. Al contrario del pensamiento de los puritanos, para la monarquía era intolerable pensar que los individuos pudieran ser vistos a los ojos de Dios como libres y responsables y, por lo tanto, que podían actuar según su libre albedrío. En esos años, John Locke, empezó a desarrollar su teoría de que los gobernantes no tienen potestad para interferir en las decisiones individuales de las personas a la hora de elegir sus caminos hacia la salvación eterna, algo solo concerniente a iglesias separadas del Estado, y que no vio la luz del sol hasta después del fin del absolutismo monárquico en Inglaterra, aunque eso lo veremos en la siguiente entrega.


En resumen, la Reforma en Inglaterra tuvo el efecto positivo, primero de la ruptura con Roma y, tras la muerte de Enrique VIII, de la llegada al pueblo inglés de la verdad bíblica. No tanto en el establecimiento de una verdadera libertad religiosa, al no ser tan distinta la reacción de la Iglesia de Inglaterra a la de Roma frente a las disidencias, la anglicana terminaba siendo tan mundana como la romana. Sin embargo, la lectura de la Biblia y la influencia del calvinismo inició una corriente de pensamiento, la de los puritanos, de una importancia fundamental en el alcance de las libertades que disfruta hoy día el mundo occidental y que se dan por hecho sin tomar ni la más mínima molestia en indagar sobre cuál es su base, cuál es su raíz.
.

sábado, 15 de enero de 2011

La Revolución Inglesa del siglo XVII (II)

.
Carlos II aceptó la potestad parlamentaria para la elaboración de leyes y la aprobación de impuestos. Los problemas comenzaron de nuevo con la subida al trono de Jacobo II, católico y con tendencias fuertemente absolutistas. Éste intentó reimplantar de nuevo la monarquía absoluta, disolviendo el Parlamento en 1687 y creando un ejército personal con numerosos católicos romanos en los mandos de mayor importancia, pero se encontró con la oposición frontal de los nobles, quienes no eran católicos. Se forjó un nuevo acuerdo entre nobleza y burguesía con el fin de destronar al rey. En realidad, no solo influyeron en esto las ideas absolutistas de Jacobo sino también su política religiosa y su intento de instaurar una dinastía católica en Inglaterra.

En 1688, ambos grupos ofrecieron la corona de Inglaterra al príncipe holandés Guillermo de Orange con dos condiciones: debía mantener el protestantismo y dejar gobernar al Parlamento. El 30 de junio de ese año, un grupo de nobles protestantes, conocido como los "Siete Inmortales", le solicitaron venir a Inglaterra con un ejército. Para septiembre estaba claro que Guillermo intentaría invadir el país y aun así, Jacobo cometió el error de rechazar la ayuda de Luis XIV, el rey de Francia y el monarca católico más poderoso de Europa, ante el temor de que los ingleses se opondrían a la intervención francesa. Cuando Guillermo de Orange llegó a Inglaterra el 5 de noviembre de 1688, todos los oficiales protestantes del rey desertaron. Jacobo, abandonado por todos los grupos sociales (incluida su propia hija, Ana), abdicó del trono.
La Gloriosa Revolución, que abolió definitivamente la monarquía absoluta e inició en Inglaterra la época de la monarquía parlamentaría, con la participación de los súbditos en el gobierno del Estado a través del Parlamento, había triunfado sin violencia y sin derramamiento de sangre, sin guillotinamientos a mansalva y sin genocidios de "enemigos del Estado", como el de La Vendée, a diferencia de la Revolución Francesa de 1789.

Guillermo y su esposa María fueron coronados juntos en la Abadía de Westminster el 11 de abril de 1689 por el obispo de Londres, Enrique Compton. Normalmente, las coronaciones de los monarcas ingleses eran realizadas por el arzobispo de Canterbury, pero el arzobispo de entonces, Guillermo Sancroft, se negó a reconocer la deposición de Jacobo II. En el día de la coronación, la convención de los Estados de Escocia declaró que Jacobo no era más el rey de Escocia. Ofrecieron a Guillermo y María la corona escocesa, quienes la aceptaron el 11 de mayo, convirtiéndose el primero en Guillermo II de Escocia.

En diciembre de ese año, uno de los documentos constitucionales más importantes de la historia inglesa, el Acta de Derechos ("Bill of Rights"), fue aprobada, estableciéndose una serie de obligaciones y deberes del Rey y el Parlamento: 1) El Rey no podría crear o eliminar leyes o impuestos sin la aprobación del Parlamento; 2) El Rey no podría cobrar dinero para su uso personal, sin la aprobación del Parlamento; 3) Sería ilegal reclutar y mantener un ejército en tiempos de paz, sin aprobación del Parlamento; 4) Las elecciones de los miembros del Parlamento deberían ser libres; 5) Las palabras del Parlamento no podrían obstaculizarse o negarse en ningún otro lugar; 6) El Parlamento debería obligatoriamente reunirse con frecuencia.


El depuesto Jacobo, por supuesto, como buen déspota, no estaba en absoluto conforme con haber perdido la corona, intentando, a través de sus partidarios en la católica Irlanda, recuperar el trono inglés, con la ayuda de Francia.

Un primer levantamiento en apoyo de Jacobo se produjo en 1689, dirigido por John Graham de Claverhouse, conocido como "Bonnie Dundee", quien levantó un ejército de clanes de las Highlands. En Irlanda, los católicos locales dirigidos por Richard Talbot I, conde de Tyrconnel, tomó todos los lugares fortificados de la isla excepto Derry, en un intento de conservar el reino para Jacobo. Éste mismo desembarcó en Irlanda con 6.000 soldados franceses para tratar de recuperar el trono, en la que fue llamada en la Guerra Guillermita de Irlanda, y que duró desde 1689 hasta 1691. En solo un año, la Revolución Gloriosa se estaba viendo amenazada.

La derrota decisiva de los jacobitas tuvo lugar el 1 de julio de 1690, cerca de Drogheda, en la costa este de Irlanda, la que fue llamada Batalla del Boyne. En ella, los guillermitas derrotaron fácilmente a las tropas jacobitas, formadas principalmente por soldados recién reclutados y poco preparados.



Los jacobitas fueron desmoralizados por su derrota, por lo que muchos infantes irlandeses desertaron. Los guillermistas marcharon triunfalmente sobre Dublín dos días después de la batalla. El ejército jacobita abandonó la ciudad y se retiró a Limerick, donde fueron sitiados. Después de su derrota, Jacobo no se quedó en Dublín, sino que cabalgó con una pequeña escolta a Duncannon y regresó al exilio en Francia. Su apresurada huida enojó a sus partidarios irlandeses, que, no obstante, siguieron luchando hasta la firma del Tratado de Limerick, en 1691.

Para Jacobo fue el final de la esperanza de recuperar su trono, asegurándose el triunfo de la Revolución Gloriosa. En Escocia, los Highlanders abandonaron la Rebelión Jacobita, ante las noticias de la batalla.

Los logros de la Revolución Gloriosa se habían salvado.

Por esta razón, por la importancia simbólica de esta batalla, la Orden de Orange ("Orange Order"), organización de fraternidad protestante fundada en 1785, el 12 de julio de cada año, celebra el Día de la marcha de los Orangistas, como consecuencia de haberse ajustado al Calendario Gregoriano:






La Orden de Orange es la organización protestante más comprometida con la unión del territorio norirlandés a la corona británica y a la lealtad a ésta, siempre que defienda el protestantismo. Cada 12 de julio, los hermanos en la fe que la componen, en Irlanda del Norte y también en el resto del Reino Unido, convocan desfiles en conmemoración de la batalla del Boyne.
.

viernes, 14 de enero de 2011

La Revolución Inglesa del siglo XVII (1ª parte)

.
Esta historia comienza en la Inglaterra de principios del siglo XVII.

Allí, en aquella época, nos encontramos con una situación en la que los burgueses, dedicados al comercio y a la producción de mercaderías, y la "gentry", nobles dedicados al comercio, cada vez prosperaban más rápidamente, mientras la nobleza más tradicional veía menguar su posición frente a estos debido a que su única fuente de riqueza la propiedad de tierras. La monarquía intentó revertir esta situación poniendo límites al desarrollo de las actividades económicas de los burgueses, creando nuevos impuestos y aumentando los ya existentes, así como desplegando un agresivo intervencionismo económico, participando directamente en algunas de las actividades industriales y comerciales, con el resultado que, no podía ser de otra forma, tenía que producirse: aumento de precios, desocupación y descontento general. El Parlamento inglés estaba en contra de las medidas fiscales impuestas por el monarca, al ser imposible controlar el destino del dinero recaudado, más aún, desde que la corona comenzó a exigirlos aunque no tuvieran la aprobación del Parlamento.

A partir de 1639, los acontecimientos comenzaron a precipitarse. Los burgueses se negaron a pagar impuestos y la Cámara de los Comunes se opuso a destinar fondos a un ejército personal del rey Carlos I destinado a sofocar la rebelión independentista de los escoceses, en 1640. Gran parte de la burguesía apoyó a la Cámara y en 1642 estalló la guerra civil. Los parlamentarios, dirigidos por Oliver Cromwell, quien organizó rápidamente un ejército revolucionario, el "New Model Army", recibieron fundamentalmente apoyo de las regiones industriales y comerciantes del sur y el este del país y de los puritanos mientras que los realistas recibieron el de las agrícolas del norte y el oeste y el de la Iglesia Anglicana.

Cromwell, conocido como el “Lord Protector”, iba a ser la figura clave en el devenir de Inglaterra en los años siguientes. "Confiad en Dios, muchachos, y mantened la pólvora seca" y "Por la libertad del Evangelio y por la ley de la tierra" son dos de sus citas más conocidas. Educado en un hogar protestante, puritano y hondamente anticatólico, estaba convencido, cómo no, de que la salvación eterna era para todos los que se conformaban con las enseñanzas de la Biblia y de actuar por voluntad divina. Durante toda su vida se enfrentó tenazmente a la Iglesia Católica y a las reformas del rey inglés Carlos I en la Iglesia de Inglaterra, quien intentaba asimilarla en lo estructural y lo ceremonial a la católica.


Su revolución no buscaba implantar una utopía en la tierra ni hacer tabla rasa con todo y empezar a construir otra cosa, sino defender libertades preexistentes, que entendía de origen divino. Curiosamente, no era un democratista pero sí un partidario de la tolerancia religiosa, del parlamentarismo y de la propiedad privada, así como de la idea de la meritocracia, basada en la igualdad ante la ley, y de que, con talento, cualquiera, con independencia de su origen, podía llegar a lo más alto. Él mismo, en solo ocho años, pasó de no tener experiencia militar alguna a estar al mando del ejército del Parlamento, demostrando un gran genio como estratega durante la guerra civil. En el ejército parlamentario se hizo famoso por elegir a sus oficiales por el mérito y no por su origen nobiliario.

No hay duda alguna, en definitiva, de que el legado de Cromwell tiene muchas más luces que sombras, como el de los puritanos, en la defensa de la libertad. Como antes he comentado en alguna ocasión, inspirados en la idea teológica calvinista de que el ser humano tiende al mal, al estar inclinado por naturaleza al pecado, insistieron en la división de poderes para que unos pudieran controlar a otros y la acumulación no llevara a la tiranía. Juan Calvino había escrito en "Institución de la Religión Cristiana", obra clave para entender el pensamiento reformado, que "Porque las Escrituras nos enseñan que una república bien constituida es un singular beneficio de Dios, mientras que por otros lado, un Estado desordenado con gobernantes impíos y pervertidores de la ley es un signo de la ira de Dios en contra nuestra… Por lo tanto, aun cuando el mundo está inundado con un diluvio de impiedad e iniquidad, no nos maravillemos si vemos tanto pillaje y robos por parte de la gente en todas partes, y reyes y príncipes que piensan que ellos merecen todo lo que ellos desean, simplemente porque nadie se les opone" y que "Y por eso, el vicio y los defectos de los hombres son la razón de que la forma de gobierno más pasable y segura sea aquella en que gobiernan muchos, ayudándose los unos a los otros y avisándose de su deber; y si alguno se levanta más de lo conveniente, que los otros le sirvan de censores y amos". Bebiendo de esta idea, los puritanos apostaron por garantizar derechos no utópicos, sino realistas a favor de la libertad individual, como el de propiedad privada, el de controlar las subidas de impuestos o el de libertad de conciencia. Su herencia quedaría cristalizada más tarde en la constitución norteamericana y en su sistema de "frenos y contrapesos". Pero de esto habrá tiempo de hablar más adelante.

Los parlamentarios resultaron vencedores, tras la derrota de las tropas realistas en Marston Moore (1644) y Naseby (1645), expulsando a la nobleza del Parlamento y proclamando la república en 1649, tras la decapitación de Carlos I. El poder absoluto de la monarquía había desaparecido. Es de reseñar, no obstante, que, al principio de la guerra civil, Cromwell quería solamente que Carlos I aceptara reinar junto con el parlamento, pese a que fue, finalmente, el principal artífice de su ejecución.

Sus campañas militares en los años siguientes dieron a Inglaterra el control de Escocia e Irlanda. Allí Cromwell no es recordado, precisamente, con demasiada simpatía. No obstante, como con cualquier hecho histórico hay que ver los hechos en su contexto y no desde un único prisma.

Con respecto a Escocia, Cromwell estuvo dispuesto a admitir su independencia hasta que, en 1650, se produjo un intento por parte de los escoceses de restauración monárquica en Inglaterra, coronando a Carlos II, hijo de Carlos I, e invadiendo las tierras inglesas. Ahí Cromwell se vio obligado a reaccionar, derrotando a los escoceses en las batallas de Dunbar y Worcester, conquistando Escocia.

En Irlanda, es cierto que hubo hechos injustificables, aunque la propaganda de los partidarios de la monarquía se encargó de inflar enormemente los mismos, pintando a Cromwell como un monstruo sanguinario, responsable de múltiples asesinatos de inocentes, aparte de que la intervención de sus tropas se produjo después del ataque por parte de los católicos a los protestantes irlandeses.

Como Lord Protector, hasta su muerte en 1658, llevó una política tolerante en lo religioso, a excepción de para los católicos, aunque, también es cierto, no comparable a la persecución a los protestantes que existía en la Europa católica. Permitió el regreso a Inglaterra de los judíos, 350 años después. Reorganizó la hacienda pública y fomentó la liberalización del comercio, a fin de asegurar la prosperidad de la burguesía mercantil. Su legado dejó una gran impronta en la Revolución Gloriosa de 1688, tras la cual, se eliminaron los privilegios reales, aristocráticos y de las corporaciones, los monopolios, las prohibiciones, los peajes y los controles de precios, que obstaculizaban la libertad de comercio y de industria, se crearon y fortalecieron instrumentos que servían para el desarrollo de las nuevas actividades económicas, se creó el Banco de Inglaterra y se generalizaron las sociedades anónimas, se difundió la tolerancia religiosa y se protegió el progreso de la ciencia.

Sin embargo, tras su muerte, la única experiencia republicana en la historia de Inglaterra, acabó con la restauración de la monarquía con la coronación de Carlos II, en 1660, por el Parlamento. El rey, como una de sus primeras medidas, ordenó la exhumación del cadáver de Cromwell para cortarle la cabeza y exponerla encima de un palo delante de la Abadía de Westminster. Hoy día, de hecho, se desconoce el lugar exacto en donde se encuentran los restos de Cromwell. Su estatua sobresale delante del Palacio de Westminster y, actualmente, figura como el décimo inglés más popular de todos los tiempos.

.

lunes, 3 de enero de 2011

Las consecuencias de ofender a Dios

.
Hoy domingo, un pasaje para reflexionar sobre un suceso de la historia, del cual se cumplió el 450 aniversario el pasado 22 de diciembre:

Éxodo, Capítulo 11: “1 Y Jehová dijo á Moisés: Una plaga traeré aún sobre Faraón, y sobre Egipto; después de la cual él os dejará ir de aquí; y seguramente os echará de aquí del todo. 2 Habla ahora al pueblo, y que cada uno demande á su vecino, y cada una á su vecina, vasos de plata y de oro. 3 Y Jehová dió gracia al pueblo en los ojos de los Egipcios. También Moisés era muy gran varón en la tierra de Egipto, á los ojos de los siervos de Faraón, y á los ojos del pueblo. 4 Y dijo Moisés: Jehová ha dicho así: A la media noche yo saldré por medio de Egipto, 5 Y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras la muela; y todo primogénito de las bestias. 6 Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca fué, ni jamás será. 7 Mas entre todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua: para que sepáis que hará diferencia Jehová entre los Egipcios y los Israelitas. 8 Y descenderán á mí todos estos tus siervos, é inclinados delante de mí dirán: Sal tú, y todo el pueblo que está bajo de ti; y después de esto yo saldré. Y salióse muy enojado de con Faraón. 9 Y Jehová dijo á Moisés: Faraón no os oirá, para que mis maravillas se multipliquen en la tierra de Egipto. 10 Y Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios delante de Faraón: mas Jehová había endurecido el corazón de Faraón, y no envió á los hijos de Israel fuera de su país”.

Estos versículos hay que ponerlos en relación con Éxodo 7:3-4: “3 Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. 4 Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré á mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios”.


Todos somos culpables pues todos hemos pecado. Nada bueno puede salir de nuestros corazones si Dios no lo coloca en ellos. El pecado es algo que ofende de sobremanera a Dios, Su ira se engrandece enormemente, tanto por el pecado original, como por aquellos que cometemos ahora y Su voluntad es castigarlos, por Su perfecta justicia, temporal o eternamente: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para hacerlas” (Deuteronomio 27:26; Gálatas 3:10).

Dios puede endurecer el corazón de alguien o sujetarle a la obediencia, sin embargo, no es Él el responsable de que esa persona actúe de forma malvada o impía pues el proceder de esa forma es lo que está dentro de la naturaleza caída del ser humano. Como el pecado no puede quedar sin castigo, no es injusto que castigue a aquellos cuyo corazón ha endurecido. El Faraón de Egipto no era alguien bueno o inocente, sino un tirano que se complacía en la opresión de los israelitas en la esclavitud. Estos llevaban cuatro siglos sirviendo a los egipcios e incluso un Faraón había ordenado que los recién nacidos varones de los israelitas fueran muertos. Su pueblo aprobaba la actuación de este tirano o, al menos, no se le oponía.

Antes de la última plaga, la muerte de los primogénitos egipcios, Dios había dado una y otra oportunidad al Faraón y a Egipto para arrepentirse y dejar marchar a Israel, sin embargo, éstos habían endurecido ellos mismos su corazón. Tras una sombra de arrepentimiento, durante la plaga del granizo, volvió a endurecer su corazón y perseverar en el pecado: “Y viendo Faraón que la lluvia había cesado y el granizo y los truenos, perseveró en pecar, y agravó su corazón, él y sus siervos. Y el corazón de Faraón se endureció, y no dejó ir á los hijos de Israel; como Jehová lo había dicho por medio de Moisés” (Éxodo 9:34-35).

Dios endureció el corazón del Faraón y de Egipto, con lo que no permitieron salir a Israel, sin embargo, ellos mismos se habían atraído este juicio sobre ellos mismos al haber sometido a los israelitas a la esclavitud y haber matado a sus recién nacidos. Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es la muerte, con lo que el castigo al Faraón y a Egipto por sus pecados con terribles plagas no fue injusto, sino misericordioso, pues un castigo enteramente justo hubiera sido que Dios hubiera destruido por completo a Egipto, lo que no hizo.

La Biblia, tanto a nivel individual como colectivo, ofrece múltiples ejemplos de creyentes que son perseguidos y hasta muertos por defender su fe y su libertad ante los poderes terrenales. Persecuciones y oprobios los cuales nunca quedan sin castigo. Faraón era un tirano más de este mundo, de Egipto, pero su ejemplo es aplicable al Sanedrín de los tiempos de los Apóstoles, a la Roma de los Césares, a la “santa” inquisición, a la URSS, a los nazis, etc. Dios endurecerá sus corazones y ellos, temporalmente, creerán ser triunfantes, pero su triunfo es tan efímero como es el estar en este mundo, pues el juicio y el castigo siempre llega, en esta vida o en la eternidad.

Allá por mediados del siglo XVI, las dos comunidades más fructíferas de creyentes dentro de España se encontraban en Valladolid y Sevilla. Realmente, se puede hablar de otra “memoria histórica”, pero sin victimismos de ningún tipo, una historia no demasiado conocida y sobre la cual hay una ignorancia casi generalizada en España: la obra de los reformadores españoles del siglo XVI. En Sevilla, prácticamente nadie sabe, aunque solo fuera por una cuestión de cultura general, que la Biblia Reina-Valera, la leída por todo el protestantismo de habla hispana fue traducida a nuestro idioma en el monasterio de San Isidoro del Campo, a pocos kilómetros de la capital andaluza. La congregación protestante de Sevilla agrupaba a unas 1000 personas, cifra nada desdeñable para aquellas fechas.

Sin embargo, entre 1559 y 1560 muchos de los miembros de estas congregaciones perecieron en los terribles Autos de Fe que se organizaron en Valladolid, dos en 1559, concretamente, el 21 de mayo y el 8 de octubre, y en Sevilla, uno el 24 de septiembre de 1559 y otro el 22 de diciembre de 1560.

En este último, pereció quemado vivo en el siniestro quemadero de Sevilla, situado bastante cerca de la Universidad y del terreno que actualmente ocupa el Casino de la Exposición, uno de los más valientes mártires, Julián Hernández, más conocido con el sobrenombre de “Julianillo” por su pequeña estatura. Su “delito”: haber introducido en España ejemplares de una nueva traducción del Nuevo Testamento al castellano. Al ser quemado en la hoguera, él mismo cogió la leña y se le echó por encima. En ese mismo lugar murió también una mujer llamada Leonor Núñez junto con sus tres hijas, Elvira, Teresa y Lucía. Asimismo perecieron Francisca de Chaves, monja de Santa Isabel, Ana de Rivera, Juan Sastre, Francisca Ruiz y María Gómez. Incluso se desenterraron los huesos del recientemente fallecido y gran predicador de la catedral de Sevilla, Constantino Ponce de la Fuente. Estos fueron quemados junto con una imagen suya. Constantino había fallecido en la cárcel de Triana el 9 de febrero de 1560. Había sido conducido por la Inquisición a esa prisión porque se le tenía como hereje. En realidad, el gran predicador había abrazado la fe protestante y bíblica. También se quemó una efigie del doctor Egidio, también fallecido, y de Juan Pérez de Pineda, traductor del Nuevo Testamento al español, curiosamente, el Nuevo Testamento que “Julianillo” había llevado de contrabando a España.

Estos hombres y mujeres fueron ajusticiados por preferir obedecer a Dios antes que a los hombres. Los reformadores españoles, desde muy temprano, ejercieron en nuestro país, pasara lo que pasara, el derecho al libre examen de la Biblia, la libertad de conciencia y de fe. Desgraciadamente para nuestro país, fueron borrados y su recuerdo sepultado por la Inquisición. Nuestra historia a partir de entonces estuvo llena de momentos de verdadera oscuridad, autoritarismo, pobreza e ignorancia.

Dios endureció el corazón de aquellos inquisidores y de algunos de nuestros compatriotas de aquellos tiempos, como al Faraón y a Egipto, pero no les dejó sin castigo. El juicio de Dios a la ciudad de Sevilla no llegó casi hasta un siglo después. La peste que azotó a la ciudad en 1649 fue la mayor epidemia jamás recordada. Se estima que la cifra de muertos rondó los 60.000, aproximadamente, el 46% de la población. Según el historiador de aquellos tiempos Diego Ortiz de Zúñiga, fue el “más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida”, ya que, “quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes;… todas las contribuciones públicas en gran baja;… los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores… y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad” [...] “Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, dellos murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a quatro mil. De los Ministros que servían faltaron mas de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedo uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos“.

Sevilla, que, hasta aquel entonces, había sido la capital europea del comercio marítimo y una de las ciudades más ricas y prósperas, se convirtió en unas pocas semanas de 1649 en una ciudad lúgubre y fantasmagórica, nunca volvió a ser lo que había sido. Dios juzgó a nuestros conciudadanos, quienes le habían ofendido tan gravemente.

Hoy día, disfrutamos en el mundo occidental de una libertad confesional con la que ni siquiera pudieron soñar estos mártires de la fe.

Dios puede parecer dejar actuar libre e impunemente al malvado pero sus juicios son inexorables.
.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Que lo ejecuten en el nombre de Dios

Un verdadero privilegio el que tienen en Estados Unidos, el de poder ver las fotos de asesinos, violadores y otros criminales, a diferencia de en España. Ya se sabe, por el famoso “derecho a la intimidad” de esta gentuza, el criminal suele ser A.R.P., R.D.L. o T.V.M., no es lo normal que veamos sus nombres y mucho menos sus caras.

La de este engendro sí la vemos:



Se trata de Rodney Alcalá, condenado en febrero, en Santa Ana (California), a morir por medio de la inyección letal, considerado el mayor asesino en serie de Estados Unidos, un ex fotógrafo independiente y miserable criminal, como autor de la muerte de una niña de 12 años de Huntington Beach y la de cuatro mujeres del Condado de Los Ángeles en la década de los 70s. Un ser depravado, del que se dice tiene un coeficiente intelectual similar al de Einstein, y que también había sido condenado por el asesinato de Robin Samsoe, quien fue secuestrada por este engendro mientras iba en bicicleta a una clase de ballet, el 20 de junio de 1979, el de Jill Barcomb, de 18 años, y asesinada en 1997, el de Georgia Wixted, de 27 años, en 1978, el de Charlotte Lamb, de 32 años, en 1978, y el de Jull Parenteau, cuyo asesinato ocurrió en 1979. No obstante, se especula con que podría ser el autor de unas cien muertes más, el número de fotos que se han encontrado en su poder y que se han difundido con la esperanza de resolver otros tantos casos de desapariciones de mujeres.

Actualmente, Alcalá se encuentra en el corredor de la muerte de la prisión estatal de San Quintin (California). Que se cumpla la sentencia a lo menos tardar y ocupe lo antes posible el lugar que tiene reservado en el infierno, bajo el pie de Satanás. No hay derecho a mantener de por vida, a cuenta del contribuyente, a esta escoria, encerrada en una prisión.

No es para menos, los liberales que consideren la pena de muerte un instrumento eficaz para proteger a los ciudadanos del crimen podrán estar de enhorabuena el día que se ejecute la sentencia. Sí que es cierto que, con respecto a España, parto de lo problemático de la aplicación de la pena de muerte en nuestro país. La administración de justicia está monopolizada por el Estado y en España ésta brilla por su ineficiencia. Algo como una hipotética implantación de la pena capital exigiría una reforma a fondo de la legislación procesal penal (aún estamos con una ley del siglo XIX), hasta el punto de que pudiera ser necesaria hasta la promulgación de una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, y del sistema judicial en su conjunto. Ahora mismo, por otro lado, jurídicamente no es posible sin una reforma de la Constitución a través de los mecanismos que la misma establece (conste que, a pesar de sus deficiencias, es un texto que a los españoles nos ha proporcionado una cierta estabilidad en las últimas décadas, al igual que ocurre con la monarquía) así como por esta institución igualmente socialista y alejada de lo cristiano que es la Unión Europea.

Pero Estados Unidos es un caso completamente distinto. Las Américas son más salvajes, más indómitas que la vieja Europa. Posiblemente, sin la libertad de portar armas de fuego, como medio de autodefensa, y sin la pena de muerte, como medio disuasorio, las tasas de criminalidad en Estados Unidos serían aún mayores. En España, con unas penas más blandas, la criminalidad es sensiblemente inferior. Cada país tiene unas necesidades y una realidad distintas. En España la cuestión sería despenalizar numerosas minucias que entran dentro del Código Penal, pasarlas a la jurisdicción civil, eliminar algunos tipos delictivos más bien liberticidas y endurecer las penas en los delitos graves de verdad, incluso si hay que llegar a la cadena perpetua.

Pero la cuestión principal es que la ley penal no está para "reformar" a nadie y menos si ese alguien no se quiere reformar. Es un poso de una mentalidad totalitaria y liberticida pensar que las leyes pueden tener ese efecto. La ley penal está para castigar al criminal, obligarle a reparar el daño causado y apartar de la sociedad a un elemento peligroso para que no pueda ocasionar más perjuicios aún.

La ley y la condena a quien la vulnera es el instrumento del Estado para cumplir la que debe ser su función fundamental y que no es otra que defender nuestra vida, nuestra propiedad y nuestra libertad frente a las agresiones de terceros. Existen una serie de individuos que deben verse lo suficientemente intimidados por las posibles consecuencias penales de sus actos criminales. En todo caso, si no la pena de muerte, al menos, debería ser algo debatible la cadena perpetua. Los criminales deben ser apartados de la sociedad por el peligro que representan y castigados, por ello, con la debida proporcionalidad. Si se reinsertan, mejor, pero el fin debería ser el primero. Está por ver que se demuestre con argumentos sólidos que la pena de muerte sea, siempre y en todo momento, desproporcionada con respecto al daño infligido a través de la comisión de algunos delitos.

Los cristianos, como no, también deben felicitarse de que se haga justicia. Desde luego, los de Estados Unidos pueden alegrarse de que su país, pese a las degeneraciones y la acción de determinados grupos que intentan minar la aplicación de la pena capital tupiendo los tribunales a base de demandas con las que paralizar los procedimientos y la ejecución de las sentencias, siga siendo una reserva de valores liberales y cristianos.

La pena de muerte, no obstante, creo no pocos problemas morales a algunos cristianos. No hace mucho, he leído que gran parte de los pastores presbiterianos de Atlanta, tras la ejecución del asesino Mark McClain, en octubre de 2009, han manifestado que la pena capital “usurpa” la posición de Dios, sosteniendo que la pena máxima debería ser abolida ya que "la venganza solamente le corresponde a Dios". Que la santurronería ha contaminado muchos púlpitos protestantes es más que evidente pero, es más, también se alega el Sexto Mandamiento, como ilegitimador, moralmente hablando, de la pena capital.

Bien, vamos a ver, en la mayoría de ediciones de la Biblia, el Sexto Mandamiento aparece como “No matarás”. La palabra hebrea traducida "matarás" en el Sexto Mandamiento es ratsach, y puede significar "matar" o "quitar la vida" a propósito o accidentalmente. Ratsach, como muchas otras palabras, tiene muchas acepciones, y por lo tanto su significado en un versículo en particular debe ser obtenido del contexto en que aparece así como de toda la Biblia. Si se prohibiera matar en cualquier circunstancia, incluso mediante la aplicación de la pena capital o en guerras, entonces ¿cómo es que en el Antiguo Testamento se aplica la pena de muerte en tantas ocasiones?

El Sexto Mandamiento significa que no debemos quitar una vida injustamente. La palabra ratsach, en realidad, debemos entenderla como “asesinar”, segar una vida sin justificación alguna. Ese es el sentido en que debe interpretarse el versículo. El mandamiento protege la vida, no como la posesión mundana más importante, sino porque es la base de la existencia humana, y es en la vida que la personalidad es atacada, y en ella, la imagen de Dios (Génesis 9:6).

Sobre la "venganza que corresponde solo a Dios". Por un lado, el castigo para la eternidad sí corresponde a Dios. Pero el castigo en la tierra es administrado por el hombre como mandato de Dios. Salvo en casos como el Diluvio o la destrucción de Sodoma y Gomorra, anticipos del Juicio Final contra los malvados, el hombre es el responsable de la aplicación de la pena capital (Génesis 9:6: "El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre"). Dios es quien da al hombre la responsabilidad de mantener una sociedad segura. Dios dijo que si un hombre derrama la sangre de otro hombre, entonces es tarea de los hombres hacer justicia y vengar ese derramamiento de sangre para proteger al resto de miembros de la sociedad. No tiene base bíblica alguna, pues, lo que dicen estos pastores.

Más aún, después de los Diez Mandamientos, en Éxodo se instituye la pena de muerte por asesinato:

21:12: El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá.

21:13: Mas el que no pretendía herirlo, sino que Dios lo puso en sus manos, entonces yo te señalaré lugar al cual ha de huir.
21:14: Pero si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera.
21:15: El que hiriere a su padre o a su madre, morirá.


Por supuesto, aparte de no castigarse con la muerte el homicidio accidental, el hombre es el encargado del cumplimiento de esta ley.

Junto con el asesinato, la Biblia, igualmente legitima la pena de muerte para el secuestro (Éxodo 21:16: "El que secuestre a una persona, sea que la venda o que ésta sea encontrada en su poder, morirá irremisiblemente") o el perjurio (Deuteronomio 19:16-21: "Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie". Igualmente, para una condena a muerte era necesario el testimonio de dos o tres testigos. Sólo se debía llevar a cabo la ejecución cuando no existía ninguna duda acerca de la culpa, por tanto, de acuerdo con la Biblia, no se debe ejecutar a una persona sin clara evidencia de que es realmente culpable.

Vemos lo que afirmaba Juan Calvino, posiblemente el padre espiritual de los Estados Unidos, en el Libro Cuarto de su "Institución de la Religión Cristiana", acerca de la pena capital: "Pero aquí se suscita una cuestión muy difícil y espinosa; conviene a saber, si se prohíbe a los cristianos en la Ley de Dios matar. Porque si la Ley de Dios lo prohíbe (Éx. 20,l3; Dt. 5, 17; Mt. 5,21), y si el profeta anuncia del monte santo de Dios, o sea de su Iglesia, que en ella no harán mal ni dañarán (Is. 11,9; 65,25), ¿cómo es posible que los gobernantes sean a la vez justos y derramen la sangre humana? En cambio, si se entiende que el gobernante al castigar no hace nada por sí mismo, sino que ejecuta los juicios mismos de Dios, este escrúpulo no nos angustiará.

Es verdad que la Ley prohíbe matar y, por el contrario, para que los homicidas no queden sin castigo, Dios, supremo legislador, pone la espada en la mano de sus ministros, para que la usen contra los homicidas. Ciertamente no es propio de los fieles afligir ni hacer daño; pero tampoco es afligir y hacer daño castigar cómo Dios manda a aquellos que afligen a los fieles. Ojalá tuviésemos siempre en la memoria que todo esto se hace por mandato y autoridad de Dios, y no por temeridad de los hombres; y que si precede tal autoridad nunca se perderá el buen camino, a no ser que se ponga freno a la justicia de Dios para que no castigue la perversidad. Mas si no es licito darle leyes a Dios, ¿por qué hemos de calumniar a sus ministros? Porque, como dice san Pablo, no en vano llevan la espada, pues son servidores de Dios, vengadores para castigar al que hace lo malo (Rom. 13,4). Por ello, si los príncipes y los demás gobernantes comprendiesen que no hay cosa más agradable a Dios que su obediencia, si quieren agradar a Dios en piedad, justicia e integridad, preocúpense de castigar a los malos"
.


En el Antiguo Testamento, en definitiva, se ordenaba la pena de muerte para varios actos: asesinato (Éxodo 21:12), secuestro (Éxodo 21:16); bestialidad (Éxodo 22:19), adulterio (Levítico 20:10), sodomía (Levítico 20:13), ser un falso profeta (Deuteronomio 13:5), prostitución y violación (Deuteronomio 22:4), así como y muchos otros crímenes. Tomando a Dios como centro, presentándonos ante Él, todos y cada uno de los pecados que cometemos merecen la muerte (Romanos 6:23: "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro"). Recordemos que estamos muertos en nuestra propia naturaleza pecaminosa, la depravación total, y, aunque la merezcamos todos, muestra su gracia con algunos a los que no condena (Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros"). También hay, en el Antiguo Testamento, pasajes en los que Dios es misericordioso no quitando la vida al pecador, como el caso del rey David, autor de adulterio y asesinato.

La pena capital fue instituida por Dios, como leímos en Génesis 9:6, y, en modo alguno, derogada por Cristo (con la Ley, Dios nos demuestra a los hombres que somos incapaces de cumplirla y que necesitamos Su salvación, Cristo no nos exime de cumplirla sino que nos libra de la maldición de la Ley), antes al contrario, apoyaba la pena capital en algunos casos, pero también mostró Su gracia cuando esta sentencia estaba por ejecutarse, como en el caso de la adultera que iba a ser apedreada por los fariseos (Juan 8:1-11). Este es uno de los versículos más manipulados, que ya es decir, de los Evangelios. Recordemos que los fariseos, como los saduceos, sostenedores del legalista y precioso sistema de muerte espiritual en que se había convertido el judaísmo en los tiempos en que el Salvador habitó entre nosotros (sepulcros blanqueados), buscaban constantemente poner trampas a Jesús, sorprenderle en la violación de la Ley. Jesucristo lo único que hizo fue recordarles su hipocresía ("El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella"), no pretendían castigar el pecado sino tenderle una trampa, además de haber condenado a la adultera sin cumplir el requisito de los dos testigos mínimos. Mostraba su misericordia hacia la mujer pero no le daba el beneplácito al pecado ("Ni yo te condeno; vete, y no peques más"), en modo alguno.

Si en el Nuevo Testamento no se defiende la pena de muerte, ¿cómo es que no protestó Jesucristo o declaro la ilegitimidad de Pilatos para condenarle según las leyes del Imperio Romano? ¿Cómo es que, tras la conversión del Buen Ladrón, no clamó porque vida la vida de éste fuera perdonada y bajado de la cruz? Todo lo contrario, Cristo reconocía la potestad humana de aplicar la pena capital para ciertos delitos.

Si alguien les argumenta "oye, tío, eso no puede ser, Dios es amor". Efectivamente, PORQUE DIOS ES AMOR, INSTITUYE LA PENA CAPITAL, ya que Jesucristo nos enseñó a amar al prójimo. Cuando dijo que el segundo gran mandamiento era "ama a tu prójimo como a ti mismo", estaba citando Levítico 19:18. La Ley de Moisés sí enseñaba amor, y parte de ese amor por la gente y la sociedad era protegerla del mal haciendo cumplir la Ley, la cual incluía la pena de muerte. El plantear que haya un sistema penal justo y que proteja auténticamente a las víctimas es amar al prójimo, incluso a nuestro enemigo. Si la disuasión de la pena de muerte salva la vida de alguien que sea nuestro enemigo, evita que sea asesinado, estaremos mostrando el amor incluso a quien esté enemistado con nosotros, del que habló Cristo.

Aunque pueda ser merecida, Dios no siempre exige la pena de muerte, pero es indudable que la contempla. El pecado siempre es un crimen contra Dios, aunque algunos puedan no serlo contra el hombre. Todos ellos recibirán el castigo no en esta vida sino en la siguiente, en forma de muerte eterna, salvo que hayan sido perdonados por Dios. Humanísticamente y, quedándonos en nuestra limitada visión, nos puede parecer ilegítima la pena de muerte como castigo y, es más, nos podemos sentir hasta moralmente superiores frente a quienes la defiendan. ¿Moralmente superiores a Dios, incluso? Él instituyó la pena capital en la Biblia, desde luego, y, salvo que de la base desde la que partamos sea su negación, es muy prepotente y mezquino pensar que superamos a Dios en cuanto a justicia y compasión, cuando se encuentra en una posición, en cuanto a perfección, infinitamente superior a nosotros.

¿Hasta dónde llegamos, pues? En Génesis 9:6, Dios concede ya la autoridad al gobierno para establecer y determinar la pena de muerte para determinados crímenes, delitos de sangre, lo que se ratifica en Romanos 13:1-7, sobre el respeto a las leyes promulgadas por gobiernos legítimamente constituidos: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra".

Desde el punto de vista cristiano y, en definitiva, desde el del liberalismo engendrado por el cristianismo, el gobierno legítimo tiene la potestad de castigar, o no, con la pena de muerte los delitos más execrables, especialmente, los delitos de sangre.

Igualmente, de aquí pudiera extraerse la legitimidad de que los ciudadanos democráticamente pudieran decidir sobre la implantación o no de este castigo.

Así pues, que lo ejecuten no solo en el nombre de la libertad, sino en el de Dios.

lunes, 13 de diciembre de 2010

En defensa de Israel... pero no del sionismo cristiano

.
EN DEFENSA DE ISRAEL

Del "cristianismo sionista" o dispensacionalismo y su influencia en la política norteamericana, que hace palidecer a la del conocido como "lobby judío", de eso hablo en la segunda parte, ahora, esta primera parte, solo versa de política y geoestratégia.

Un error absoluto, dejar claro, no obstante, este sionismo cristiano, que debe ser rechazado por cualquier cristiano de convicciones bíblicas, pues es una desvirtuación total del Evangelio.

Eso sí, por supuesto, el Estado de Israel es el único país democrático de Oriente Medio, además de una nación necesaria para Occidente en la zona. Realmente, es una nación occidental enclavada en Oriente Medio. Los judíos, pese a que el judaísmo es una religión falsa, están más cerca del protestantismo bíblico incluso que otras confesiones de las denominadas también "cristianas". Además, la economía hebrea bíblica es muy capitalista, no es de extrañar que, habitualmente y en muchos países, quiénes más éxito en los negocios y prosperidad han alcanzado han sido protestantes y judíos.



Sobre el "sionismo cristiano" hablaré mañana, pero evidentemente el apoyo a Israel debe ser político. Déjense de dispensacionalismos y de "planes de Dios para los judíos". De entre los judíos, serán salvos los que acepten al Señor Jesucristo como el Salvador, igual que cualquier miserable pecador humano, pero, mientras, en esta vida terrenal, son unos buenos aliados en defensa de la libertad y frente a totalitarismos.

Con Israel ocurre algo muy sencillo: una idea que es comúnmente aceptada en todo el mundo, sin embargo, no parece aplicable en Oriente Medio y en relación al conflicto árabe-israelí: LAS DERROTAS, CUANDO TÚ ERES EL AGRESOR, NO SALEN GRATIS.

Israel es el único país del mundo que ha devuelto territorios conquistados en un enfrentamiento bélico, como en el caso del Sinaí con Egipto. La mayoría de fronteras europeas se definieron después de guerras en las que el perdedor sufrió siempre detrimentos territoriales. ¿Alguien piensa seriamente que, por ejemplo, Polonia debe entregar a Alemania el territorio perdido por ésta tras la derrota en la II Guerra Mundial? ¿O que Rusia debe devolverle el enclave de Kaliningrado? Israel fue atacado conjuntamente por varias naciones árabes en 1949, así como en 1967 (Guerra de los Seis Días) y 1973 (Guerra del Yom Kippur), con intenciones claramente exterminatorias. Todas las intentonas fracasaron y, no obstante, desde las dictaduras árabes que rodean al país hebreo y desde parte de la comunidad internacional se sigue insistiendo en que, tras romper la baraja y no tener éxito en esta tramposa maniobra, se puede volver a pedir que se repartan las cartas.

Pese a las testarudas afirmaciones de que los árabes luchan contra "la ocupación", en realidad siempre lucharon contra la existencia misma de Israel. La verdadera "nakba" o "catástrofe" (como llaman a la creación del Estado de Israel) de los árabes ha sido haberse concentrado en la destrucción del ajeno, y no en la construcción de su propia sociedad.

Para los regímenes totalitarios árabes, la cuestión de los refugiados palestinos no ha sido más que una forma de obtener carne de cañón para cultivar el odio a Israel entre sus poblaciones. No hace falta ni abundar mucho, todos lo conocemos, en el efecto propagandístico que consiguen en Occidente.

Es bueno recordar que, en algunos países árabes, la inmigración palestina está totalmente prohibida. En otros, los campos de refugiados han verdaderas cárceles sostenidas con la millonaria dádiva internacional, dentro de los ricos estados árabes, para mantener encerrados a los "hermanos" de Palestina y usarlos como peones políticos.

Aparte de las dictaduras islámicas, los principales responsables del infortunio de los palestinos son sus propios líderes, quienes prefieren utilizar los millones de dólares entregados por Estados Unidos, la Unión Europea e Israel (rara vez los países árabes ayudaron a los palestinos económicamente) en armamento para cometer atentados, pero no en comida ni edificación ni educación ni en nada que pueda ayudar a la población a mejorar las condiciones de vida.


Algunos medios de comunicación occidentales endosan gustosamente las farsas lanzadas desde algunos de los regímenes islamistas (y petroleros) más abyectos con el fin de difamar y criminalizar a Israel y los judíos. Los "Protocolos de los Sabios de Sión", son lectura de cabecera en esos bárbaros países. ¿Protocolos de los Sabios de Sión? Más bien, hablemos de Protocolos de los Sabios del Petróleo. Si fuera cierto este "control de los judíos" sobre las finanzas y medios de comunicación de todo el mundo, que sostienen como teoría esas tiranías, seguramente no asistiríamos a estas descaradas manipulaciones, como la de la "Flotilla de la Libertad", hace pocos meses.

En Occidente, quienes consideran como absolutamente desproporcionadas las reacciones de Israel frente a agresiones como las de Hamás con cohetes sobre las localidades limítrofes con la Franja de Gaza, y que dieron lugar a la "Operación Plomo Fundido", entre diciembre de 2008 y enero de 2009, olvidan siempre un detalle: Hamás no es un movimiento de “liberación palestino”.

Nada más lejos de las intenciones de Hamás. Esta organización criminal no es más que el agente del fundamentalismo islámico en la zona, el mandatario obediente de Irán y de las corruptas petromonarquías del Golfo, un peón más en el objetivo del islamismo más radical de borrar Israel del mapa. El régimen de los ayatolás aporta anualmente 30 millones de dólares a la causa de Hamás, Kuwait donó gustosamente 90 millones en 1990, antes de que, tras la invasión iraquí del emirato petrolero, los grupos terroristas palestinos se posicionaran a favor de la invasión y de la dictadura de Saddam Hussein.

El destino o la suerte del pueblo palestino importa bien poco a los líderes de Hamás puesto que su objetivo no es la creación de un Estado Palestino (la cual no se menciona ni en su Acta fundacional ni en un único párrafo de su literatura), sino la destrucción de Israel. Hamás es un enano comparado con una de las maquinarias bélicas más poderosas del planeta, nunca destruirá el Estado de Israel, correcto. Pero tan cierto como esto es lo dicho anteriormente: es solamente un peón más, un elemento más de hostigamiento al “pequeño Satán”, al Estado hebreo, dentro de la estrategia global del terrorismo islamista no sólo contra Israel sino contra todo Occidente.

Toda pérdida de vidas humanas es triste, menos las de terroristas, por supuesto. Israel debe poner todo el cuidado en evitar al máximo víctimas civiles pues es el representante de la civilización en la zona frente a la barbarie de Hamás, pero no hay que olvidar que a estos abyectos criminales no importan las vidas palestinas que puedan perderse en el camino de sus delirios. Hamás conoce un único camino: la muerte. Es incapaz de ingeniar nada positivo para el pueblo al que dice representar puesto que lo único que enseña a amar a los niños y adolescentes palestinos es la muerte, en forma de planificación de atentados como islamikazes suicidas. La valla de separación entre Cisjordania y el territorio israelí ha evitado más atentados sangrientos.

En el norte, Israel se enfrenta a la amenaza persistente del grupo terrorista islamolibanés de obediencia iraní Hezbolá, autores del atentado de 1983, en Beirut, que costó la vida a 241 marines estadounidenses. Más al oriente, la ya conocida del programa nuclear de los sátrapas ayatolás iraníes: una amenaza para Israel y para nosotros.

NO AL SIONISMO CRISTIANO

Ahora voy a hablar un poco de este sionismo cristiano, tan en boga en no pocos círculos evangélicos de los Estados Unidos, quienes se basan en la idea de que el actual Estado de Israel sería una prolongación en nuestros días del Israel bíblico, su existencia se fundamentaría en un mandato de Dios. Paralelamente a esa visión, Estados Unidos, como único país del mundo fundado sobre una base cristiana, tendría una "misión divina" de defender a Israel, protección a cambio de la cual seguirían teniendo una posición privilegiada como nación ante los ojos de Dios. Sea realiza una interpretación torticera de Génesis 11:3, la promesa que Dios hace a Abraham y a su descendencia: "Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan". Otras obligaciones "divinas" en relación al Estado de Israel, que estos evangélicos entienden que tendría Estados Unidos, llegarían hasta el punto de tener incluso que financiar la construcción del Tercer Templo en Jerusalén, si ello fuera necesario.

Aclarar primero, sobre los derechos de los judíos a asentarse sobre la tierra actualmente territorio del Estado de Israel, que es un error bastante común creer que todos los judíos fueron empujados a la Diáspora por los romanos, después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, en el año 70 D.C., y que después, 1.800 años después, regresaron súbitamente a Palestina exigiendo que les devolvieran su país. En realidad, el pueblo judío ha conservado nexos con su patria histórica durante más de 3.700 años.

Incluso después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por los romanos y del comienzo del exilio, la vida judía en la tierra de Israel prosiguió y, con frecuencia, prosperó. Para el siglo IX se habían restablecido grandes comunidades en Jerusalén y Tiberias. En el siglo XI, había comunidades judías en Rafa, Gaza, Ascalón, Jafa y Cesárea.

Desde el siglo XII, gran número de rabinos y peregrinos judíos inmigraron a Jerusalén y Galilea. Muchos rabinos establecieron comunidades en Safed, Jerusalén y en otros lugares durante los posteriores 300 años. A principios del siglo XIX, años antes de la fundación del movimiento sionista por parte de Theodor Herzl, más de 10.000 judíos vivían en el territorio del actual Israel.

En 1909, un grupo de judíos rusos se instaló en lo que entonces era la Palestina ocupada por los británicos, cerca del Mar de Galilea, huyendo de la miseria, las persecuciones y matanzas a las que periódicamente se veía abocada su comunidad en la Rusia zarista. Al año siguiente, en 1910, estos diez hombres y dos mujeres construyeron la primera sociedad agraria basada en la cooperación y la fraternidad y donde la propiedad privada no existía. Un sistema bastante cercano a lo que entenderíamos por comunismo.

Había nacido Dgania, el primer kibutz. Durante los años 20 y 30, a pesar de las dificultades que pusieron las autoridades británicas a la inmigración judía, se convirtieron en la base sobre la cual se edificaría el Estado de Israel. Los kibbutz, de los cuales 65 de los 270 aún existentes, funcionan aún según el método comunal tradicional, mientras que el resto, prácticamente, se han convertido en empresas cooperativas inmersas en un sistema de libre mercado, como se explica en un artículo publicado en "Financial Times", titulado "The rise of the capitalist kibbutz".

El derecho de Israel a existir, al igual que el de España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y el resto de países del mundo es axiomático e incondicional. La legitimidad de Israel no está suspendida en el aire a la espera de un reconocimiento. No hay ciertamente ningún otro Estado, grande o pequeño, joven o viejo, que consideraría el mero reconocimiento de su “derecho a existir” un favor, o una concesión negociable.

El Estado de Israel basa su existencia en las mismas premisas que cualquier otro país del mundo, en definitiva.

Ahora bien, lo de estos evangélicos "cristianos sionistas" es una problemática muy similar a la que se encontró Cristo con los fariseos. Estos esperaban la venida del Mesías y el establecimiento del Reino de Dios pero en este mundo (Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo), esperaban la reconstrucción de un reino en la tierra, como el que habían regido siglos atrás David y Salomón, por eso rechazaron al Salvador. El momento en que se consuma la apostasía por parte de los fariseos, y del que una vez había sido Pueblo de Dios, lo encontramos en Juan 19:14-15: "Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dijo Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey.». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dijo Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.»". En su afán porque Pilatos condenase a muerte a Jesucristo, los fariseos llegaron a renegar de Dios, declarando que su único rey era el César romano, señor, por aquel entonces, de este mundo, rechazaban expresamente el Reino de Dios.

Los evangélicos sionistas defienden, en consecuencia, la herejía de que existen dos Pueblos de Dios separados, Israel y la Iglesia, cada uno con un plan de salvación distinto por parte de Dios. Confunden el plano terrenal con el espiritual, como confunden el significado espiritual, distinto, del término "judío" en el Nuevo Testamento.

En lugar de cosas espirituales, siguen buscando cosas materiales, terrenales, piensan que el Reino de Dios sí es de este mundo. Pero Cristo no solo dijo a Pilatos que Su Reino no era de este mundo sino que, más aún, viendo que sus seguidores pretendían proclamarle rey, se retiró a la montaña: "Y entendiendo Jesús que había de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió á retirarse al monte, él solo" (Juan 6:15). Su Reino no era de aquí, no podía verse a través de los ojos que tenemos en la cara, sino únicamente a través de los ojos espirituales: "Y preguntado por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está. Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá, cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis" (Lucas 17:20-22). Los fariseos, como estos evangélicos no podían ver el Reino de Dios porque es un reino espiritual que no podemos ver si nos quedamos en lo físico: "Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3).

No hay que perder la perspectiva de que el Pueblo de Dios, la verdadera Iglesia, el Israel celestial, desde la creación de este mundo, ha sido, es y será el verdadero cuerpo de creyentes, aquellos que son verdaderamente salvos: como ningún hombre puede ver en los corazones para distinguir entre unos y otros, por tanto la composición de Su Pueblo sólo es conocida por Dios.

La verdadera Iglesia de Dios no es una organización terrenal con gente y edificios, sino una entidad sobrenatural integrada por aquellos que han sido justificados y salvados por la fe en el sacrificio del Señor Jesucristo. La Iglesia verdadera abarca todo el período de la existencia del hombre sobre la tierra, y a toda la gente que ha sido llamada a ella. El mundo es cristiano desde su creación, puesto que Cristo, siendo Dios, es Creador de este mundo. Cuando Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y los demás creyentes del Antiguo Testamento fueron justificados y salvados por su fe, lo fueron por la fe en Jesucristo, y sus pecados lavados por la sangre de Jesucristo, exactamente igual que los creyentes del Nuevo Testamento.

No hay, en definitiva, dos Pueblos de Dios separados, Israel e Iglesia, sino uno solo desde que el primer hombre pisó la tierra. Jesús dice en Juan 10:16: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor". Y el apóstol Pablo en Efesios 2:11-16: "Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades". Hoy, somos Israel por Cristo. Si un judío, en el sentido de un seguidor del judaismo, acepta a Cristo y se convierte, sí. Si no, está fuera del Pueblo de Dios. Lo contrario, es la confusión que tienen algunos. Los israelitas, como Pueblo de Dios en el Antiguo Testamente, vivían en un espacio geográfico muy delimitado, parte de las tierras en que actualmente se asienta el Estado de Israel, y tenían unas características étnicas muy similares. Hoy no es así, sino que se encuentra diseminado por todo el mundo, pero ES UN MISMO PUEBLO EN EL CUERPO DE CRISTO (a propósito, no tiene nada que ver con el tema de la entrada, pero no, no hay en la Biblia una defensa del inmigracionismo, las fronteras abiertas ni teoría "multiculti" alguna, no, estamos hablando de unidad material entre gentes de distintas naciones, etnias y razas, sino UNIDAD ESPIRITUAL).

Otra creencia de estos evangélicos "sionistas cristianos" y que les llevan a pensar que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de las promesas bíblicas de Dios: afirman que esa promesa de la tierra hecha en la Biblia al pueblo de Israel no se cumplió hasta 1947, dando la tierra al pueblo judío como heredad perpetua. Pero es que eso no es lo que dice la Biblia: Dios sí cumplió, entregando a Israel la tierra que prometió a su padres, Abraham, Isaac y Jacob. Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto, cumplió la promesa que había hecho y les dio la tierra. ¿Qué dice la Biblia?: Josué 21:43-45: "Así dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres; y la poseyeron, y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres: y ninguno de todos los enemigos les paró delante, sino que Jehová entregó en sus manos á todos sus enemigos. No faltó palabra de todas la buenas que habló Jehová a la casa de Israel; todo se cumplió". Nehemias 9: 7-8: "Tú, eres oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; Y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste con él alianza para darle la tierra del cananeo, del heteo, y del amorreo, y del fereseo, y del jebuseo, y del gebuseo, para darla a su simiente: y cumpliste tu palabra, porque eres justo". Hechos 13: 19: "Y destruyendo siete naciones en la tierra de Canaán, les repartió por suerte la tierra de ellas".

Aparte de esto, la promesa de Dios a Israel sobre la tierra no era incondicional, como sostienen estos evangélicos, inspirados en el dispensacionalismo, sino condicional a que los israelitas cumpliesen las condiciones del pacto ("Guárdate, que no te olvides de Jehová tu Dios, para no observar sus mandamientos, y sus derechos, y sus estatutos, que yo te ordeno hoy", Deuteronomio 8:11, "Mas será, si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios, y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres, y á ellos te encorvares, yo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las gentes que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis; por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios", Deuteronomio, 8:19-20).

La promesa de permanencia en la tierra fue hecha al pueblo de Israel bajo la condición de que no se apartaran de Dios y su ley. Israel violó esta condición una y otra vez, no hay más que leer el Antiguo Testamento, atrayéndose el castigo y la cólera de Dios, por medio de las naciones vecinas, hasta que la nación israelita fue desechada completamente de su tierra. El pueblo de Israel había incumplido el pacto con Dios, lo había invalidado, como el mismo Dios había dicho a Moisés. Dios ha dicho que devolvería la tierra, pero está promesa no es sobre una tierra concreta enclavada en Oriente Medio, sino sobre la Nueva Jerusalén y el Israel Celestial, la tierra prometida a los creyentes de todas las épocas: "Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad" (Hebreos 11:14-16).

Podría extenderme más pero no quiero alargar excesivamente el rollo teológico. Más o menos queda claro que no es posible sacar de la Biblia la idea de que la creación del Estado de Israel fue el cumplimiento de una promesa divina a los judíos ni que existan varios Pueblos de Dios con varios planes de salvación.

No me fío demasiado de las estimaciones y estadísticas que se hagan en la Europa progre, sabiendo lo "bien que caen" aquí los republicanos, pero se calcula que un cuarto de los votantes del GOP, seguirían o simpatizarían con este "sionismo cristiano", (hay quien llama al “Cinturón Bíblico” estadounidense el “Cinturón de Seguridad” de Israel). Se cree que existen 70 millones de sionistas cristianos y 80.000 pastores sionistas en los Estados Unidos, cuyas ideas son diseminadas por 1.000 emisoras cristianas de radio y 100 cadenas cristianas de televisión.

¿Qué es la influencia del "lobby judío" al lado de la de esta masa?

Como he dicho en la entrada anterior, apoyar a Israel es apoyar la democracia y la libertad en Oriente Medio y tener un sólido aliado (ya está tardando en formar parte de la OTAN), pero BASTA DE YA DE HEREJÍAS Y DE PUDRIR EL EVANGELIO.
.